“Soy la lengua que hablo”

Cuando la Academia Sueca fundamentó su decisión de premiar a Saramago con el Nobel dio a conocer la siguiente declaración: “Con sus parábolas sustentadas por la imaginación, la compasión y la ironía, José Saramago nos permite aprehender nuevamente una realidad ilusoria.” Mario Luzzi, el gran poeta italiano tiene razón: “Si no imagina, el pensamiento ignora”.

Pocos saben que Saramago inició su carrera literaria en territorio de la poesía. Casi nadie, que es un excelente dramaturgo. Él mismo hace lo posible para no dar relieve a su producción teatral: “Si alguien me pregunta a qué me dedico, respondo que soy novelista. No se me pasa por la cabeza definirme como dramaturgo”. ¿Tiene razón? En 1979, la Asociación de Críticos Portugueses consideró La noche, su obra estrenada ese mismo año, como la mejor pieza teatral dada a conocer en ese momento en Portugal. Pero es cierto que sólo la narrativa habría de consagrarlo internacionalmente. Son tres, en este sentido, las obras que le dieron fama e impusieron su figura a la crítica literaria: Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis y La balsa de piedra. Todas ellas son bien conocidas por el público local aficionado a la novela. Quiero, por eso, detenerme tan sólo en la última. La balsa de piedra es, a mi juicio, el libro que mejor permite fundamentar las convicciones estéticas de Saramago y su concepción de la historia.

En ocasión de aquella visita de 1988 a Buenos Aires, Saramago dijo también: “Se trata de hacer una revisión de la historia y la literatura puede hacer esto con más libertad que la historiografía. Mucho más en un momento como éste en el que desaparecen los géneros literarios y en el que la novela pasa a ser el medio de expresión más elástico”. La balsa de piedra parece ejemplificar acabadamente esta visión de la novela como un corpus literario poliformo, sinfónico, abarcador.

El 10 enero de 1989, en declaraciones al Jornal de Letras de Lisboa, Saramago expresó: “Esta novela –La balsa de piedra– en que aparto la Península Ibérica de Europa es, ni hace falta decirlo, efecto último de un resentimiento histórico. Probablemente sólo un portugués podría haber escrito este libro. Pero su autor declara que estaría listo para hacer regresar del mar la balsa errante, tras haber aprendido algo con esa navegación, si Europa, reconociéndose incompleta sin la Península Ibérica, hiciese pública confesión de los errores cometidos, injusticias y desprecios. Ya que, si de mí se espera que ame a Europa como a mi propia madre, lo mínimo que le puedo exigir es que ella ame a todos sus hijos por igual y, sobre todo, que por igual los respete a todos”.

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Dr. Ahmad Youssef (Hamás ) – "La crisis actual fortalece a Hamas”

Ahmad Youssef, que hasta hace un tiempo era un cercano colaborador del Premier de Hamas en Gaza Ismail Haniyeh, lo secunda ahora en su otro cargo, el de Ministro de RREE. A casi tres años del golpe en Gaza con el cual terminó el poder compartido con la Autoridad Palestina, y en medio de la crisis actual, el Dr. Youssef analiza la situación interna y regional en esta entrevista telefónica a Gaza.

P: ¿Cuál cree usted que será el resultado de la situación actual, en lo relacionado a la posición de Hamas en Gaza?

R: Creo que esta situación fortalece la posición de Hamas ya que ahora todo el mundo habla de la necesidad de levantar el bloqueo.

P: ¿Tiene confirmación sobre la intención del Primer Ministro de Turquía Erdogan de hacer lo mismo?

R: No, por ahora no, pero también hemos recibido esa información. No sabemos si su intención es venir a Gaza por tierra o a través de Egipto. Nos gustaría que vengan también Chávez y Lula Da Silva, gobernantes latinoamericanos que se interesan por el pueblo de Gaza, especialmente Chávez, al que respetamos y honramos mucho.

P: Cuando se habla de la situación en Gaza, hay gente que distingue entre el pueblo palestino que allí vive y la organización Hamas en si. ¿Comparte usted esta distinción? No son sinónimos....
R: Yo creo que la sanción del bloqueo debilita la situación general. No es que fortalezca al gobierno sino que hace que la gente piense que el tenemos razón. Por eso aumenta el apoyo a Hamas...

P: No es eso lo que muestran las encuestas.

