Invictus

"Yo soy el amo de mi destino. Yo soy el capitán de mi alma". Con estos versos de la literatura inglesa, Nelson Mandela aprendió a ser libre durante los 9.000 días que estuvo encarcelado en tiempos del Apartheid, y con esas palabras supo conducir a un país por las vías de la reconciliación y del perdón.

Un equipo de rugby, de blancos, detiene su entrenamiento un instante para contemplar malhumorado como el coche de Mandela avanza por la carretera, al mismo tiempo que una jauría de muchachos negros le aclaman como un héroe, antes de que se convierta en el primer presidente de la República Sudafricana elegido democráticamente.

De las muchas cosas que ha hecho Mandela, Invictus se centra en su relación con el equipo nacional de rugby, los Springbocks, un equipo que simbolizaba los ideales y las pasiones de la minoría blanca, y que Mandela decidió tomar como represente de una nación dividida y aparentemente imposible de reconciliar.

Invictus nos muestra como el deporte puede conseguir milagros, y cómo Mandela utilizó el mundial de rugby para intententar cohesionar a un país. Es una película cargada de buenas intenciones, quizás demasiado. Tanto que, como decía, casi parece una ficción moralizante sobre el perdón.

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La atadura imposible

Hay quien sostiene que la filosofía tiene como propósito el hallazgo de las verdades últimas que explican la estructura fundamental de lo real. Pero hay quien sostiene que esas verdades no existen y que por ello la filosofía es la búsqueda de lo imposible. Una búsqueda que prioriza la incomodidad de la pregunta a la seguridad de la respuesta, la apertura al dogma, lo creativo a lo cerrado. La filosofía es un ejercicio para la muerte, decía Platón: no explica qué hay más allá de esta vida, pero nos prepara para llegar al final con el hábito de saber que, en términos absolutos, no sabemos nada. La palabra filosofía, en griego significa “amor al saber”, y amar, dice Platón, es la búsqueda de un faltante, de una carencia. Los filósofos buscamos lo que nos falta, y por eso no somos sabios, solo tendemos a la sabiduría. Buscamos aquello que sabemos que no vamos a alcanzar.

Perseguimos lo imposible. Convertimos a la filosofía en un arte, en una creación de perspectivas, en un impulso interpretativo. Lo imposible nos hace posible interpretar. Si lo real mismo carece de certeza última, todo es midrash. Todo. No solo los textos, sino toda la realidad misma. O dicho de otro modo, lo real se presenta a nosotros como un texto a interpretar, y cuantas más perspectivas abramos, más lo enriquecemos. Leer un texto desde el literalismo, esto es suponiendo que posee una única interpretación, no es alcanzar su verdad oculta: solo es imponer una de sus lecturas posibles como si fuese la genuina. Cuando Abraham, según cuenta la tradición, rompe los ídolos de piedra que se adoraban en su lugar natal, denuncia en ese acto todo intento de idolatría. El Dios que lo convoca lo inspira a la búsqueda y lo compele a abandonar lo seguro, a resignar la certeza. El Dios que lo convoca, por el contrario, es invisible y es pura voz, es una invitación a la interpretación. Nuestro pueblo nace de ese gesto: ¡vete! ¡lej, lejá!, como quien se embarca a un peregrinaje sin fin, como quien se entrega a la errancia de la duda, como quien abandona la certeza por descubrirla cómoda.

Nuestro Dios, nuestro Libro, nuestro pueblo también pueden transformarse en ídolos de piedra, en la medida en que renunciemos a su carácter interpretativo. Así opera todo literalismo cuando endurece las lecturas privándolas de diversidad. Pero Abraham fue hebreo, decidió cruzar y emprender una búsqueda solo motivado por una voz. Y una voz es un texto al que hay que interpretar. Y de la palabra voz en latín (vox, vocis), viene vocación, y también convocar, y también provocar. Así provocó Dios de nuevo a Abraham con otro ¡lej, lejá! en Bereshit 22, 2 diciéndole: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Itzjak y vete (lej, lejá) a la tierra de Moriáh y ofrécelo allí como holocausto sobre uno de los montes que Yo habré de indicarte”. Otra vez salir del lugar seguro y emprender un camino, otra vez la opción de quedarse a resguardo. Pero Abraham eligió otra vez, fue hebreo, cruzó de nuevo. Bereshit 22 comienza anticipando lo más importante del relato: “Dios sometió a prueba a Abraham”. Todos nosotros sabemos desde el inicio que el sacrificio pedido no es real, que es una prueba; todos, menos Abraham.

