La guerra en contra de la historia judía
Yossi Klein Halevi, The Times of Israel, 5 de mayo de 2024
¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo es posible que Israel, y no el islamismo radical, se haya convertido en el villano de los campus de las universidades liberales? ¿Cómo es posible que miles de estudiantes estén coreando “del río hasta el mar”, incluso cuando la masacre de Hamás reveló las implicaciones genocidas de ese eslogan? ¿Cómo es posible que el estallido más apasionado de activismo estudiantil desde los años sesenta esté dedicado a deslegitimar la historia del pueblo judío en lo que tiene que ver son su victoria por sobre la aniquilación?
Esto no ocurrió en un laboratorio aislado del mundo real. Las fuerzas antisionistas en el mundo académico han estado preparando el terreno durante décadas, desmantelando sistemáticamente la base moral de cada etapa de la historia sionista e israelí. El ataque comenzó contra los orígenes mismos del sionismo, que pasó de ser la historia de un pueblo desposeído que retornaba a su antigua patria territorial a convertirse en una expresión sórdida más del colonialismo europeo. (El regalo de Europa a los judíos después del Holocausto: dejarnos con la factura de sus pecados).
Lo siguiente fue que el nacimiento de Israel en 1948 se redujo a la Nakba, o catástrofe, una narrativa palestina de total inocencia que ignora la limpieza étnica de los judíos en todos los lugares donde los ejércitos árabes obtuvieron la victoria y el posterior desarraigo de toda la población judía que habitaba el mundo musulmán. Después de 1967, Israel fue presentado como un Estado de apartheid, convirtiendo el sionismo, un movimiento multifacético que representaba a judíos de todo el espectro político y religioso, en una ideología racista y reduciendo un conflicto nacional agonizantemente complejo a un juego de pasión medieval sobre la perfidia judía.
Y ahora, con la guerra de Gaza, hemos llegado a la mentira del genocidio, el punto final del proceso de deslegitimación.
Para convertir a Israel en el mayor criminal del mundo se requieren tres formas de obliteración. La primera es la conexión entre la tierra de Israel y el pueblo de Israel. En la narración antisionista sobre el conflicto, una conexión de 4.000 años que es el corazón de la identidad y la fe judías es irrelevante, cuando no directamente inventada por los sionistas. La segunda es eliminar del tablero la guerra implacable contra Israel, colocando sus acciones bajo un microscopio mientras se minimiza o se ignora por completo la agresión de sus enemigos. Nunca hay ningún contexto para las acciones de Israel. La única manera de convertir a Israel en el villano de esta guerra es borrando las atrocidades de Hamás. Al centrarse en las acciones de Israel y desestimar las de Hamás, los manifestantes universitarios están dando cobertura al negacionismo del 7 de octubre. Ésta es una nueva versión del negacionismo del Holocausto que prevalece en algunas partes del mundo musulmán: las atrocidades no ocurrieron nunca, ustedes las merecían y lo haremos nuevamente, una y otra vez.
En un reciente viaje a Nueva York, mientras caminaba por Broadway en el Upper West Side, vi docenas de carteles desfigurados de israelíes secuestrados. En lugar de arrancar los carteles, los vándalos habían oscurecido los rostros israelíes: una desfiguración literal. Y una metáfora útil del asalto antisionista a nuestro ser.
La tercera forma de obliteración es descartar e ignorar la historia de las ofertas de paz presentadas o aceptadas por Israel y rechazadas de forma uniforme por la parte palestina. Ninguna oferta – un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza, una nueva división de Jerusalén, el desmantelamiento de docenas de asentamientos – fue suficiente. Es difícil pensar en otro movimiento nacional que represente a un pueblo apátrida que haya rechazado más ofertas de autodeterminación que los dirigentes palestinos.
La facilidad con la que los antisionistas han logrado presentar al Estado judío como genocida, sucesor de la Alemania nazi, marca un fracaso histórico de la educación sobre el Holocausto en Occidente.