R: Es eso lo que sabemos claramente aquí en Gaza. Pero en general, el bloqueo es malo para todos.

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La más reciente novela de Armando Romero

LA RUEDA DE CHICAGO O LA CRISIS DEL ETERNO RETORNO

“La rueda de Chicago” es la culminación de un ciclo de narrativa urbana destinado a convertirse en importante referencia de la novela latinoamericana de fines del siglo XX y principios del XXI.

Más allá del insoslayable antecedente representado en Argentina por Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900-1942), la moderna narrativa urbana latinoamericana fue fundada en 1950 por Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-Madrid, 1994) en la monumental novela “La vida breve”.

Bajo diversos influjos, entre los que no resulta menor el de William Faulkner (New Albany, 1897-Oxford, 1962) y su invención de Yoknapatawpha County, y entre los que también hay que contar la obra del advenedizo francés Ferdinand de Céline (París, 1894-1961) Juan Carlos Onetti crea, diseña, dibuja literariamente una ciudad paradigmática que bautiza Santa María, mezcla de Buenos Aires y Montevideo, pero a la vez radicalmente diferente de ambas.

CAMBIO EN EL ESPACIO NARRATIVO URBANO


La Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez, la Lima de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, el París latinoamericano de Julio Cortázar en “Rayuela”, junto a la Santa María onettiana marcan la mitad del siglo narrativo en el continente, y tal vez un poco más allá, hasta entrados los convulsionados ’60.

Pero es en el último tramo del siglo XX y el inicio del XXI donde aparecen muchas obras notables que fundan la transformación del corpus narrativo continental hacia los parámetros propios de la “global village”.

Estas obras ficcionales presentan como variables signos característicos de los tiempos que suceden a la Modernidad y recrean el espacio urbano en una complejidad relacional que supera la condición estática y de contigüidad verificable en las obras clásicas anteriores.

La condición nómada, errática, es una de las características incipientes de los personajes de estas novelas.

En ese importante grupo de obras surgidas durante la última parte del siglo XX y la primera del siglo XXI se ubican las tres novelas de Armando Romero (Cali, 1944): una trilogía bizarra y exacta que da cuenta de un escenario móvil y en perpetua mutación en la que los personajes emprenden epopeyas minimalistas que en conjunto conforman buena parte del friso de las postrimerías de la Modernidad y preparan el pasaje hacia la breve post-modernidad y luego hacia la condición contemporánea que ahora Lipovesky ha dado en llamar “híper modernidad”.

Esta trilogía se inicia con “Un día entre las cruces” (Bogotá, 1993), sigue con “La piel por la piel” (Caracas, 1997) y culmina en la apoteosis sorprendente de “La rueda de Chicago”.

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La tribalización de Israel

Un conflicto local, en una escuela primaria de niñas de un asentamiento no muy grande, lleva al país a uno de sus conflictos internos más graves y pone sobre el tapete una cuestión existencial que la prudencia política había sabido eludir hasta hoy

El centenar de miles de ortodoxos que salieron a manifestar en Jerusalén acompañando a los padres de las alumnas enviados a prisión por la Corte Suprema de Justicia no se pronunció a favor o en contra de la discriminación étnica en dicha escuela, ni si la solución deben ser la integración o la existencia de colegios separados según extracción comunitaria, sino que ascendió un peldaño más en el debate acerca de la primacía de la legislación: “Cuando hay conflicto entre la ley del país y la “halajá” (la jurisprudencia religiosa), ¿cuál debe primar?”

Si el debate se cerniera sobre leyes del país que explícita o implícitamente violan un mandamiento bíblico, es de suponer que no se llegaría a hechos concretos, ya que es difícil imaginar a la Knesset votando una ley que obligue a ciudadanos del país a violar sus creencias religiosas.

Pero a pesar de invocar repetida y fervorosamente el nombre del Todopoderoso y su Pentateuco, la cuestión que moviliza a todo el sector ortodoxo es muy distinta: “¿Quién está autorizado para dictar sentencia en cuestiones que hacen a la vida de la persona religiosa?” Si Israel aceptó desde su comienzo, porque no había alternativa real posible, que en cuestiones matrimoniales, la vida de los ciudadanos se rigiera por tribunales religiosos y no civiles, el razonamiento sigue: ¿Por qué en cuestiones educativas debe ser distinto? (No está demás recordar que en la visión ortodoxa de la vida la finalidad del matrimonio es engendrar y educar hijos).