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El abismo entre la crítica y la realidad

Israel puede equivocarse. Israel puede hacer cosas mal. No es cuestión de mera teoría. Lo hace, en la práctica.  Sin duda, no es un país de hadas ni sus gobernantes son ángeles infalibles siempre motivados por intenciones totalmente puras.  Por lo tanto, es legítimo criticarle cuando no se está de acuerdo. Pero una cosa es la critica que se ejercita en el marco de la libre discusión de ideas en una sociedad democrática-lo cual puede ser el país mismo o la gran aldea global que es el mundo de hoy-y otra muy diferente es lo que se da hoy en la realidad .

Hoy, a menudo, lo que se presenta como legìtima crítica, es un inaceptable intento de quitar legitimidad al propio Israel.

Hoy, los peores críticos de Israel, los más anti democráticos , son los que más enarbolan en sus planteamientos las banderas que de hecho jamás pueden representar. Hablan en nombre de la libertad, de la dignidad humana, de los derechos humanos, y no tienen siquiera la capacidad –por supuesto tampoco el deseo-de deliberar dignamente.  

El fenómeno no es nuevo, pero se ha agudizado gravemente en los últimos años.  Grupos e individuos que defienden a regímenes reaccionarios, autoritarios y coartadores de las libertades más básicas de sus ciudadanos, salen a atacar a Israel como sinónimo del mal sobre la Tierra, pero presentándose a si mismos como luchadores por la auténtica dignidad humana.

Se lo ha visto nuevamente en recientes presentaciones de figuras israelíes en universidades británicas y norteamericanas. En Gran Bretaña, le gritaron al Vice Canciller israelí Danny Ayalon “asesino” , interrumpiendo sin cesar una alocución, a la que por supuesto había sido invitado. De fondo, alguien también se encargó de agregar una frase que demuestra la verdadera intención de los matones disfrazados de estudiantes preocupados por los derechos palestinos: “Itbah al Yahud!”, gritaron- “maten a los judíos”.Todo, claro, en nombre del libre discurso.

En Estados Unidos, estudiantes musulmanes en una universidad, se hicieron presentes en la sala destinada a una conferencia de Daniel Taub, asesor legal de la Cancilleria israelí. No lo dejaban hablar. Cada varias frases, gritaban,insultaban, interrumpían. Taub les exhortó a plantear todas las preguntas que deseen, cuando llegue el momento de dar la palabra al público para expresar sus inquietudes. Claro está que nadie aceptó. Lo que querían no era recibir respuestas, sino insultar, no dejar que se oiga la posición de Israel.

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Eduardo Vernazza y el candombe uruguayo

Con motivo del Centenario del dibujante y pintor Eduardo Vernazza, la Asociación de Pintores y Escultores del Uruguay hace una exposición homenaje al artista en el Cabildo de Montevideo, a partir del 20 de febrero a las 12 horas. Este homenaje se celebra con los auspicios de la Embajada de la Federación de Rusia.

Eduardo Vernazza

Eduardo Vernazza (1910 – 1991) es un dibujante y pintor  que,  durante cerca de  sesenta años, capta la vida cotidiana y los paisajes de Uruguay. A través de sus dibujos, publicados en el diario El Día,  percibe la complejidad de la sociedad montevideana: la clase media, la gente de los conventillos, los que andan en los carritos, los vagabundos.

