Pertenencia, Conversión y búsqueda de una Comunidad

La comunidad puede ser definida como una colección de individuos que comparten algo en común.  Ese “algo,” sea lo que fuere – espacio, origen étnico etc. – constituye una base para la formación de la comunidad y sirve para la demarcación de su identidad particular.  Es lo que le da sentido ser miembro  de ‘ésta’ y no de ‘esa’ otra comunidad distinta.  Entre las principales herramientas para proteger la identidad de una comunidad está su política de admisiones o sea quién puede y quién no puede ser miembro.  Por medio de estás políticas, las comunidades deciden a quién se le permite entrar, limitando la entrada a aquéllos que comparten y promueven su particular.

Identidad.

Así es como funciona en teoría.  Sin embargo las comunidades reales, de las cuales la comunidad judía es un buen ejemplo, no tienen ni miembros unificados ni una identidad claramente articulada o demarcada. Muy a menudo las comunidades se forman no en alguna reunión constitucional, donde un grupo se sienta para definir que es lo que tiene en común, sino por miembros que se “heredan” los unos a los otros – lo que resulta en un cuerpo de miembros con distintas ideas del propósito de su emprendimiento colectivo.  Dadas estas circunstancias, articular una política de pertenencia es una empresa particularmente compleja y quisquillosa porque no hay acuerdo en lo que concierne al propósito y la identidad compartida.  A veces una política prevalecerá, pero en general esto es más una medida del poder de los que abogan por ella que de su relevancia o valor.  Cuando sucede esto, habrá miembros cuya comprensión de la identidad colectiva no estará reflejada en la política de admisión.  Esta gente por lo tanto se siente marginada aún si su propia pertenencia no es cuestionada.  La propagación de este resentimiento socava constantemente a la vida colectiva.  A pesar de estas dificultades una comunidad no puede abdicar de su rol de determinar una política de pertenencia, puesto que las cuestiones de pertenencia siempre surgen y tienen que ser resueltas.  ¿A quién se le otorgarán derechos de ciudadanía, acceso a los bienes que la comunidad distribuye? Estas cuestiones requieren una clara política de pertenencia.

Los judíos hoy en día enfrentan su propio predicamento.  Durante los últimos dos siglos el pueblo judío y su religión se han vuelto diversos como nunca lo fueron antes.  Como resultado, se ha tornado cada vez más difícil definir una cultura y una escala de valores alrededor de los cuales la comunidad judía puede permanecer unificada.  No es sorprendente por lo tanto que la más clara demostración de las diferentes corrientes se refleje en las amargas polémicas en las cuales inevitablemente termina cualquier intercambio de ideas sobre la pertenencia y la admisión a la comunidad.  Como un pueblo dividido acerca de que constituye el judaísmo, hemos sido tristemente incapaces de llegar a nada cercano a un consenso de la respuesta a “Quién es un judío,” y todos los intentos actuales sólo parecen exacerbar una poco saludable hostilidad intra-comunal dentro de la vida judía colectiva contemporánea. 

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Pinochos reporteros y la gran ballena mediática

Desde Madrid

Cuando en el 2000 la televisión France 2 mostró al mundo la muerte sangrienta del pequeño palestino Al Durah bajo el fuego indiferente del ejército israelí, el mundo se levantó furioso en contra de Israel. Esta transmisión indignó a la comunidad internacional y convirtió a Al Durah en un icono del sufrimiento palestino y un potenciador de la segunda intifada.  Hoy sabemos que todo aquello era una Gran Mentira. Philippe Karsenty fue quien reveló a la prensa internacional que todo fue un montaje escénico y  audiovisual.

