La más reciente novela de Armando Romero

LA RUEDA DE CHICAGO O LA CRISIS DEL ETERNO RETORNO

“La rueda de Chicago” es la culminación de un ciclo de narrativa urbana destinado a convertirse en importante referencia de la novela latinoamericana de fines del siglo XX y principios del XXI.

Más allá del insoslayable antecedente representado en Argentina por Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900-1942), la moderna narrativa urbana latinoamericana fue fundada en 1950 por Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-Madrid, 1994) en la monumental novela “La vida breve”.

Bajo diversos influjos, entre los que no resulta menor el de William Faulkner (New Albany, 1897-Oxford, 1962) y su invención de Yoknapatawpha County, y entre los que también hay que contar la obra del advenedizo francés Ferdinand de Céline (París, 1894-1961) Juan Carlos Onetti crea, diseña, dibuja literariamente una ciudad paradigmática que bautiza Santa María, mezcla de Buenos Aires y Montevideo, pero a la vez radicalmente diferente de ambas.

CAMBIO EN EL ESPACIO NARRATIVO URBANO


La Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez, la Lima de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, el París latinoamericano de Julio Cortázar en “Rayuela”, junto a la Santa María onettiana marcan la mitad del siglo narrativo en el continente, y tal vez un poco más allá, hasta entrados los convulsionados ’60.

Pero es en el último tramo del siglo XX y el inicio del XXI donde aparecen muchas obras notables que fundan la transformación del corpus narrativo continental hacia los parámetros propios de la “global village”.

Estas obras ficcionales presentan como variables signos característicos de los tiempos que suceden a la Modernidad y recrean el espacio urbano en una complejidad relacional que supera la condición estática y de contigüidad verificable en las obras clásicas anteriores.

La condición nómada, errática, es una de las características incipientes de los personajes de estas novelas.

En ese importante grupo de obras surgidas durante la última parte del siglo XX y la primera del siglo XXI se ubican las tres novelas de Armando Romero (Cali, 1944): una trilogía bizarra y exacta que da cuenta de un escenario móvil y en perpetua mutación en la que los personajes emprenden epopeyas minimalistas que en conjunto conforman buena parte del friso de las postrimerías de la Modernidad y preparan el pasaje hacia la breve post-modernidad y luego hacia la condición contemporánea que ahora Lipovesky ha dado en llamar “híper modernidad”.

Esta trilogía se inicia con “Un día entre las cruces” (Bogotá, 1993), sigue con “La piel por la piel” (Caracas, 1997) y culmina en la apoteosis sorprendente de “La rueda de Chicago”.
UN HÉROE MINIMALISTA

En este último título, la rueda de la historia privada de Elipsio, héroe minimalista, personaje central, eje entrañable e indudable de la acción, inicia una nueva vuelta completa, un nuevo ciclo, al comenzar buscando a Lamia, una antigua amante que había tenido en la ciudad de Cali, Colombia, donde en realidad se había originado mucho antes el primer giro de la maquinaria narrativa.

El itinerario del colombiano autoexiliado Elipsio por la paradigmática ciudad del hampa y la corrupción mezcla la línea de una historia de amor con el desarrollo de un thriller crudo, donde los atentados explosivos de grupos portorriqueños independentistas se hacen sentir en una atmósfera humorística pero también pesadillesca.

La recorrida de este héroe minimalista que sólo en forma paródica recuerda los atributos del clásico héroe griego, se da por antiguos mataderos abandonados, por morideros o antros donde los negros se hartan de música y droga mientras surrealistas de toda laya, beatniks y hippies en  desarrollo incipiente llevan a cabo su fiesta rara. El movimiento de la rueda vital de Elipsio (su nombre es una clave evidente que alude a una “trayectoria”  cerrada pero excéntrica) prosigue por barrios latinos y guetos negros  y alterna de vez en cuando por barrios elegantes y por el centro de la ciudad, donde en las altas y lujosas torres se hacen y deshacen  los negocios más jugosos de los Estados Unidos.

En la primera de las novelas de la trilogía, “Un día entre las cruces”, la ciudad es la colombiana Cali y las mentalidades que allí comparecen son tributarias más o menos lejanamente de la conmoción que sucedió al “bogotazo” de 1948; en “La piel por la piel” aparece la venezolana Mérida abierta al mundo y cosmopolita, sede de un movimiento de renovación y revulsión formidables, donde la contradicción es privilegiado sustrato literario y, tal vez, una forma “dadaísta” (“nadaísta” en términos venezolano-colombianos) de la dialéctica.