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La paranoia

Spregelburd reconoce a Ricardo Bartís, Daniel Marcove, Mauricio Kartún y el catalán José Sanchis Sinisterra como sus maestros. Integró en 1996 con Javier Daulte y Alejandro Tantanián el grupo Caraja-ji. De allí salió la multipremiada obra La escala humana.

En los últimos años Rafael Spregelburd, figura sobresaliente de la renovación teatral argentina, apuesta a un teatro cómico-satírico de enorme potencia política. El éxito de cartel de “Acassuso” en 2007 y 2008, sumado a la flamante edición de “Bizarra” (obra teatral de quinientas páginas estrenada en 2003), hablan de la vigencia de un autor provocador.

Spregelburd es un “teatrista”, es decir, un artista vinculado a diferentes roles de la actividad escénica, a la par actor, dramaturgo, director, traductor, teórico. Llega a la escritura dramática muy joven, hacia 1990, impulsado por su deseo de ser actor, y comienza a escribir para actuar.

Escribe para dirigir(se). La textura literaria de sus obras se manifiesta atravesada por ese carácter múltiple: Spregelburd escribe como dramaturgo (en el sentido tradicional de “escritor de gabinete”), pero también como director, como actor, incluso como traductor. De esta manera los textos que elabora a priori (antes e independientemente) de la puesta en escena, luego son sometidos por el mismo Spregelburd a procesos de reescritura en el espacio, desde el cuerpo de los actores seleccionados y la intensidad que entablan en sus vínculos escénicos.

Ha teorizado sobre los principales procedimientos que, a su juicio, animan su teatro: la huida del símbolo, la imaginación técnica, la multiplicación de sentido, el atentado lingüístico como atentado al paradigma causa-efecto, la fuga del lenguaje, la desolemnización del objeto, el procedimiento reflectafórico, la discusión del teatro como producción burguesa.
Pero no toda su producción tiene el mismo registro. Spregelburd va acentuando en su teatro la percepción de otra realidad, no lingüística, que acaso podríamos llamar la realidad de lo “real” –retomando sus propias palabras– o realidad metafísica. Es el teatro del grado cero de la utopía, a partir del que empezar a imaginar otra vez: Spregelburd no dice cómo debemos pensar, sólo invita a pensar nuevamente porque es indispensable. La operación política y poética puede sintetizarse: demolición, sustitución y vacancia.

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El eje Chávez-Ajmadineyad: más semejanzas que diferencias

Una vez cada tantos meses, somos testigos de los escarceos amorosos, los besuqueos y arrumacos entre Hugo Chávez y Majmud Ajmadineyad, una vez en Caracas y la siguiente en Teherán. "Ajmadineyad seguramente adora el Trópico", escribió irónicamente el Miami Herald. Los elogios exuberantes y melosos, la firma compulsiva de decenas de tratados multimillonarios, y ese romance exagerado y antinatural entre la "república islámica" y la "república bolivariana", hacen imperioso cuestionar qué intereses unen a dos personajes tan disímiles –un comunista y un fascista; el uno anticlerical hasta el tuétano, el otro fanático ultrarreligioso arropado por clérigos recalcitrantes– y que representan a dos países tan distantes como diametralmente distintos.
Una observación detallada sugiere que a pesar de las gruesas y profundas diferencias entre el país caribeño y la nación persa, por las que sus relaciones fueron meramente formales hasta el advenimiento de Ahmadineyad en 2005, es cada vez más lo que une a sus actuales dirigencias. Mucho más que el sol del Caribe.