“¡Ahí sopla! ¡Ahí sopla! Un lomo como una montaña de nieve!” Exclamaban los vigías del ballenero Pequod ante el chapoteo de la pobre Moby Dick. Hace algunas décadas, los niños del siglo XX disfrutaban viendo como achuraban a la ballena blanca. Hoy el Capitán Ahab saldría en la noticias por ser anti ecologista y sería el centro de los dardos ponzoñosos de Green Peace y Cía. Comparto la filosofía de “Salven a Willy” y me parece super bien que haya un grupo de personas que defiendan a los animales. Pero lo que sucede, es que hoy en cada esquina se alzan pancartas en defensa de todas las causas, hasta las causas más perdidas. La humanidad se vuelca en pro de cualquier reivindicación, hasta de cada hormiga que hace de su hormiguero un emblema de la resistencia política. Denle un micrófono a esa hormiga y todo el mundo se alzará gritando de rabia: “Abajo el Oso Hormiguero” ante la mirada incrédula del mamífero que meditará en la ventajas de hacerse vegano. En este panorama TODOS, hasta los terroristas suicidas, encuentran ecos a sus demandas y hallan corpúsculos seudo intelectuales que los representan ante la opinión pública. Todos, excepto los habitantes de un país: Israel.  La existencia del Estado de Israel es la única que se cuestiona. Nadie cuestiona a España y su pasado de conquista, o a Italia y el imperio romano que supo dejar vasijas en los sótanos de toda Europa, o a Estados Unidos y su cementerio de Sioux en el patio de atrás o América Latina y su población descendiente de la conquista  europea.  Pero la existencia del Estado de Israel e cuestiona. A ver… el Estado ya está formado. Punto. Ahora veamos como hacemos para crear una existencia en paz con nuestros vecinos.

 Encontraremos bajo la lupa exhaustiva de la fe, algunos grupos que sin pertenecer al pueblo judío se levantan en defensa de Israel. Encontraremos pocos medios de prensa que den al conflicto Palestino- Israelí un enfoque un poco más balanceado. En el gran océano de la información muchos odios son alimentados como tiburones hambrientos  de venganzas. Ese odio es impulsado por personas a quienes ese sentimiento beneficia de una u otra manera.  Este neo antisemitismo, llamado ahora antisraelismo tiene objetivos y razones que exceden este artículo.  Pero algo es seguro: ser antisraelí vende más diarios, atrae más público a las pantallas y consigue más fondos para ONG fraudulentas. Ser antisraelí brinda más beneficios que no serlo y además es políticamente correcto estar a favor de los palestinos. ¿Pues saben algo? Yo también soy pro palestina. Soy pro palestina y pro israelí. Por esa razón creo que los medios de prensa deben estar a favor de la verdad y en contra de la mentira. ¡Qué simple sería si todos siguiéramos esa regla! Pues un ejemplo contundente, de la gran calumnia con la que nos manejan los medios de prensa, fue destapada por PHILIPPE KARSENTY. Este valiente francés; (alcalde adjunto de la ciudad de Neully), a quien tuve el gusto de ser su anfitriona  aquí en Madrid y a quien acompañé en su periplo por los medios de prensa españoles, ha arrojado luz sobre uno de las grandes mentiras de la historia periodística y un suceso vergonzoso para la televisión del país galo.

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Los niños del limbo

Un pequeño departamento. Libros de piso a techo, una única ventana con la cortina rota, impidiendo que entre la luz. Cercano al parque Rivadavia existe un taller de escritura creativa. Los participantes se encuentran súbitamente enredados en una trama policial que involucra desde un atentado fallido al planetario hasta una diva de la televisión y su columnista estrella Un taller de escritura y una profesora que ha leído todo, que conoce esa biblioteca de pies a cabeza. Y claro, siempre sabrá en qué libro, en qué autor, ya hasido dicho aquello que pensamos, que decimos, que deseamos. Una buena intelectual de clase media. Y esa es su isla.


Pero de qué servirán esos conocimientos, esas palabras, si no para comprender la realidad que como la luz siempre se filtra.

Tantos años con la cortina rota, ya no reconoce la luz cuando se filtra. No hasta que sea demasiado tarde. Y entonces, ya de nada le servirán sus libros. No cuando ya se derrumbó todo bajo el peso de la realidad.

Los niños del limbo es un constante juego de niveles, de textos que se reflejan unos sobre otros: la biblioteca, la realidad-obra y nuestra realidad, la del espectador.