Pero es en “La rueda de Chicago” donde la gran ciudad del norte, la ciudad de los hampones y del gran arte universal, la ciudad de los gangsters, de los inmensos mataderos abandonados y de los náufragos fantasmas del lago Michigan se convierte en escenario de un singular movimiento insurreccional que hace detonar sus artefactos explosivos en medio de una atmósfera donde el mejor jazz y el mejor blues del universo son mucho más que la banda sonora de un film destinado a ganar todos los Óscares de Hollywood.

LA FUNDACIÓN MÍTICA DE  CHICAGO

Para el lector rioplatense es útil acotar que se llama “rueda de Chicago”  a la rueda gigante de un parque de diversiones. El invento es estadounidense y las primeras “ruedas gigantes” fueron construidas de madera, precisamente en Chicago. Le siguieron las de hierro y finalmente las de acero y coloridas luces de neón.

Desde el inicio, el ejercicio de la intertextualidad es muestra de la maestría y humor  que campea en la novela, cuando se “parafrasea” a Borges y su legendaria “Fundación mítica de Buenos Aires”. Dice al comienzo, el inefable  Livio Contreras, a propósito del origen de Chicago:

“-La fundación mítica de esta ciudad se hizo sobre la mierda de los puercos y las vacas –volvía literario Livio y agregó-: Ahí ves los fantasmas de ellas cagando muertas de miedo frente a ese punzón final. ¿No creés vos que a Borges se le puede oler la bosta entrelíneas? Hay un poco de caca por todos lados.”

Armando Romero es una suerte de visionario, un conquistador “al revés”: se adueña de Chicago, la hace suya desde abajo, desde el nivel de la acera, hace pasear  por sus calles un conjunto de personajes diseñados  desde y en una marginalidad que permite los grados de libertad necesarios para que la ciudad ancha y ajena se vuelva espacio de destierro, drama y humor, espacio latinoamericano reconquistado en el ámbito de lo “glocal” (global y local).

Chicago 1970, en “La rueda de Chicago”, representa una posibilidad de encontrar lo más profundo de la identidad latinoamericana en el “otro” hemisferio. Es imposible dejar de seguir con obsesión y pasión los pasos de Elipsio por las calles de grandes edificios y African americans apaleados y dealers. Los “Portorricans”, por su parte, son materia concisa, humano elemento narrativo que el “autor textual” alienta para que acuse recibo de su impacto el “narratario”, más allá de toda la parafernalia teórica de un Genette,  para goce del lector y mayor gloria de la literatura continental.

 Romero reconstruye una época de la ciudad en la que todavía no se había inaugurado el parque “Millenium”, en la que no existía la colosal escultura del “bean”, el frijol o fríjol metálico donde hoy se fotografían miles de turistas. La de Romero es una Chicago dura y pura donde un desterrado latinoamericano decide inventar el destino y asumir el asombro ante la vida como programa y como proyecto estético.

EL HUMOR COMO ARMA

En otro orden, "La rueda de Chicago" es una novela ágil y divertidísima: el humor no es sólo una característica de estilo, es un arma expresiva colosal en manos del autor. Abundan las escenas en que uno llora de risa, y es curioso, pero a esas escenas desternillantes siguen secuencias en las que Romero, como un singular  Midas contemporáneo, consigue trocar la risa en reflexión, de manera que la sorpresa está a la vuelta de cada página, en cada giro de la rueda de este parque de diversiones literario que es también ensayo sobre la condición humana contemporánea. Y ese efecto narrativo es oro para el lector. Ese prodigio de humor y pensamiento en la misma obra no es nada común en un tiempo en que abundan las bagatelas y las sagas de pacotilla que la industria editorial lanza sin solución de continuidad.

“La rueda de Chicago” es, literalmente, vértigo y vuelta al origen, goce y sobresalto, epopeya urbana minimalista, el motivo del eterno retorno magistralmente ironizado, puesto en entredicho, vertido en una prosa excepcional y plena.
 

LA RUEDA DE CHICAGO de Armando Romero. Villegas editores. Bogotá, 2009. 424 págs. 

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