Redes Sociales, Límites y Libertades: una aproximación a un Dilema.

Llamado a la reflexión en base al documental de Netflix “El Dilema Social”, lo que sigue es mi apreciación personal del fenómeno y la herramienta de las redes sociales, aclarando que soy usuario de Google (Mail, Calendar, y poco más), Facebook, Twitter, y  Whatssap, en ese orden cronológico.

Cuando, hace más de diez años,  mi vida se transformó en más móvil de lo que hubiera deseado el uso de múltiples computadoras (y eventualmente el Smartphone) me llevó a acostumbrarme al gmail por sobre cualquier otra herramienta; lo mismo sucedió con el tema agenda, aunque aun extraño el uso de las de papel, pero celebro no juntar papelitos y comprobantes.

Facebook, por su parte, en más o menos la misma época, se convirtió en mi gran “amigo”: no los “amigos” que iba sumando, sino el potencial que el “amigo Zuckerberg” me ofrecía desde su plataforma. Fue un tiempo de alta conectividad, reencuentros, descubrimientos, larguísimas conversaciones, y vínculos que supieron crecer virtualmente y que nunca defraudaron cuando se tornaron reales. Hasta el día de hoy, tiendo a asociar Facebook con afecto y nostalgia, con vidas compartidas, aun cuando ha dejado de ser largamente eso para convertirse en una descarada plataforma publicitaria. Paso más tiempo eliminando avisos y sugerencias que disfrutando los logros de mis amigos en Israel, Filipinas, o Suecia.

Sin embargo, la gran herramienta para mí ha sido Twitter. No es tanto el tema de la brevedad, aunque haya recursos para decir lo que sea y tomarse el espacio que sea, sino el tema de la despersonalización. Nadie tiene que ser “amigo” de nadie, uno simplemente “sigue” a otro o es seguido porque algo de lo que se postea es interesante, relevante, oportuno. Sigo unas pocas centenas de personas que me resultan sumamente atractivas en sus posteos y mayormente no sé NADA sobre ellas (las personas, hombres y mujeres), a la vez que me sigue aproximadamente el doble. He pecado de ingenuidad al preguntarle a alguien que me siguió por qué lo hace, si acaso nos conocemos; la respuesta fue “no, no nos conocemos, pero me pareció interesante lo que decís”. Al día de hoy, no sé quién es. Es más: cuando quiero decir/preguntar algo puntual que roza lo personal, si está habilitado, uso el recurso del Mensaje Directo.

Hoy leo más noticias en Twitter de las que veo en TV; la brevedad es una bendición; sé cómo transcurre un partido de fútbol sin verlo o escucharlo. Curiosamente, cualquier informativo en cualquier lugar del mundo ha sucumbido a la necesidad de repetir la noticia dos y tres veces: el locutor, al corresponsal, eventualmente el entrevistado. Twitter ahorra todo eso: es un titular o un hilo puntual. Twitter te incita a ser concreto. No sólo eso: Twitter te trae noticias que ni la TV ni la radio pueden traer. Es sólo cuestión de elegir bien a quién seguir, que a su vez sepan bien a quién seguir, y el mundo, como diría Umberto Eco, se convierte en una lista vertiginosa que no se detiene nunca. La cascada de Twitter es interminable

Pero sobre todo, Twitter me ha permitido dialogar, intercambiar, con protagonistas o portavoces que antes eran inaccesibles. Si estoy viendo la TV y algo me molesta, Twitter es la herramienta por la cual lo hago saber. No preciso escribir a Búsqueda o El País una formal carta, puedo en dos o tres frases expresar, en el momento, mi opinión. O aportar y corregir un error disparatado, propio o ajeno. Twitter nos iguala. Quienes gozan del privilegio de un micrófono, aun si se lo han ganado en buena ley como la mayoría de quienes trabajan en los medios, tienen el derecho de expresar, sutil o explícitamente, sus opiniones; pues bien, ahora también lo tiene la audiencia, pese a quién pese.

El problema es que no una, sino más de una vez, me han sugerido que un tweet es molesto, que estropea una campaña publicitaria, que afecta algunos intereses; y mayormente, he eliminado mi tweet. Porque no se trata de hacerle mal a nadie, sino sumar bien a todos. El manido argumento de que lo criticado es “la fuente de trabajo” de alguien es como una suerte de fuero del comunicador social. Está exento de críticas. Por suerte, cuando el error es suficientemente grave, no somos pocos sino muchos quienes inundamos las redes con indignación. Porque en definitiva, a nadie le gusta que lo tomen de tonto y que se diga lo que se diga, se permanezca intocado por la crítica.

Cuando escribo un editorial, como en este caso, sé que seré criticado. Tengo la suerte de no ser TAN leído o “viral”, pero me he llevado mis palos. También es verdad que trato que mi voz sea escuchada en ámbitos muy concretos y acotados, como el mundo judío, algún tema social, como este de hoy. Si yo lo sé, más lo saben aquellos para quienes ocupar los medios es cuestión de sustento. Unos arriesgan capital, otros arriesgan su nombre, el capital con el que trabajan. Son las reglas del juego. Pero sería absurdo que en la era de la comunicación irrefrenable sea criticado el que opina sobre aquellos cuya profesión es opinar, difundir, analizar, o simplemente contar un crimen, que de simple no tiene nada. Si reciben críticas, que la próxima vez lo hagan mejor.

También sé, aunque no he sido parte, que hay un lado muy oscuro de Tweeter lleno de odio, racial, social, deportivo, hay para elegir. El Twitter de la iracundia, el insulto, la frustración, el anonimato. Si todo en la vida tiene dos caras, como la moneda, más aun las redes sociales en cualquier versión. Una amistad de años puede ser abusada mediante Whatssap enviando avisos y campañas solidarias, o un grupo para coordinar actividades en común puede transformarse en una base de datos a ser explotada. La distracción que provocan cientos de mensajes al día puede ser fatal; en especial si estamos conduciendo. Un tweet fuera de lugar puede arruinarnos el día.

Pero siempre, y sólo siempre, la respuesta a estos excesos está en uno y sólo en uno: sea el bloqueo, sea dejar de “seguir”, sea silenciar el grupo o la persona, bloquear su celular, o sea contestar por el mismo medio, exponiendo argumentos, explicando circunstancias, haciendo saber que el otro se equivoco. Hay derecho al reclamo, no hay derecho a la furia, el enojo caprichoso, o denostar un posteo determinado porque nos “perjudica”. De mi parte, siempre estará, en persona, la disculpa, la enmienda, y el aprendizaje. Sólo pido que, como usuario, no me corten las alas que nos ha dado toda esta maravillosa tecnología.