La obra de Andrea Garrote, es muy rica principalmente gracias a la elección y el trabajo de los actores sobre los caracteres de sus personajes ya que permite generar los contrastes que dan lugar a escenas muy elocuentes: una madre con su hijo con problemas mentales y con talento para ser dibujante, una licenciada en letras, un periodista de chimentos, un editor y una estrella de la televisión. A este particular grupo se le suman dos personajes enigmáticos sin referentes explícitos.

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El árbol está alto


Iom HaShoá, Iom HaAtzmaut – han pasado.  Como es digno de la temporada de Iamim Noraim, su impacto persiste y nos hace reflexionar en su significado y en impacto en nuestras vidas.  Iom HaZikaron que toca a todos los israelíes en diferentes grados y es conmemorado por la sociedad israelí de una manera profundamente emotiva, humilde y hasta espiritual, toca a nuestra familia directamente, porque lloramos la pérdida del esposo de mi hermana, que murió hace 29 años en la primera guerra del Líbano.

Todos los años, mi familia y nuestros amigos nos reunimos con nuestros “vecinos de cementerio” y estamos de pie lado a lado cuando la sirena suena y el país se paraliza.  Recordamos, pero mayormente lloramos sus muertes y nos acercamos a los miembros de la familia que están aún con vida, les ofrecemos consuelo y les recordamos que no hemos olvidado.  Todos los años la experiencia más incongruente es ver como alrededor nuestro todos están envejeciendo, mientras que Aharón permanece joven para siempre.  A veces es difícil imaginarse como alguien de 60 años pudo haber sido compañero de clase de Aharón o su mejor amigo.   

Este año algo me llamó  la atención, .y me emocionó de una manera que en el momento no comprendí.  Mientras estábamos de pie en un apretado grupo en el cementerio lleno de gente, advertí un enorme árbol, de unos 20 metros de altura, al lado de la tumba de Aharón, me volví hacia mi hermana y señalé la grandiosidad del árbol  

Y ella en respuesta dijo algo que me había olvidado – que ella había plantado el árbol inmediatamente después del funeral de Aharón.  El árbol, su belleza, su tamaño y sobre todo su vida me afectaron profundamente. 

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Tercer cuerpo

Autoría y Dirección: Claudio Tolcachir Intérpretes: Ana Garibaldi, Hernan Grinstein, Magdalena Grondona, José María Marcos, Daniela Pal Escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez Iluminación: Omar Possemato Diseño de espacio: Claudio Tolcachir Asistencia de dirección: Melisa Hermida

Si en La omisión de la familia Coleman la tragedia era evidente y los personajes se entretenían en olvidarla; en Tercer cuerpo, tratarán fervientemente de luchar contra ella, de evitar el desastre, buscando maniobrar ante unos destinos que posiblemente ya estén escritos. Sandra, Héctor y Moni trabajan en una oficina pública. Están anclados en un tiempo vacío lleno de tareas inútiles propias del funcionariado. Al mismo tiempo, se desarrolla la infeliz historia de amor entre Manu y Sofía –por momentos, melodramática e insustancial-, hasta que, finalmente, estos dos mundos paralelos se encuentran en un giro inesperado de la trama. La reinvención de la convención escénica y el acierto de los actores son ya marca de la casa. Tercer cuerpo es una confirmación para Tolcachir  y su compañía. Vivir puede ser un intento absurdo, pero perderse este gran espectáculo sería mucho peor.

Cinco vidas, cinco deseos de amar, cinco personas incapaces. Mientras tanto se vive, se trabaja, se intenta. Miedo a no ser, miedo a que sepan quién soy. Miedo e incapacidad. La historia de querer y no saber qué hacer. La historia de un intento absurdo. Y subir las escaleras. Y querer vivir cada día a pesar de todo.

Siempre es bueno encontrar en una obra retazos de la propia biografía o imágenes que -sacadas como por arte de magia del archivo de la memoria- se activen y reactualicen vivencias y motivaciones que sacudieron nuestras vidas en el pasado. Tercer cuerpo es una de estas piezas, porque con su descuidada ambientación estilo administración pública de los 80-90 trae a la luz el fastidio del trámite burocrático en la olvidada dependencia del Estado -entre otras experiencias que a muchos de nosotros nos ha tocado vivir.
Las actuaciones son impecables. Se luce la dupla Sandra-Moni, en la que las actrices se complementan a modo de tragicomedia y protagonizan una sucesión de diálogos imposibles pero reales, en los que una invade la vida de los demás mientras la otra contiene una irritación in crescendo que hará explosión. El costado pasivo lo marca una cierta sumisión de los personajes, que han sido olvidados en la oficina quedando frente a frente con sus temores, sus historias, sus ansiedades y oscuros secretos que ocultar.