Este momento requiere un replanteamiento fundamental de los objetivos y la metodología de la educación sobre el Holocausto. Al sobreenfatizar las necesarias lecciones universales del Holocausto, muchos educadores equipararon con demasiada facilidad el antisemitismo con un racismo genérico. La intención era noble: hacer que el Holocausto fuera relevante para una nueva generación. Pero en el proceso, a menudo se perdió la lección esencial del Holocausto: la singularidad no solo del evento en sí, sino del odio que lo hizo posible. El antisemitismo no es simplemente el odio al judío como un otro, sino la “simbolización del judío”, es decir, convertir a los judíos en el símbolo de lo que una determinada civilización define como sus cualidades más repugnantes. Para el cristianismo, hasta el Holocausto, el judío era el asesino de Cristo; para el marxismo, es el capitalista supremo; para el nazismo, es el profanador de la raza. Y ahora, en la era del antirracismo, el Estado judío es la encarnación del racismo.
La educación sobre el Holocausto tenía como parte de sus objetivos proteger al pueblo judío de una recurrencia del antisemitismo que redujera a los judíos a símbolos. Sin embargo, el movimiento para convertir a Israel en la nación criminal del mundo surge de una generación que fue criada con conciencia del Holocausto, tanto en la educación formal como en las artes. Y algunos antisionistas justifican esta expresión más reciente del antisemitismo de los símbolos como algo que honra “las lecciones del Holocausto”. A diferencia del régimen iraní, que torpemente intenta negar la historicidad del Holocausto, los antisionistas occidentales entienden intuitivamente que cooptar e invertir el Holocausto es una forma mucho más eficaz de neutralizar su impacto. Muchos, quizás la mayoría, de los manifestantes de los campus universitarios probablemente no sean antisemitas. Puede que tengan amigos judíos o que ellos mismos sean judíos. Pero eso es irrelevante: están permitiendo un momento antisemita.
Lo que está bajo ataque es la integridad de la historia judía de mediados del siglo XX, de un pueblo que rechaza la autocompasión del victimismo y cumple su sueño más improbable, el de renovarse, en su deteriorada vejez, en la tierra de su juventud. El hecho de pasar del punto más bajo que los judíos hayan conocido jamás a la recuperación del poder y de la confianza en sí mismos es una de las hazañas de supervivencia más sorprendentes no sólo en la historia judía sino en la historia mundial. Es esa historia la que está siendo distorsionada, trivializada y demonizada en los campus de las universidades liberales. Recientemente completé una gira de conferencias por algunos de los campus universitarios más problemáticos desde el punto de vista judío, desde Columbia hasta Berkeley. En reuniones con estudiantes judíos, me hablaron repetidamente de una atmósfera generalizada de hostilidad hacia Israel, incluso por parte de muchos estudiantes que de otro modo son apolíticos. Si bien las protestas son una amenaza inmediata al bienestar judío en los campus, el problema mucho más profundo es el impacto de la campaña antisionista, que vincula el nombre “Israel” con el racismo y el genocidio. Los manifestantes que son activistas son una pequeña minoría, pero están moldeando las actitudes de toda una generación.
Al centrarnos únicamente en la amenaza inmediata de las protestas, corremos el riesgo de repetir el error que hemos cometido durante las últimas décadas al no enfrentar adecuadamente el ataque sistemático a nuestra historia. Estamos perdiendo una generación, pero aún no la hemos perdido del todo. Al igual que otros movimientos radicales, el antisionismo podría ir demasiado lejos en su justa ira, alienando potencialmente a la mayoría. Quizás ese proceso ya haya comenzado.
El desafío de nuestra generación es defender la historia que heredamos de la generación sobreviviente. Necesitamos contar esa historia con credibilidad moral, en toda su complejidad; reconocer francamente nuestros defectos, incluso cuando celebramos nuestros éxitos; reconocer la narrativa palestina, incluso cuando insistimos en la integridad de la nuestra. Necesitamos desesperadamente nuevas estrategias para contrarrestar el ataque antisionista. Un buen comienzo sería la creación de un grupo de expertos, compuesto por activistas comunitarios, rabinos, periodistas, historiadores y expertos en relaciones públicas, que ideen respuestas inmediatas a la crisis actual y una estrategia a largo plazo, emulando la paciente obra de los antisionistas durante décadas.
Los judíos somos una historia que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes creemos que somos; Sin nuestra historia, no hay judaísmo. Ya es hora de montar una defensa creíble de nuestra historia de mediados del siglo XX, que continúa sosteniéndonos como pueblo.
Traducción: Daniel Rosenthal