Aunque constituye aún solo el 10% del electorado, el peso político del sector ortodoxo ha ido en continuado aumento, ya que vota en bloque, crece continuadamente, y ha sabido posicionarse como el fiel de la balanza para quien quiera formar gobierno en la fragmentada escena política del país.

Cada vez más, la sensación de fuerza, unida a la debilidad manifiesta de los partidos políticos laicos de gobierno, que parecen dispuestos a pagar cualquier precio en política interna con tal de obtener el visto bueno de los partidos ortodoxos para su política exterior, lleva a incrementar las demandas religiosas (invariablemente en nombre del “judaísmo verdadero” y no de un sector) mucho más allá de las subvenciones económicas y las exoneraciones de obligaciones como el servicio militar.

Lo que hace encender las alarmas en el presente episodio es la unanimidad de voces en el liderazgo ortodoxo pronunciándose en contra del Poder Judicial laico (y el que el Juez que presidiera el tribunal lleve kipá tejida solo los enfurece más) y a favor no sólo de la supremacía de los tribunales religiosos sino de su exclusividad en cuestiones que hacen a la vida religiosa. El que diputados y ministros del gobierno se pronuncien en contra de la autoridad de los tribunales nacionales es amenazante para el futuro de Israel, ya que el concepto “vida religiosa” puede ser extendido a cualquier orden de la vida: si se abren estacionamientos (¡fuera de los barrios ortodoxos!) en Shabat en Jerusalén, si se pueden mover tumbas desconocidas de miles de años para construir una sala de emergencias protegida ante cohetes en el hospital de Ashkelon, si habrán autobuses con secciones separadas para hombres y mujeres, si mujeres pueden presentarse como candidatas en elecciones municipales de circunscripciones de población ortodoxa, si se enseñarán matemáticas y derecho civil en escuelas ortodoxas financiadas por el estado, etc. etc., y todo eso por encima de las renuncias que el país ya ha hecho en temas religiosos, aún cuando afecten a la vida de los ciudadanos que piensan de modo distinto.

El tema de la supremacía de la ley religiosa sobre la nacional no acaba aquí: se suceden los episodios en que soldados consultan a sus rabinos acerca de si acatar órdenes de sus mandos cuando se refieren a acciones en los territorios ocupados, ya sea de evacuar asentamientos ilegales o proteger derechos civiles de palestinos, y cada vez son menos aislados los casos de “rabinos” que pronuncian veredictos “de la Torá” en contra de la ley civil.  

Los partidos políticos laicos se comportan vergonzosamente a este respecto: ninguno se anima a proclamar la supremacía de la legislación nacional frente a la religiosa. Ninguno presenta una visión de sociedad plural y multifacética en la cual el derecho particular a la libertad de culto sea celosamente protegido, sino que cortejan y adulan a los líderes rabínicos (quienes a duras penas pueden ocultar su desprecio) e intentan convencerlos que la plataforma política que promueven es la que más favorece en última instancia a los intereses de la minoría ortodoxa.

El modelo de extracción de concesiones no es por supuesto propiedad exclusiva de los sectores ortodoxos, quienes agregan que ni siquiera lo han inventado, sino que se han plegado a las reglas del juego que otros sectores impusieron antes de ellos.

Desde el punto de vista del país, la disposición de los gobernantes de turno a aumentar la autonomía de distintos sectores (a los ortodoxos se les pueden sumar los colonos, los inmigrantes de la ex Unión Soviética, los árabes, los bruzos y beduinos, los descendientes de inmigrantes marroquíes, etíopes, etc. etc. hasta el cansancio, dependiendo sólo de la efectividad del sector en consolidar y utilizar una fuerza electoral) nos aleja de la visión de un país unido, “el crisol de las diásporas”, y nos lleva a un mosaico de difícil convivencia entre las partes que lo componen.

Sin una visión social unificadora (ya que los hechos demuestran que el fundamentalismo territorial de los colonos no generó apego ni identificación en la mayoría de la sociedad, y la mayoría de la clase política, Benjamín Netanyahu incluido, comprende que es irrealizable), y en una atmósfera socioeconómica que prioriza el enriquecimiento individual, Israel deriva rápidamente hacia una colección de tribus alineadas bajo una bandera y un ejército comunes.