La similitud Chávez-Ajmadineyad se pone inmediatamente de manifiesto en vista de las tácticas comunes adoptadas por uno y otro. Para ambos, el sufragio popular no ha sido más que un instrumento necesario para hacerse con el poder, luego de lo cual “los que votan se botan” cual trasto viejo. Si acaso sendos presidentes gozaron en un principio de "legitimidad de origen", ambos acabaron perdiendo por completo todo esbozo de "legitimidad de ejercicio" en vista de los variopintos métodos ejercidos para aferrarse del poder a toda costa y a cualquier costo: conculcación de libertades elementales y derechos básicos, adulteración de resultados electorales, avasallamiento de toda oposición, represión despiadada de manifestaciones disidentes, creación de milicias populares que actúan desembozadamente por encima de la ley y tanto más. “Amordazar a la prensa, llenar las prisiones y matar brutalmente a gente que pide pacíficamente el respeto de sus derechos”, escribió los otros días el opositor iraní Mir Hossein Musaví sobre las tácticas del régimen del que formó parte. La oposición venezolana no diría menos que eso.

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Ser o no ser un judío verdadero en el imaginario norteamericano

Fuente: www.haaretz.com
Traducido por Ría Okret

Los judíos estadounidenses de cierta clase social y cultural tienen la escena grabada en sus memorias: el Alvy Singer de Woody Allen en “Annie Hall” en casa de los padres “goishe” de Annie, de repente es visto a través de los ojos de ellos como un jasid, en un largo sobretodo negro y peies.

Es un momento hilarante; Allen imaginándose como es visto por no judíos, regalándonos un gran chiste visual y claro está, capturando en sólo unos segundos la ansiedad del norteamericano de ser “demasiado judío” a pesar de todos nuestros esfuerzos por asimilarnos.

Me pregunto sin embargo cuantos de nosotros compartimos la silenciosa presunción del chiste de “Annie Hall:” que ser jasídico es ser “realmente judío,” ser secular no es realmente judío, y todo lo demás queda en algún punto entre los dos extremos.  Cuantas veces ha puesto nuestra cultura al “Violinista en el tejado” como un ideal judío imaginado: judíos verdaderos en un shtetl verdadero, practicando verdaderas tradiciones judías para el verdadero Dios judío.  No importa que todas estas personas fueron creaturas de la ficción; lo que es más auténticamente judío, creemos muchos de nosotros es la religión antigua, la de antes (un término no judío) de sombreros negros y “la zona de residencia permitida.”

Claro está, que no es que queramos ser los judíos del shtetl de Anatevka – sólo que continuamos viéndolos como los “verdaderos,” y al resto de nosotros, como alguna clase de híbridos o una adaptación.  Por eso persiste en el imaginario judío estadounidense una ansiedad por la falta de autenticidad – que alguien, en algún lugar, es el verdadero judío, pero no lo soy yo.

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Una ética del súper viviente

“RIFKA”, de Anita Luksemburg

Sobre un acontecimiento terrible jamás puede afirmarse que “está todo dicho”.  Precisamente, porque ciertos acontecimientos resultan particularmente difíciles de “poner en discurso” es que se requieren formulaciones nuevas y más profundas, más ajustadas y precisas según pasa el tiempo.

Cada nueva formulación es una resignificación necesaria para crear y fomentar la conciencia cabal de ese acontecimiento, cada nueva formulación debe traducir a la sensibilidad contemporánea las implicancias de ese acontecimiento. Ese es un imperativo histórico, pero también un imperativo ético y estético.

En ese sentido, la Literatura cumple un papel que complementa y auxilia a la Historia puesto que a menudo permite una hermenéutica diferente y vital, una hermenéutica sensible, profunda, que actualiza, dándole forma viva, un determinado saber y las consecuencias éticas de ese saber.

Este es el caso de ““Rifka””, de Anita Luksemburg, cuento que obtuvo el primer premio en el Concurso  Iberoamericano convocado por la Editorial Santillana y Laboratorio Bayer Schering. El concurso de llamó  “Mujeres con Hormonas” y estuvo referido a mujeres luchadoras, incansables, tesoneras, creativas; mujeres, en definitiva,  que no se dejaron vencer por la adversidad.  El libro encabezado por el cuento premiado fue editado por Editorial Santillana en el año 2008.  Por otra parte, “Rifka” es también el título del nuevo libro de relatos de esta autora, que aparecerá este año.