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El cine uruguayo contemporánero, desde "El lugar del humo" hasta "Whisky" : crónica de un nacimiento anunciado

El cine uruguayo  ha tenido a lo largo del siglo XX muchos nacimientos y demasiadas  muertes prematuras.

    Puede afirmarse que hasta la década de los ’90, esto es, unos quince años después del retorno a la democracia luego de trece años de dictadura, no empieza la verdadera historia del cine profesional uruguayo de ficción.

Antes de los noventa se trata de prehistoria y prehistoria aciaga, con algunos, muy escasos, productos felices pero que bordeaban la concepción “amateur”, aislados, y otros de concepción auspiciosa pero factura infeliz como el film que se estrenó durante la dictadura titulado “El lugar del humo” (directora Eva Landeck, 1979). Su guión se armó como una mezcla de crónica ciudadana de Montevideo con elementos de la clásica intriga policial pero planteando vueltas de tuerca forzadas, inverosímiles, que redundaron en una ficción llena de promesas y renombrados actores pero que en los hechos fracasó y abortó la posibilidad de  desarrollo sostenido de un arte y una industria incipientes en el país.

    A diferencia de lo que sucedió, al menos en ciertos períodos, en los países limítrofes como Brasil y Argentina, países de enorme extensión territorial y gran número de habitantes en comparación con Uruguay, el cine uruguayo jamás contó hasta fines del siglo XX con ningún tipo de apoyo o incentivo de origen estatal. Las producciones siempre dependieron de las iniciativas privadas y estuvieron sujetas a un voluntarismo que no benefició el desarrollo de un arte que, por su dependencia tecnológica y el requerimiento de considerables inversiones, está íntimamente ligado a la forma de una peculiar industria.

    Puede afirmarse que sólo  a partir de la década de los ’90 del siglo pasado el cine uruguayo entra en la adolescencia en términos de arte audiovisual.
    A partir de la última década del siglo XX las nuevas tecnologías permiten el desarrollo incipiente de una producción cada vez más decidida, firme en sus objetivos y en busca de un vector identitario que curiosamente, en sus mayores logros ficcionales, se enlaza con parte de la mejor tradición literaria rioplatense.

    Estos tardíos comienzos de los ’90 son tributarios de la importante herencia cultural literaria, al punto que en ocasiones pagaron un excesivo tributo a su “imaginario”.

Un ejemplo claro lo constituye el muy ambicioso “El dirigible” (dirección y guión de Pablo Dotta, 1994) donde la figura del narrador uruguayo Juan Carlos Onetti tenía el peso de un símbolo densísimo y a la vez se constituía en una pretensión alegórica que desdibujó la posible coherencia narrativa de un film de excelencias en casi todos los demás rubros, en particular en lo actoral y en la fotografía. La figura del legendario escritor uruguayo en su cama de Madrid, empuñando una pistola de juguete, el perfil silueteado de la mole del tradicional edificio del centro de Montevideo, el Palacio Salvo, testigo de las glorias de un pasado arcádico, anterior a la crisis de los ’60 y al advenimiento de la guerrilla urbana y luego del gobierno militar, impusieron en la obra el imperio de una icónica que no alcanzó a resolverse  con equilibrio: mucha “postal” pero fallido funcionamiento narrativo.