Desde el punto de vista de la mera supervivencia, quizás sea posible mantener a largo plazo un equilibrio tal, pero en lo que se refiere al sueño del renacimiento social y nacional del pueblo judío, “la luz para los pueblos”, la creación de un Estado como plataforma para expresar lo mejor y más puro del legado moral y social judío, la realidad en la que entramos no es otra cosa que el fracaso del intento de solucionar como lo definiera Ajad Ha’am, “no sólo los males de los judíos, sino los males del judaísmo”. Una Israel tal no podrá constituir un centro espiritual para los judíos del mundo, y la tribalización se extenderá inevitablemente a las diversas comunidades de la diáspora, cada una según sus creencias y su entender.

En resumen, el fracaso del sionismo laico.

Turquía, Hamas y las “Guerras Mediáticas” del siglo XXI

La acción de la Marina israelí sobre la “flotilla pro-palestina” del pasado lunes 31/05 derivó en un escándalo internacional a gran escala. Si a Israel se le impuso un choque armado que claramente no buscaba, y pudo finalmente detener los barcos que pretendían quebrar su soberanía, ¿por qué para el mundo entero Israel perdió esta batalla?; ¿y por qué Turquía y Hamas se anotan unos tantos a su favor? Un nuevo tipo de guerra está en desarrollo.

Buena parte de las guerras a lo largo de la historia han respondido al interés de los Estados en servirse de resultados mediáticos para objetivos políticos internos (y el Medio Oriente lo ha vivido repetidas veces). Sin embargo, emprender para ello “Guerras Convencionales” implica enormes riesgos para los límites territoriales y la propia estabilidad del régimen.

 Con la proliferación de las “Guerras de Guerrillas” y el “Terrorismo Armado” desde mediados del siglo XX, múltiples Estados apoyaron este método entendiendo que lograban similares beneficios “mediáticos”, pero arriesgando menos. Acertando o fracasando, no estaban en juego ni sus tierras, ni sus tronos. De modo que los ejércitos comenzaron a especializarse en enfrentar también este tipo de desafío.

La aparición desde inicios del siglo XXI de los medios de comunicación globales e instantáneos – que se expresan hoy en aplicaciones como Facebook, YouTube o Twitter posibles de conectar a video-teléfonos portables – han derivado en el surgimiento de un nuevo tipo de lucha aún más rentable: la “Guerra Mediática”. A través de ella se gastan menos recursos, se arriesga aún menos en términos militares y se consiguen mejores dividendos en términos político-estratégicos.

¿Cómo se emprende una “Guerra Mediática”? Veamos el caso reciente. Alcanza con organizar una flotilla de barcos bien equipada y preparar los posibles escenarios de victoria mediática. ¿Los soldados? Una combinación bien variada de activistas radicales pro-palestinos, militantes e immanes pro-Jihad, anarquistas anti-globalización y, por supuesto, entre ellos algún judío “tolerante” (si es israelí mejor). ¿Las armas? Desde la retaguardia, la transmisión en vivo de los canales de televisión. En el frente, celulares de última generación y cámaras de video, todos prontos para traspasar rápidamente la información a los medios de comunicación. Estos se encargarán del resto, mientras en paralelo comienza “espontáneamente” una cadena de manifestaciones de condena en todo el mundo.

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Un dios salvaje

"Un Dios salvaje" tiene título de tragedia, pero no hay llantos en
ella. La obra es de la misma autora que escribió "Art", la francesaYasmina Reza, y gira en torno a dos parejas de padres que se reúnen aresolver un altercado entre sus hijos. Nada muy complicado, ¿o sí?

La obra está protagonizada por Gabriel "el Puma" Goity, Fernán Mirás, María Onetto y Florencia Peña, y subió a escena en la sala Pablo Picasso del complejo Paseo La Plaza. Está dirigida por Javier Daulte,
que también se encargó de la dirección de "Baraka", y la producción general es de Pablo Kompel.

El planteo es simple: Dos matrimonios se encuentran para resolver un incidente protagonizado por sus hijos pequeños. Civilizados y muy maduros, intentarán aclarar la situación en la que uno de ellos le
partió dos dientes al otro en una pelea en la plaza.

