La paranoia

Spregelburd reconoce a Ricardo Bartís, Daniel Marcove, Mauricio Kartún y el catalán José Sanchis Sinisterra como sus maestros. Integró en 1996 con Javier Daulte y Alejandro Tantanián el grupo Caraja-ji. De allí salió la multipremiada obra La escala humana.

En los últimos años Rafael Spregelburd, figura sobresaliente de la renovación teatral argentina, apuesta a un teatro cómico-satírico de enorme potencia política. El éxito de cartel de “Acassuso” en 2007 y 2008, sumado a la flamante edición de “Bizarra” (obra teatral de quinientas páginas estrenada en 2003), hablan de la vigencia de un autor provocador.

Spregelburd es un “teatrista”, es decir, un artista vinculado a diferentes roles de la actividad escénica, a la par actor, dramaturgo, director, traductor, teórico. Llega a la escritura dramática muy joven, hacia 1990, impulsado por su deseo de ser actor, y comienza a escribir para actuar.

Escribe para dirigir(se). La textura literaria de sus obras se manifiesta atravesada por ese carácter múltiple: Spregelburd escribe como dramaturgo (en el sentido tradicional de “escritor de gabinete”), pero también como director, como actor, incluso como traductor. De esta manera los textos que elabora a priori (antes e independientemente) de la puesta en escena, luego son sometidos por el mismo Spregelburd a procesos de reescritura en el espacio, desde el cuerpo de los actores seleccionados y la intensidad que entablan en sus vínculos escénicos.

Ha teorizado sobre los principales procedimientos que, a su juicio, animan su teatro: la huida del símbolo, la imaginación técnica, la multiplicación de sentido, el atentado lingüístico como atentado al paradigma causa-efecto, la fuga del lenguaje, la desolemnización del objeto, el procedimiento reflectafórico, la discusión del teatro como producción burguesa.
Pero no toda su producción tiene el mismo registro. Spregelburd va acentuando en su teatro la percepción de otra realidad, no lingüística, que acaso podríamos llamar la realidad de lo “real” –retomando sus propias palabras– o realidad metafísica. Es el teatro del grado cero de la utopía, a partir del que empezar a imaginar otra vez: Spregelburd no dice cómo debemos pensar, sólo invita a pensar nuevamente porque es indispensable. La operación política y poética puede sintetizarse: demolición, sustitución y vacancia.
En la paranoia predominan dos temas interrelacionados: el símbolo y el relato. Para el primero, se habla de jeroglíficos, de los distintos lenguajes de los egipcios y de la forma en que la piedra Rosetta permitió entender que no existía una única forma de utilizarlos, sino al menos dos. Posibilitó el milagro de poner en relación sistemas diferentes de nomenclatura y clasificación sin caer en un absurdo lógico. El personaje matemático -actuado por el mismo Spregelburd- lo dice admirablemente en una frase que como estudiantes de Letras podemos utilizar: "me va mejor con las relaciones incomprobables.

Esta equiparación de estructuras posiblemente incompatibles se repite una y otra vez: un sistema de temporalidad que no termina de cuajar con el calendario gregoriano, una concepción humana de la narración que contrasta con una extraterrestre, una relación entre ficción y proteínas, entre pedazos de acrílicos e historias, entre video y teatro, o entre monedas de vuelto y monedas de regalo. La obra habla de relatos más que de símbolos, pero pareciera que la piedra Rosetta y la interpretación perdida del diccionario del Bosco ocupan un lugar por lo menos igual de importante.

En dos palabras, el argumento de la obra es la necesidad de producir un tipo de ficción que pueda satisfacer a unas entidades extraterrestres superpoderosas, para lo cuál se forma un grupo de 4 personas y un androide G4.

El Bosco es a la Edad Media lo que Spregelburd quiere ser a la modernidad, aparentemente. Y la comparación parece tener algo de sentido -más allá de que no sabemos si la historia recordará a Spregelburd. Proponen una gigantesca proliferación de elementos inclasificables que remiten a un imaginario en disolución (el Medieval, el Moderno) y resignificación, y que además, son fuertemente humorísticos y extravagantes (sin por eso ser necesariamente "satíricos", sino más bien "carnavalescos").




 




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