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Dejar caer el cerebro: Anilevich, a 67 años

La primera vez que experimenté algo parecido a la noción de gueto fue a los nueve años en la quinta que tenía el club CSIS creo que en Esteban Echeverría, cuando jugábamos algún torneo de fútbol y no se bien por qué uno de los equipos que participaba no era un club judío. Algún amigo vino corriendo y decía por lo bajo: “el de pelo largo tiene una cruz”. La imagen de ese pelilargo con la cruz en el cuello definió mi primera experiencia con la extrañeza. La cruz de Cristo, el pelo largo en 1977, demasiada alteridad para mi mente de shule de Villa Crespo y templo de Camargo, y para colmo otro amigo que también se me presenta corriendo, se me acercó y me susurró: “y el de allá a la derecha se llama Christian…”.  Recuerdo no haber entendido bien en aquel momento la asociación entre el nombre y la religión, aunque hoy treinta años después y ya se supone, un poco más maduro, sigo pensando que no puede haber alguien que se llame Jacobo o Rebeca y que no sean judíos.

Fue también en esos tiempos cuando resonó por vez primera en mi ser la figura del nazi, con un papá venido de Europa que en casa decía Itler sin “h” y un colegio donde se fustigaba a bajar la voz, a disolver las preguntas, a esconder la identidad, bajo la consigna siempre tácita y sin embargo presente de que la Shoá siempre puede volver para completarse. Yo soñaba mucho con los nazis persiguiéndome, así como soñaba con la suerte de haber nacido judío. No entendía por qué el mundo había permitido que se quisiera exterminar al pueblo elegido. Tiempo después fui comprendiendo la diferencia entre ser singulares y ser soberbios, así como me fui dando cuenta que la peor discriminación no es menoscabar a una minoría, sino exigirle un comportamiento ejemplar diferente a las miserias de cualquier ser humano; pero sobre todo fui entendiendo que un nazi no es un monstruo mitológico descerebrado y sediento de sangre, sino que la barbarie y la razón son dos manifestaciones de lo mismo. Y me sigue aterrando que, en lo que queda de Auschwitz-Birkenau, los tachos de basura en cada una de las esquinas del museo del campo de exterminio, estén geométricamente ubicados para el confort del turista con la misma lógica del eficientismo con que se planificaban los procesos de asesinatos masivos. Un día mi querido amigo Pablo Dreizik, como siempre me trajo luz cuando me explicó que para él la representación del mal le sienta mejor a Eichmann que a Hitler: “es que cualquiera de nosotros puede ser potencialmente Eichmann”.

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El anatomista

Es difícil poner la imaginación en movimiento a la hora de pensar  la historia de Mateo Colón -el anatomista descubridor del clítoris y, con él, de la mayor fuente del placer físico femenino-, que en el
siglo XVI enfrentó a la Inquisición en un furibundo proceso judicial.

Con música del premiado Gustavo Santaolalla, destacado vestuario de Renata Schussheim y recursos audiovisuales de Diego Casado Rubio, El Anatomista de Muscari reparte las cartas de un pasado Renacimiento en el que el clítoris se daba el lujo de ser un NN. Una tierra prometida a la espera de su tardío descubridor, que poco entendería de su contenido y particularidades.

Mateo, en la piel del siempre sutil Alejandro Awada se enamorará de una prostituta veneciana, Mona Sofía, encarnada en una orgánica composición de Sofía Gala Castiglione. Hará lo indecible por conquistar su amor que está reservado a todos los hombres y a ningún hombre. Su fiel sirviente, Leonardino, a cargo de un impecable Walter Quiroz, será narrador testigo, coro a la manera griega, cómplice del receptor y buitre que sobrevuela los futuros restos del amor mundano y del “amor veneris”.

El Inquisidor Alessandro de Legnano, interpretado por Antonio Grimau, quien en un gran trabajo tendrá la nefasta tarea de perseguir a Mateo para juzgarlo y no podrá abstraerse del deseo, funciona como una conciencia quebrada. Porque es un cura pero un hombre a fin de cuentas.

"Nada de lo que aparece en la obra es gratuito, las transgresiones que surgen son las que comete en su espíritu libre el mismo protagonista de la obra y que están porque cuentan algo", arranca Muscari, quien dirige por primera vez una obra no escrita por él.

