Ser o no ser un judío verdadero en el imaginario norteamericano

Fuente: www.haaretz.com
Traducido por Ría Okret

Los judíos estadounidenses de cierta clase social y cultural tienen la escena grabada en sus memorias: el Alvy Singer de Woody Allen en “Annie Hall” en casa de los padres “goishe” de Annie, de repente es visto a través de los ojos de ellos como un jasid, en un largo sobretodo negro y peies.

Es un momento hilarante; Allen imaginándose como es visto por no judíos, regalándonos un gran chiste visual y claro está, capturando en sólo unos segundos la ansiedad del norteamericano de ser “demasiado judío” a pesar de todos nuestros esfuerzos por asimilarnos.

Me pregunto sin embargo cuantos de nosotros compartimos la silenciosa presunción del chiste de “Annie Hall:” que ser jasídico es ser “realmente judío,” ser secular no es realmente judío, y todo lo demás queda en algún punto entre los dos extremos.  Cuantas veces ha puesto nuestra cultura al “Violinista en el tejado” como un ideal judío imaginado: judíos verdaderos en un shtetl verdadero, practicando verdaderas tradiciones judías para el verdadero Dios judío.  No importa que todas estas personas fueron creaturas de la ficción; lo que es más auténticamente judío, creemos muchos de nosotros es la religión antigua, la de antes (un término no judío) de sombreros negros y “la zona de residencia permitida.”

Claro está, que no es que queramos ser los judíos del shtetl de Anatevka – sólo que continuamos viéndolos como los “verdaderos,” y al resto de nosotros, como alguna clase de híbridos o una adaptación.  Por eso persiste en el imaginario judío estadounidense una ansiedad por la falta de autenticidad – que alguien, en algún lugar, es el verdadero judío, pero no lo soy yo.
Sin embargo, el mito de la autenticidad debe desaparecer.

En primer lugar, no es históricamente real.  Los judíos tradicionales no usaban largos sobretodos negros hasta el Siglo XVIII (a pesar de algunas recientes imágenes absurdas de Moisés cruzando el Mar Rojo con un straml (el típico sombrero negro de los ultra ortodoxos forrado de piel).

Además, hasta el advenimiento de la modernidad, la idea de que si se era “realmente” religioso, uno se vestiría de forma anacrónica, simplemente no formaba parte del pensamiento judío.  

Vestimenta característica, vestimenta modesta, signos visibles como la kipá, claro está – pero nunca tuvieron la idea que ser “verdadero” era ser tan radicalmente distinto a su propio lugar y época.  De hecho todo lo que consideramos “realmente judío” apareció en un lugar y momento en particular, debido a circunstancias históricas y no fue nunca universalmente compartido (por los Sefaradim, por ejemplo).

Lo que es más importante, sin embargo, es que la idea de autenticidad es una falsa proyección de caprichos históricos sobre un ideal imaginado de “lo verdadero” que congela artificialmente la cultura, y significa su deceso.  La verdad es que no hay un solo judaísmo auténtico.

Como cualquier cultura viva, la cultura judía (y la religión) evoluciona con el tiempo para seguir siendo vibrante.  Lógicamente hay ciertos valores centrales, mitos y rasgos culturales que permanecen relativamente constantes.  Pero el tener la nariz metida en los libros y la bar mitzvá evolucionaron históricamente, ninguno es más “realmente judío” que el sushi, los deportes o una fiesta de 15.

La fidelidad ortodoxa a la ley, las ansiedades de la dislocación, el racionalismo reformista – todas surgieron por el camino.  Hasta la máxima que “la innovación está prohibida por la Torá” es, claro está, una innovación del Siglo XIX.  Imaginarse que las formas culturales deben permanecer estáticas para ser auténticas es condenar a la cultura a la obsolescencia.

Es también, claro está, privilegiar algunas formas culturales sobre otras.  ¿Por qué “beigels” y no otro pan? ¿Por qué el legalista “Shuljan Aruj” de Iosef Caro y no su radical, místico “Maguid Mesharim”? Y si vamos al caso ¿por qué un rabino hombre blanco por encima de una mujer rabina afroamericana?  Cada vez que afirmamos que una forma cultural es más auténtica que otra, estamos reproduciendo al privilegio y a la marginalización.

Y lo peor es que anquilosando y cosificando una autenticidad falsa como “lo verdadero,” estamos realmente socavando el intento de crear una autenticidad verdadera por parte de los judíos progresistas.

La autenticidad significativa no es una forma religiosa o usar expresiones en idish.  Existe cuando una forma religiosa, literaria o cultural – vieja, nueva o alt-neu (como Herzl llama al país de los judíos) – le habla a lo más hondo de lo que es ser humano.

Si una mujer rabina, que toca la guitarra, y medita resuena más en las almas de sus seguidores que un rabino hombre que canta nigunim (música jasídica sin letra) y estudia el Talmud, ella es la más auténtica líder espiritual.  Si la oración extática le habla más al espíritu y proviene más del espíritu que un racionalismo supuestamente consistente, entonces, ésta también es más auténtica a pesar de los aullidos de los seculares.  La autenticidad no trata acerca de la forma, trata acerca de llegar a lo que realmente importa.

Para que el judaísmo progresista pueda tener éxito debe echar por la borda el mito de la autenticidad basada en algunas “formas” verdaderas que algunos judíos “verdaderos” realmente creen y reemplazarlo con una idea personalizada de la autenticidad medida por la integridad y la coherencia individual.

¿Es mí judaísmo-budista menos auténtico que los límites de la permisividad de otro que están más cuidadosamente patrullados? Al contrario.  Es más auténtico, porque es más fiel a la verdad de mi experiencia.  No preferencia, no antojo – sino cuidadosamente analizada coherencia interna.