Sin embargo, con la misma agudeza con la que comienza esta “civilizada” conversación de adultos, los tonos de la misma empiezan a cambiar. Sutiles reproches, palabras irónicas, frases cargadas de cinismo, situaciones inesperadas y sentimientos guardados, van aflorando hasta llegar a una discusión abierta incluso entre los mismos miembros de cada pareja. Todos terminan sacando sus demonios internos y sus bajos instintos, y vomitando lo que tienen dentro.

Resulta, pues, una pelea de todos contra todos: los dos matrimonios entre sí, cada pareja con su cónyuge y los hombres contra las mujeres. Afloran reproches, rencores y hasta la violencia física, lo que, sorprendentemente, el público celebra con carcajadas. Tal vez al principio provoque risa, pero lo que pasa en esa especie de jaula de zoo es descorazonador. Además, el final tampoco contribuye a pensar que tenga solución. Una atmósfera cada vez más asfixiante que comparten cuatro grandes de la escena

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Las tres falsedades de Juan Gelman

El poeta y opinologo argentino Juan Gelman ha publicado en Página 12 y en El País su visión sobre lo sucedido con la flotilla pro-Hamás, enviada por la ONG islamista IHH de Turquía, en un artículo titulado ¿Inexplicable? Gracias a su manifiesto, Gelman nos obliga a refutar tres supuestos. El primero: el origen judío de una persona, como el presente autor, no asegura un inalienable apego a la razón y un encumbramiento del intelecto. La obsesión paranoica de Gelman hacia Israel es, como poco, primitiva. En anteriores ocasiones, el susodicho había avalado, sin dudarlo un instante, la teoría conspirativa que la CIA y el Mossad estaban detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Un despropósito.

La flotilla; que en un principio fue catalogada por la prensa como “de la paz” o “de la libertad”; ha comenzando a trascender como lo que de verdad fue. Fotos turcas en donde aparecen “pacifistas” armados prestos a acuchillar soldados, cintas de audio en donde los “humanistas” del Mármara le espetan a los soldados que regresen a Aushwitz, el capitán del barco que declaró en una grabación que puede ser vista en youtube que su nave había sido tomada por los islamistas, el hecho que en la única embarcación en donde se produjeron incidentes no cargaba donación alguna… son pruebas contundentes que se trataba de una provocación planificada de una agrupación ligada a Al Qaeda (IHH), situación que reposicionó lo sucedido, por lo menos, entre los más serios dirigentes de Europa y los Estados Unidos.

A Gelman estas pruebas no le interesan. A Gelman poco le sirven estas argumentaciones racionales. Para Gelman: “Las explicaciones oficiales de Tel Aviv son inquilinas del ridículo: los agredidos son agresores y los agresores, agredidos… (y) quienes socorren a palestinos hambreados son cómplices de Hamás primero, terroristas de Hamás después, etcétera. Es vieja, muy vieja, la técnica del victimario victimizado”.

Para Juan Gelman; y para no pocos profesionales de los medios de comunicación que tarde o temprano deberán rendir cuentas de sus pecados por la cobertura de este conflicto y por la no cobertura de verdaderos genocidios; las imágenes teatralizadas y los argumentos ofrecidos por gobiernos y movimientos fundamentalistas islámicos absolutistas son, por lejos, más creíbles que los vertidos por una democracia en donde los periodistas locales crucifican tras demostrar un embuste. Las pruebas ofrecidas por Israel siempre vendrán acompañadas por el calificativo de “supuestas”. Un atentado a la razón. Y es que Gelman menosprecia la razón.

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El devenir mesiánico en el judaísmo

A propósito de Hermann Cohen y Jacob Taubes.

I. La idea mesiánica en el judaísmo es tan presente como la tradición misma: porque hace del pueblo una posibilidad de futuro y de la historia el lugar de la esperanza. La idea mesiánica se ha ido transformando, aunque sin destruir los atributos políticos y nacionales, y se ha convertido poco a poco en una idea más espiritual y universal. La esperanza redentora del pueblo judío como nación consagrada a la ley divina desde los textos bíblicos ha sido universalizada en la palabra de los profetas así como en las mentes más brillantes de la historia judía. Es así como los sueños del pueblo se transformaron con los profetas en los sueños de la humanidad y la redención ya no sólo fue parte del pueblo de Israel y de su tierra, sino de todos los pueblos.

