Verdades

Lic. David Telias, especial para TuMeser, 12 de setiembre de 2024

Esquilo, en el siglo V AEC dijo que “En la guerra, la verdad es la primera víctima”, y la frase incluso cambiando el orden de los factores, fue utilizada por políticos, periodistas y otros tantos a lo largo del tiempo hasta transformarse en un dicho popular sabio, pero no siempre correcto.

No voy a ser tan atrevido de discutir al padre de la tragedia griega, pero creo que, en el caso del conflicto árabe – israelí, y particularmente del palestino – israelí, la verdad en lugar de morir, se multiplica, y es ahí donde radica la insolubilidad del mismo.

Es ya un factor común entre los analistas hablar de las dos narrativas irreconciliables enfrentada, dos historias tan fuertemente creídas que se han transformado en verdades indiscutidas e incompatibles y, por tanto, serían la causa más profunda que impide encontrar una solución pacífica al conflicto.

Es decir que, si tomamos la relación entre palestinos y judíos como una larga guerra de casi 80 años, la frase de Esquilo ya no se aplica. Aquí hay dos verdades, y lo cierto es que lo son. Porque aunque la verdad palestina se haya construido en un alto porcentaje en base a premisas históricas falsas o artificiales, a esta altura está construida y como tal existe. Y si existe tiene derechos.

Pero, aunque esta realidad impacta directamente sobre la forma en que analizamos cada capítulo de este conflicto, no es a ella a lo que me quiero referir hoy, quizás lo haga en otra oportunidad, hoy quiero hablar de “las verdades” de la guerra que desató Hamás el 7 de octubre de 2023 y que hoy tiene la cifra de víctimas más trágica que todo el conflicto árabe – israelí haya tenido en sus casi 90 años de desarrollo.

Es que esas “verdades” son las que impiden poner fin a esta guerra, y en lo personal temo que al final sea necesario aplastar definitivamente a una de ellas para que la guerra termine. Entienda el lector que una verdad solo se elimina cuando ya no existe quien la sostiene, o está sometido a una presión tal que no es capaz de decirla ni siquiera en su fuero más íntimo. En cualquier caso, sería terrible.

Yaha Sinwar, el actual máximo líder de Hamás y responsable del 7/10, pasó 22 años preso en la cárcel en Israel por el secuestro y asesinato de dos soldados israelíes y de cuatro palestinos acusados de colaboracionistas, y durante su estadía estudió mucho sobre Israel, su historia, su sociedad, su política, etc. y, como bien dijo Einat Wilf en un reciente post en X, podría haber usado eso para intentar construir en Gaza una sociedad plural, democrática y desarrollada como hicieron los israelíes (o por lo menos como Mandela en Sudáfrica), utilizando para ello los miles de millones de dólares que le llegaban de la Unión Europea y los países árabes. Pero evidentemente prefirió totalmente lo opuesto y, fiel a su objetivo de destruir Israel e impedir cualquier arreglo de paz, lanzó hace ya casi un año el peor ataque a población civil que haya sufrido Israel desde su creación, y ocasionó la mayor matanza de judíos desde la Shoá.

Acá tenemos ya dos verdades de esta guerra: Hamás no quiere la paz ni la creación de un Estado palestino libre, sino la destrucción de Israel y en todo caso la creación de un califato, al mejor estilo talibán o DAESH (si hay dudas, vean como se imparte la justicia en los territorios que domina Hamás aun hoy con la guerra en curso y la reocupación israelí, como tratan a los disidentes y, especialmente, a sus mujeres). Y dos, Sinwar sabía perfectamente que si su ataque tenía éxito – y lo tuvo – desataría esta guerra al todo o nada, de rendición incondicional (como se les exigió a los nazis en la Segunda Guerra Mundial), más allá de quien estuviese gobernando Israel. Pero además sabiendo que estaba (y lo está todavía), gobernado por una coalición integrada por la derecha religiosa expansionista, en ese momento jaqueada por su enfrentamiento con el poder judicial y cientos de miles de manifestantes israelíes que cada sábado salían a protestar contra la reforma judicial: sabía también que lo que estaba haciendo era un suicidio colectivo, sacrificando la vida de decenas de miles de palestinos, hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y niños.