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Feo, lo de Venezuela

Pero de broma no tiene nada, y lo tiene todo de problema. No sólo por sus múltiples abusos, su desprecio a la legalidad y sus insultos a diestro y siniestro del mapamundi, sino porque el modelo de régimen que construye y exporta está basado en la destrucción sistemática y planificada de los fundamentos de la libertad

Birlo la expresión a Màrius Carol, que afinó en la puntería. Ciertamente, lo de Chávez es un "talk show permanente", y su sobreexposición no sólo es producto de su innata e insufrible verborrea, sino que ahonda en los barrizales del populismo fascistoide.
Lentamente este personaje que, cual vampiro de la memoria, ha abducido el buen nombre de Simón Bolívar –que volvería a morirse si se viera en tan soez boca–, va utilizando la democracia para desmantelarla, y va creando las bases de un neosocialismo de bolsillo, cuya interpretación bolivariana es riqueza para unos, pobreza para la mayoría, y por el camino, hacer lo que les da la gana con el bien ajeno.
Queda para la historia de la autarquía zafia el espectáculo televisado de un Chávez requisando, micrófono en mano, las propiedades de pobre gente que estaba en el cruce de su mirada. Si no fuera la pista de aterrizaje de la tiranía iraní en la región, si sus vasos comunicantes con el terrorismo de las FARC no fueran tan obvios, si no se dedicara a comprar voluntades con su ingente riqueza y a desestabilizar toda la zona, quizás sería un muñeco de guiñol. Una broma.

Pero de broma no tiene nada, y lo tiene todo de problema. No sólo por sus múltiples abusos, su desprecio a la legalidad y sus insultos a diestro y siniestro del mapamundi, sino porque el modelo de régimen que construye y exporta está basado en la destrucción sistemática y planificada de los fundamentos de la libertad. La cuestión no es que lo hace, y lo hace cara al sol, como sus homónimos españoles de otros tiempos. La cuestión es que le sale gratis.

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Israel

Estaba sentado en el Expreso de Joe, nuestro Café Internet local.  Hace más o menos una semana apareció un corto ensayo mío en la Murfreesboro Post.  Escuché a un hombre de mediana edad hablando acerca del ensayo, y me presenté como el autor.  Después de algunos minutos de conversación intrascendente, me preguntó, “¿Hay alguna idea que Uds. los judíos no se animen a abordar?”

La pregunta me desconcertó.  Le pregunté que quería decir.  Me dijo, “No sé, simplemente me parece que a los judíos les ha dado por la ideas.  Quiero decir, yo fui al colegio en el noroeste y conocí a muchos judíos, y ninguno estaba de acuerdo sobre nada judío.  Un tipo era muy tradicional, y algunos otros eran ateos. Pero todos estaban orgullosos de ser judíos.  Quiero decir mi iglesia está toda alborotada por esta nueva película “Golden Compass” (La Brújula Dorada) como si la película nos fuera a robar la fe a nosotros y a nuestros chicos.  Parecemos peleles.  Como si tuviéramos miedo a las ideas, especialmente a las ideas que no apoyan nuestra noción de lo que está bien y es cierto.  No veo que pase esto entre los judíos y me preguntaba que piensa Ud. hacer de esto.”

“Bueno,” dije, “No puedo hablar por todos los judíos pero entiendo lo que está diciendo.  Es acerca de que es ser un judío.  Nos llamamos judíos por Judea, de dónde venimos, pero la Torá nunca usa ese término.  La Torá nos llama Israel, y es Israel que puede resolver su pregunta.”

“Israel quiere decir ‘luchar con Dios y el hombre y sobrevivir.’  Eso es lo que hacemos los judíos: luchamos.  No importa si estamos luchando con teología, literatura, física, matemática o arte, o lo que fuere.  Simplemente no nos sentimos cómodos aceptando el status quo.  Nos gusta cavar más profundamente.  Nos gusta desafiar las ideas y ser desafiados por ellas.  Nos gusta poner a prueba a nuestras creencias. Dios  siempre está poniendo a prueba  Abraham; es la forma judía.  No nos sentimos cómodos cuando no estamos luchando con algún ideal o alguna meta.  Y tampoco tenemos que tener razón.  Nos divierte igualmente descubrir que nos equivocamos acerca de algo que descubrir que teníamos razón.  Es averiguar lo que nos importa.

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