Justamente en estos días, la publicación en nuestro idioma de dos textos fundamentales nos vuelve a consagrar al problema mesiánico. Una selección de los escritos judíos de Hermann Cohen (Mesianismo y razón. Escritos judíos, Ediciones Lilmod) en donde se encuentra su “idea del Mesías”, y la tesis doctoral de uno de pensadores judíos más importantes y controvertidos del siglo XX, la Escatología occidental (Miño y Dávila Editores) de Jacob Taubes. Ambos piensan el mesianismo y el judaísmo de forma singular y problemática acorde a su tiempo, con la herencia de la historia y la singularidad de sus búsquedas.

Cohen, quien naciera en Coswig en 1842 y muriera en Berlín en 1918, comenzó sus estudios para rabino en el Seminario de Teología Judía de Breslau, dejándolos incompletos para dedicarse a la filosofía. Tras su paso por las universidades de Breslau, Berlín y Halle, enseña en Marburgo en la cátedra que tiempo más tarde heredaría Martin Heidegger. Allí construye su sistema filosófico llamado “idealismo crítico” y, luego de tres décadas de enseñanza universitaria, en 1912 se trasladaría a Berlín impartir sus lecciones sobre judaísmo y filosofía en la Escuela de la ciencia del judaísmo. Es uno de los filósofos y pensadores más importantes de la Modernidad, aunque en el eclipse que significó la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto su pensamiento, que se instaló en el pasaje del siglo XIX y el periodo de entreguerras intentando conciliar filosofía y judaísmo, se viera desarticulado por los acontecimientos de la historia. A pesar de ello, su proyecto filosófico que pensó a Oriente y Occidente por un mismo camino en el paradigma de lo judío y lo germano, encontró tiempo más tarde sus semillas en pensadores como Franz Rosenzweig, Ernst Cassirer, Martin Buber, Emmanuel Levinas o Leo Strauss.

En sus escritos judíos hay una búsqueda por pensar el problema de la correlación de Dios y el hombre; así como también el Estado y la religión, la justicia y lo moral o hasta el conflicto con el sionismo de su tiempo, desde las fuentes bíblicas, talmúdicas y el pensamiento profético hasta la tradición de la filosofía griega. Es así que, desde Platón a Filón y Maimónides, en su crítica a Spinoza y Buber, o en la idea de Mesías y el valor universal de igualdad contenido en el shabat, su pensamiento recorre la preocupación constante por conciliar filosofía y religión, Atenas y Jerusalén, intentando mostrar aquello que hace a la herencia judía en la filosofía occidental y viceversa. Herencia que contiene los fundamentos para pensar en una ética y una política: lo que el mismo llama el socialismo mesiánico.

Por su parte, Taubes (Viena,1923 – Berlín,1987) fue hijo de una prestigiosa familia de rabinos y una de las más importantes figuras intelectuales del judaísmo de la segunda mitad del siglo XX. Discípulo de Gershom Scholem, en su juventud se formó bajo la influencia de la filosofía heideggeriana. En 1943, luego de seguir su formación rabínica, estudió historia y filosofía en Basilea y Zurich, donde defendió, en 1947, su tesis doctoral bajo el título de Escatología occidental. Desde entonces, fue investigador y docente de la Universidad Hebrea de Jerusalén, del Jewish Theological Seminary, de las Universidades de Harvard, Princeton, Columbia University de Nueva York, de la Maison des Sciences de l’Homme de París y, finalmente, catedrático en la Universidad Libre de Berlín, ciudad en la que participó activamente del movimiento estudiantil de los años sesenta.

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Israel y la flotilla turca: el aspecto jurídico

Antes de ser diplomático fui abogado. Muy de vez en cuando, me tocó recibir en mi estudio jurídico a alguno de esos clientes que aún antes de exponer su caso, ya saben dar directivas sobre qué hay y qué no hay que hacer: "Doctor, tenemos que solicitar ya mismo una orden de no innovar"; "hay que demandar a ese desgraciado por no menos de 10 millones", o bien ya saben qué recurso hay que presentar ante quién, o mediante cuáles argumentos se puede rescindir tal contrato. Nunca comulgué con los legos que opinan concienzudamente de profundas cuestiones legales, ni entendí a los jurisconsultos por cuenta propia que tocan Derecho de oído sin saber nada de leyes: nunca se me ocurrió explicarle al mecánico cómo afinar el motor, ni sugerirle a un cirujano con qué bisturí conviene hacer la incisión.