Y también es verdad que esa es su mayor victoria, aunque al wokismo occidental que vive en Narnia le cueste creerlo. Sinwar está dispuesto a sacrificar la vida de cientos de miles de palestinos por nada, simplemente para hacerle daño a Israel. Y lo está logrando. Esto no es inédito en Medio Oriente, esto es moneda corriente, es parte de la lógica política de esa región del mundo, desde los talibanes en Afganistán, pasando por el régimen iraní, los hutíes en Yemen, Bashar Al-Asad en Siria o Hamás en Palestina. Así operan los grupos islamistas, su culto a la muerte es su mejor arma.

Por último, de esta parte, la verdad de Hamás es que no aceptará ningún acuerdo, no hay negociación posible. Sinwar sabe que, con o sin acuerdo de cese al fuego, sus días solamente dependen del tiempo de vida que le quede al último de los rehenes capturados el 7/10. Y como todo déspota (eso es igual en todas las culturas), la única vida que no está dispuesto a sacrificar es la suya propia.

¿Y qué pasa del lado de Israel? ¿Cuáles son sus verdades en esta guerra?

También son múltiples.

Es verdad que Israel no empezó esta guerra, ni la actual escalada, ni el conflicto árabe – israelí, ni el palestino – israelí. Es verdad que ha sido obligado a pelear, a transformarse en una potencia militar, así como también es verdad que su sociedad está muy dividida entre quienes todavía quieren una solución de paz, quienes ya no creen que sea posible, aunque lo querrían, y quienes desde que se dieron cuenta que pueden ganar (aunque no entiendan que su triunfo será también la derrota del sueño sionista), solo piensan en eso, ganar y conquistar.

Netanyahu es el hombre fuerte de Israel, y otra verdad es que en esto momento no parece tener rival político. Que esta guerra – que él no provocó, aunque su política para con el conflicto haya sido de algún modo permisiva para que esto pasara – le ha estirado su mandato y se lo seguirá estirando mientras dure la misma, por lo tanto, también es verdad que Netanyahu no tiene urgencia en que termine, pues su ambición es mucho más fuerte. Él va a encontrar la forma de ser quien termine con la vida de Sinwar, y si no lo logra será la mayor frustración que jamás haya tenido.

Es verdad que él quiere que los secuestrados vuelvan a casa con vida, y no dudo que le duela cada vida israelí que se pierde, la de los soldados en el campo de batalla como la de los rehenes en Gaza y las víctimas de los atentados terroristas. Pero es muy cierto también que quizás sea ahora o nunca. Si Israel da un paso en falso, libera el corredor Filadelfia y Sinwar llega a escapar por allí con un solo rehén o incluso con ninguno, la derrota para él y para Israel también, habrá sido insoportable. Por eso no puede arriesgar.

La oposición puede arriesgar porque no corre con la desventaja de tener ningún tipo de responsabilidad sobre el 7/10. No estoy tomando en cuenta ni poniendo en duda acá la capacidad militar y de inteligencia de Israel para controlar dicho corredor sin dominarlo físicamente, estoy diciendo que el margen de error para Netanyahu es cero, y para la oposición es quizás de cero con cinco. Y esa es la diferencia simbólica entre quienes exigen aceptar esa exigencia y quienes no.

También es verdad que la presión militar constante a Hamás no garantiza la liberación de los rehenes. Es más, quizás a esta altura ya los esté poniendo más en riesgo que dando oportunidad a su liberación. ¿Pero quién puede asegurar que un alto al fuego los devolverá con vida?

Sé lo significativo e importante que igualmente sería para Israel que al menos vuelvan sus cadáveres, aunque no alegre a nadie.  ¿Pero está la sociedad israelí dispuesta a canjear cadáveres por la vida de Sinwar?

Es probable que sí. Es probable que haya una mayoría de israelíes que quiera arriesgar con la esperanza, aunque sea de volver a ver los cuerpos de los secuestrados. Y también es verdad, y con esto termino, que a Sinwar lo puede matar una bomba en cualquier momento, como le pasó a Isamil Haniya en Teherán el 31 de julio pasado.

Ojalá así sea.