Aquéllos que prefieren las formas tradicionales algunas veces ridiculizan las innovaciones como “compromisos”. Sin embargo ¿cuál es un compromiso más objetable: flexibilizar las reglas para comer comida caliente en platos no kasher, o aferrarse a un ritual que puede ya no tener ningún significado, es histórico en su origen y puede activamente impedir otros valores éticos (tales como conectarse con gente de otras religiones?

Asimismo, a veces las formas tradicionales son ridiculizadas como compromisos intelectuales por aquéllos que insisten en un secularismo más riguroso.  Pero ¿cuál es el compromiso real: admitir el deseo irracional de rezar, o mantener alguna pureza seudo intelectual que nos desgarra el corazón y duele en el alma?

Los judíos progresistas no hacen lo que hacen para comprometer la autenticidad del judaísmo; lo hacen para mantenerla.  Claro que hay bastantes judíos que simplemente se permiten ser haraganes, sea por medio de la charlatanería, la dejadez ética o la debilidad intelectual.

Pero para aquéllos a quiénes les importa vivir una vida auténtica, los valores cambian debido a la reflexión, no a la debilidad.  Decir “esto funciona para mí” puede realmente ser un resumen de la negación de la responsabilidad.  Pero decirlo significativamente, basado en el discernimiento y la introspección, es una señal de integridad.

El mito de la autenticidad, en cambio, es una abdicación de la introspección y la responsabilidad personal.  Gracias, pero no soy religioso/a.  Gracias, pero soy ortodoxo/a.  Gracias, pero no necesita pensar más.  Es mucho más fácil decir “Éste es judaísmo verdadero y yo lo/no lo practico”  que examinar cuidadosamente que forma podría funcionar para nosotros para poder hacer las cosas importantes (afligir a los confortables, confortar a los afligidos).  

Obviamente, las formas nuevas de judaísmo no son intrínsicamente superiores a las más viejas; los libros de la Biblia han perdurado precisamente porque continúan hablándole a tantas personas, a pesar de la brecha histórica y cultural.  Y ni que hablar que la antigüedad de estos textos es parte de su poder: Nos vinculan a la historia en una forma que los libros más nuevos no pueden hacerlo.  Pero este poder no se debe a alguna imaginada autenticidad, o a una conexión ininterrumpida entre los israelitas bíblicos y nosotros, quiénes, después de todo se imaginaban que el mundo era un lugar pequeño y plano, no tenían ningún concepto de la medicina ni de la industrialización, tenían ideas acerca de nación, identidad étnica y género que es de esperar no tengan lugar en la sociedad contemporánea.  

No, los israelitas bíblicos no son los verdaderos judíos.  Tampoco lo son los jasidim, ni los modernos del Siglo XX, ni los psiquiatras neuróticos  de Nueva York, ni los santos marroquíes, ni los intelectuales dominados por la angustia, ni los reformistas ni nadie más.

Los verdaderos judíos son todos los que mencione – y el resto de nosotros que tomamos el judaísmo con seriedad, en una forma u otra.

Los verdaderos judíos pueden tener acento sureño, respetar un día de Iom Tov,  hacer caminatas por el desierto, comer langostino, casarse con no judíos, convertirse en baalei teshuvá, practicar karate, ser bisexuales y neoconservadores.  Los verdaderos judíos son aquéllos que hacen al judaísmo verdadero para sí mismos.  

En los últimos años se les ha prestado bastante atención a los judíos novedosos.  Iuri Foreman, por ejemplo, estudiante rabínico y campeón de boxeo.  ¿Qué!? Matisyahu, un jasid que es una estrella pop.  ¿Qué!? A los medios les encanta estos signos de “interroadmiración” (¿el!?), pero detrás de cada uno hay una suposición implícita que los judíos deben ser de una forma y no de otra.  Rabinos que boxean, rabinas lesbianas, y rabinos instructores de yoga – estas imágenes son muy extrañas, graciosas o raras para algunas personas, porque la palabra “rabino” todavía hace pensar en una imagen muy peculiar: generalmente masculina, tímida, y con barba (No es que tenga nada malo – yo soy las tres cosas.)

Pero esta imagen es sólo una forma.  En realidad, cuando leo acerca de granjeros judíos, sufis judíos y judíos luchadores profesionales, pienso, bien por ellos.

Generalmente soy renuente a alabar una cultura por encima de otra, pero hay un rasgo distintivo que amo de la cultura judía, es como, en nuestras muchas diásporas, hemos amalgamado tantas contradicciones, ángulos oblicuos y perspectivas diversas acerca de cómo es ser humano.

De acuerdo, este patrón de conducta también lleva a gángsteres  judíos, a granujas financieros judíos y a traficantes de armas judíos, pero los sinvergüenzas judíos no son malos porque no son auténticos; son malos porque son malos.  Los principios básicos de cambio, crecimiento y evolución son los que nos han hecho seguir funcionando durante estos miles de años, tanto como los valores fundamentales que permanecen más o menos constantes.  Para los judíos, aún más que para otros, el cambio es autenticidad.

Así que acostumbrémonos a las laderas resbaladizas , a las ciénagas turbias y los muchos otros accidentes geográficos de la mezcla y la incertidumbre.  Hayamos o no los judíos viajado por aquí antes, es donde vivimos hoy en día.  Encontrar autenticidad afuera es despreocuparse de la historia y de la tradición, es autodestructor.  Encontrarlo adentro es sagrado.
 
El autor es un maestro, académico y escritor norteamericano, fundador de la revista Zeek y columnista de “The Forward”. Ha enseñado en Yale University, Boston University y New York City College, centrándose en la religión, la espiritualidad, la ley y la sexualidad.   


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