Tuve que acordarme estos días de aquellos pocos clientes sabelotodos, escuchando a tantísimos opinólogos de Derecho Público Internacional, dictando sentencia tan frescos y emitiendo sesudas opiniones jurídicas sobre la legalidad de las acciones de Israel frente a la flotilla turca con destino a Gaza. Da la impresión de que no hubiera acto alguno del Estado de Israel, que cualquier persona no versada no se apresure a tachar automáticamente de ilegal y contrario a derecho internacional. Es más: los sabiondos sobre el accionar de Israel – y no me refiero a las críticas legítimas, que abundan precisamente dentro de la sociedad israelí –  se creen tan profundamente entendidos en la materia como para emitir opiniones jurídicas, que pretenden que con sólo decir "Israel viola el derecho internacional", todos se pongan firmes y les hagan la reverencia. Es que saben que no se les exigirá fundamentar lo que dicen, ni se deberán molestar en citar siquiera una de todas aquellas supuestas fuentes del Derecho que sustentan la acusación a Israel, según la cual su accionar para hacer acatar el bloqueo a Gaza fue ilegal. Y tratándose de Israel, que siempre tiene la culpa de todo hasta que no pruebe lo contrario, ni siquiera se le ofrecerá la posibilidad de explicar su proceder.

No debe existir otra nación en el mundo que se autoexamine tan minuciosamente, o que se asesore jurídicamente antes de dar cada paso, como lo hacen el Gobierno y la administración israelíes. Aunque más no sea por el mero hecho de saber que su accionar será automáticamente tildado de ilegal. Quisiera presentar entonces a continuación, el marco jurídico que fundamenta la imposición de un bloqueo marítimo por parte de Israel a la Franja de Gaza, y que le permite actuar para garantizar su cumplimiento efectivo.

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La flotilla de Gaza y los límites de la fuerza

Durante 2.000 años los judíos conocieron el poder de la fuerza exclusivamente en forma de azotes sobre sus espaldas. Desde hace varios decenios, también nosotros somos capaces de emplear la fuerza. Pero ese poder, una y otra vez, nos ha emborrachado. Una y otra vez, pensamos que podemos resolver cualquier problema con el que nos encontramos mediante la fuerza. Si tienes un gran martillo, dice el proverbio, todo te parece un clavo.

 Israel vive obsesionado con su poderío militar. Si no consigue algo por la fuerza, emplea una fuerza aún mayor

Un pacto sería mejor que el arbitrismo del proyecto de Sanidad.

En el periodo anterior a la fundación del Estado, una gran parte de la población judía en Palestina no entendía los límites de la fuerza y pensaba que podía emplearse para conseguir cualquier objetivo. Por fortuna, durante los primeros años de Israel, líderes como David Ben-Gurion y Levi Esh-kol supieron muy bien que la fuerza tiene sus límites y tuvieron cuidado de no sobrepasarlos. Sin embargo, desde la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel vive obsesionado con la fuerza militar. El lema es: lo que no puede hacerse por la fuerza puede hacerse utilizando una fuerza aún mayor.

El sitio al que tiene sometido Israel a la franja de Gaza es una de las repugnantes consecuencias de esta opinión. Se apoya en la idea equivocada de que es posible derrotar a Hamás con las armas o, más en general, de que se puede aplastar el problema palestino, en vez de resolverlo.

Pero Hamás no es solo una organización terrorista. Es una idea desesperada y fanática que surgió de la desolación y la frustración de muchos palestinos. Y nunca se ha derrotado ninguna idea por la fuerza; ni sitiándola ni bombardeándola, ni aplastándola con carros de combate, ni con una incursión de comandos. Para derrotar una idea hay que ofrecer otra mejor, más atractiva y aceptable.

La única forma que tiene Israel de acabar con Hamás es llegar rápidamente a un acuerdo con los palestinos sobre el establecimiento de un Estado independiente en Cisjordania y la franja de Gaza según las fronteras de 1967, con capital en Jerusalén Este. Israel debe firmar un tratado de paz con Mahmud Abbas y su Gobierno para reducir el conflicto palestino-israelí a un conflicto entre Israel y la franja de Gaza.

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