El primer libro de Luksemburg se llamó “Estaciones del alma” (Doble Clic editoras, 2006). Otros textos de Luksemburg han sido premiados en numerosos concursos.

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Elemental mi querido Watson

Sherlock Holmes, la película, traslada el mito de Arthur Conan Doyle a unas coordenadas diferentes. El director inglés Guy Ritchie ha hecho una película brillante. Ha dado una vuelta de tuerca al típico personaje al que estamos acostumbrados, mas cerebral e investigador, ahora pasa más rápido a la acción y se pelea con quien haga falta. Robert Downey Jr. encarna a un Holmes en esteroides al que aporta todo su carisma y buen hacer. Jude Law interpreta a un personalísimo Watson de gran química con su compañero.  El protagonista no sólo ejerce como el cerebral detective victoriano,  sino también como un auténtico “action hero” espetador de “one liners” que para sí quisiera Bruce Willis.  El resultado es sorprendentemente bueno gracias a un trabajado guión repleto de ingeniosos diálogos y secuencias de acción que funcionan como un reloj.

El argumento es muy sencillo: El mejor investigador de la ciudad es contratado por una familia para encontrar a su hija, está en manos de un asesino que controla a la gente con el miedo y el ocultismo. Y cuando Sherlock le atrapa y le cuelgan en la horca este vuelve de entre los muertos para continuar con su gran plan maestro. Una vez más Holmes deberá detenerlo.

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Martin Buber: El filósofo humanista

Uno de los pensadores judíos más originales, creativos e influyentes de los últimos siglos ha sido Martin Buber. No es el objetivo de este artículo profundizar en su vida, obra y pensamiento. Simplemente escribir y explicar someramente acerca de él.

Nació en 1878 en Viena. Pero durante su infancia vivió en Lemberg (Galitzia) con su abuelo paterno Salomón Buber, estudioso, autoridad en Midrash  y en literatura rabínica medieval. De 1896 en adelante Martin Buber estudió en las universidades de Leipzig, Viena y Zurich. Finalmente en la Universidad de Berlin.

Ingresó al Movimiento Sionista en 1898. Fue delegado al tercer Congreso Sionista en Basilea en 1899. Pero no adhiere a la vertiente política del Sionismo sino a la corriente sionista cultural de Ajad Haam, enfatizando ya entonces la importancia de la educación y la necesidad de una nueva creatividad cultural judía lo que lo conducirá, en el quinto Congreso Sionista, a la Facción Democrática. Integrará la misma por un tiempo.

Tenía 26 años cuando comienza a interesarse en el Jasidismo. Con el paso del tiempo traduce relatos jasídicos al alemán, adaptándolos libremente, por ejemplo “Las historias de Rabí Najman”, “La leyenda del Baal Shem” entre otros.

Buber se consustanció totalmente con el mensaje del jasidismo original, viendo en dicho movimiento algo “distinto”, cercano e identificado en muchos aspectos con su propia concepción de lo que era la religión, religiosidad y espiritualidad. Sí: aquel jasidismo transmitía espiritualidad, alegría, entusiasmo, sentimiento, devoción, apuntando al corazón más que al intelecto. Consideró necesario trasmitir el mensaje del jasidismo al mundo tanto judío como no judío. Más aún, lo popularizó. Su apego por este movimiento lo acompañaría hasta el fin de sus días.

Por otro lado Buber, judío creyente, no concordaba con la religión institucionalizada. Hay quienes lo han definido como “anarquista religioso”. No era el judaísmo normativo, la Halajá, el culto sinagogal, los rituales, aquello en lo que Buber hacia hincapié. En lo que sí hacía hincapié era en la religiosidad del corazón. A su manera se consideraba religioso y al mismo tiempo era profundamente humanista. Ambas condiciones, religioso y humanista no siempre van juntas. En el caso de Buber una complementaba a la otra. Alguna vez se le preguntó si podía señalar un pasaje especialmente significativo de la Biblia, y él respondió, citando aquel versículo del Génesis que traducido, dice: “Camina delante de Mi y sé íntegro”.

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