Kristallnacht v. XXI

Yossi Klein-Halevi, de quien publicamos junto a este editorial una traducción a su reciente artículo en Times of Israel, ha sostenido que el fenómeno de la Shoá fue mucho más elaborado y pensado en profundidad de lo que se creyó en un principio.

Tal vez influenciados por una demonización simplista de “los malos” al estilo Hollywood o por el abusado concepto acuñado por Hanna Arendt, “la banalización del mal”, producto del juicio a Eichman, la percepción del fenómeno Shoá se asocia más a un instinto de odio que a un sistema racionalizado del mismo. Si el régimen Nazi pudo perfeccionar la industria de la muerte en forma tan exitosa (que lo fue), no es disparatado pensar que la sistematización aplicara sólo para matar al judío, sino a la civilización judía en general.

Ya en 2022 Klein-Halevi señaló, en una conferencia en Jerusalém, que la Shoá comenzó con la Kristtalnacht en 1938: junto con el asesinato indiscriminado de individuos se llevó a cabo la deliberada destrucción de sinagogas, negocios, libros, y la cultura judía en general. Bien podríamos denominar aquello un pogromo cultural. El régimen Nazi y sus aliados sabían bien dónde golpear. No se trataba sólo de matar judíos (91 esa noche) sino de borrar todo rastro de su existencia física y su legado.

Me vino a la mente esta reflexión de Klein-Halevi en relación a los acontecimientos que nos vienen sucediendo a los judíos en los últimos tiempos, en especial desde el 7 de octubre pasado. Aquel día Hamas perpetró el peor pogromo en el último siglo, con la particularidad de que se llevó a cabo en territorio indiscutidamente soberano del Estado de Israel. También en esta oportunidad Hamas supo cómo, dónde, y cuándo desatar el ataque. Seis meses más tarde, tanto Europa como los EEUU, el mundo occidental por excelencia, está tomado por un movimiento antisemita globalizado como nunca antes en la historia.

Lo que sucede en los campus universitarios de los EEUU es una versión siglo XXI de la Kristallnacht de 1938: en lugar de destruir el bagaje cultural judío se busca destruir el acceso judío a la cultura y la academia en general; en términos actuales a esto se lo llama “cancelación”. Mientras desde Gaza se invadió territorio israelí y se llevó a cabo la masacre del 7 de octubre, en el resto del mundo, por ahora, se desentienden del “trabajo sucio” pero atacan ferozmente el intelecto judío. El orden de los factores no altera el producto.

La diferencia sustancial entre entonces y hoy (no ha pasado siquiera un siglo) es el Estado de Israel. Aún malherido, disfuncional, vilipendiado, presionado por la opinión pública, y empantanado en su interna socio-política, la existencia de un Estado judío supone un límite, en algún punto, al desborde: ya sea en las fronteras del Estado como en las sociedades donde el antisemitismo prevalece. La milenaria orfandad judía ante el desborde del odio antisemita tendrá, tiene, coto en algún punto.

Creo que nadie puede predecir cómo se superará esta crisis histórica, comparable en su esencia, si no en sus consecuencias, a la Shoá. Tal vez pueda leerse como algunos han leído el siglo XX en Europa: dos grandes guerras con un tiempo de tregua entre ambas, entre 1919 y 1939. En este caso, entre 1945 y 2023 han pasado casi ochenta años en los que no faltaron intentos de recrear la Shoá (Munich, Entebe, las Intifadas), culminando trágicamente el 7 de octubre de 2023. Se dice comúnmente que “la historia se repite”; el 7 de octubre nos enseñó que la historia nunca deja de suceder. Que se “repita” o no depende de cómo actuamos en ella.

La Dra. Einat Wilf (@EinatWilf) escribió que el Sionismo fundó un Estado para los judíos no para decir ‘nunca más’ sino para decir ‘nunca otra vez’.

Si uno se pone en una postura muy pesimista, lo cual en lo personal me resulta muy fácil, el ‘nunca otra vez’ no se cumplió; eso nos obliga a redoblar no sólo nuestras medidas de seguridad y prevención sino nuestra auto-crítica y auto-percepción como colectivo.

Si uno asume una postura más optimista, en la mejor tradición rabínica, recurre al viejo dicho judío que dice “también esto pasará”, confía en la resiliencia y los valores que nos sostienen ya cuatro milenios, y se aferra a la idea del “año próximo en Jerusalém”.

Seguramente hay un camino del medio al que nos enfrentó recientemente Pesaj: la idea de que este año ninguna casa judía fue salteada y que la plaga de los primogénitos nos castigó también a nosotros, al tiempo que sabemos que más tarde o más temprano renovaremos el pacto y seguiremos caminando. Aunque siempre caminemos en la soledad del desierto.