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Así como pasó la pandemia y dejó sus víctimas y sus consecuencias algún día pasará la actual crisis institucional en Israel y habrá dejado víctimas y consecuencias.

Mientras tanto, cunde una suerte de surrealismo pandémico: en especial para los israelíes que viven en Israel, que no saben muy bien cómo lidiar con esta pesadilla, menos aún cómo salir de ella, y sobre todo, cuándo terminará.

Algún día estos días con tonos oscurantistas darán lugar a días de “perdón y misericordia” (Lea Goldberg), pero mientras tanto está terminando el receso de verano y nadie tiene idea sobre cuál será el estado del Estado cuando se cierren las puertas del cielo el próximo Iom Kipur.

A diferencia de cincuenta años atrás, cuando éstos eran todavía días de euforia y triunfalismo, pero Iom Kipur 5734 terminó de golpe a las dos de la tarde y nunca supimos si se cerraron las puertas del cielo, aunque en la tierra se había desatado el infierno. Cincuenta años más tarde las preguntas existenciales estilo Unetane Tokef cobran más fuerza que nunca.

Será que empezó Elul o será el hartazgo pero de pronto, bastante súbita y simultáneamente, nuestros amigos de Israel, los que salen cada final de Shabat a la calle, los que subieron a Jerusalém en vísperas de la aprobación de la Enmienda de la Razonabilidad, ellos, nos están pidiendo ayuda. Nos dicen: esto concierne a todo el pueblo judío, involúcrense.

No sólo mi amigo de la infancia; no sólo mi compañera de escuela devenida jurista; no sólo aquel otro amigo que me inunda con material y análisis: aunque no se dirijan especialmente a este judío sionista latinoamericano, el trío de periodistas intelectuales Klein Halevi-Friedman-Gordis se dirigen a los judíos sionistas norteamericanos (el suyo es otro sionismo, del tipo que se apoya pero se usa poco) y les piden: tomen cartas en el asunto. No reciban representantes de este Gobierno de Israel.

Circulan en redes cartas espontáneas que recogen cientos de adhesiones. Dos figuras solitarias con pancartas, en un día inhóspito, protestan frente a la Cancillería en Montevideo durante la visita del Ministro de RREE de Israel al Uruguay, debidamente agasajado por las autoridades comunitarias (quien esto escribe incluido).

No es que no hayamos leído la apelación de los tres periodistas anglosajones; en estas latitudes se apoya a Israel a cualquier precio y su Gobierno es resorte de sus ciudadanos. El judío uruguayo, al menos hasta ahora, no es quién para juzgar que votan en Israel ni cómo se conforman las coaliciones.

En lo personal, me ubico en una posición principista en la cual debo respetar la elección que hicieron los votantes israelíes, aunque el Gobierno que surgió de la misma me parezca una aberración. Al mismo tiempo, como bien dijo mi amigo de la infancia, para mí Israel es aquel ideal que nos enseñaron a amar en la Escuela y en la Tnuá: judío, liberal, tradicionalista, sectorialmente halájico, tolerante, y sobre todo, fuerte y redentor.

Ya empezamos a ver cómo Israel se torna fanáticamente judío, ortodoxo, hegemónicamente halájico, intolerante, y sobre todo, cómo empiezan a cuestionarse y deteriorarse las bases de su poder y fuerza redentora. La misma “Reforma” planteada en términos de matonería bien pudo tener otra forma de procesarse. Nadie niega las debilidades jurídicas de Israel; pero el Gobierno está negando la naturaleza misma de Israel. La “Reforma” esconde consecuencias inimaginables.

El pedido de ayuda a los judíos del mundo dice dos cosas: que la batalla es dura y está lejos de ganarse. Dice también, que cualquiera sea el desenlace, algún día, afectará a todos los judíos del mundo.

Por eso, la indiferencia no es una opción. Tal vez no justifique tomar partido activo ni medidas drásticas, pero no podemos mirar hacia otro lado. Todo lo que sucede en Israel ahora (desde los actos terroristas hasta la ola de crimen interna, desde el tren urbano en Tel-Aviv hasta un posible acuerdo con Arabia Saudita), todo, sucede en el marco de esta crisis.

Un viejo amigo de mis padres, veterano israelí pos Guerra de los Seis Días, que dedica sus octogenarias horas a leer noticias y análisis, me dijo: yo no me preocupo. Somos muy ricos. Hay resto. Israel afrontará esta crisis también. Faltó que me dijera: “también esto pasará”.

Hubiera sonado muy galútico, muy resignado, muy rabínico. Hubiera sonado banal. Lo que está sucediendo en Israel no tienen nada de banal, es existencial y nos incluye.

Creo que la distancia de tiempo y espacio con los acontecimientos que allí se precipitan deberían servir aquí como reflexión y diálogo. Descalificar a Ben-Gurión hoy porque no redactó una Constitución en 1949 no sólo es de pésimo gusto, es una injusticia histórica; reducir la irresistible ascensión de Ben-Gvir y sus huestes al momento en que asesinaron a Rabin, una simplificación de la historia.

La historia ya está escrita. Lo que está en nuestras manos, allá y aquí, es escribir hacia el futuro. Los sabios del Talmud, como señala Paul Johnson, dejaron de escribir historia y se concentraron en la ley. Escribieron para un futuro, el día en que volveríamos a Jerusalém. Hemos vuelto, pero no podemos dejar de escribir. Ni Ley ni Historia.