La «Anexión». O no.

Durante las últimas semanas me sentía en la obligación de escribir acerca del mal denominado tema “la anexión”, o la extensión de soberanía israelí sobre (parte de) Cisjordania, concretamente sobre el valle del Jordán. Al punto que sí escribí una carta que el Semanario Búsqueda tuvo la deferencia de publicarme (https://www.busqueda.com.uy/nota/el-frente-amplio-e-israel-ii) haciendo referencia a un comunicado del Frente Amplio, un collar de disparates con que la Izquierda uruguaya busca adornarse una y otra vez; especialmente si son causas remotas y ajenas. Como si no fuera suficiente, esta semana el MLN-T también enhebró su propio collar. Como hecho comunicacional culminante tuvimos el video de celebrities chilenos sumando disparates. Todo esto por algo que no sucedió ni sucederá, por el momento. Que si sucediera, además, sería de mucha menor magnitud que todas las aseveraciones y acusaciones que estas piezas contienen.

De modo que no escribí sobre “la anexión” pero sí sobre antisemitismo, tema que eludo todo lo posible. Cuando los mensajes son tan burdos, binarios, panfletarios, uno no resiste a su propia indignación y su auto-promesa de no sucumbir al facilismo de un discurso perseguido. Por eso hoy, una vez que nada ha sucedido, quiero hacer una mínima referencia al tema. Porque es un tema serio, histórico, moral, y sobre todo existencial. No da para obviarlo. La preocupación acerca del tema no es sólo de aquellos que se auto-erigen en  defensores de los oprimidos y postergados, sino sobre todo para todos quienes tenemos algo en juego en cómo se irá dilucidando el ya centenario conflicto entre judíos y población árabe en esa franja de tierra que los judíos hoy llamamos Israel, los palestinos Palestina, y la Biblia Canaan. Porque, como dijera el Prof. Micah Goodman en una conferencia en 2017, el tema de la tierra, para los judíos, no es acerca de posesión sino de identidad.

Micah Goodman aborda el tema de las fronteras “finales” del Estado de Israel en su libro de 2017, “Catch-67”, sobre el “legado” de la Guerra de los Seis Días de 1967; por supuesto, lo hace desde el punto de vista de un israelí judío, desde Israel-Estado, y desde el Sionismo, cuyas ideologías y procesos históricos analiza con meridiana claridad. Goodman se anima a plantear los temas en forma binaria, aunque sus sugerencias de solución (conste que es un académico, no un político) son absolutamente gradualistas. También vale aclarar que, como académico, se distancia de las ideologías en aras del pragmatismo: las ideologías, de uno y otro lado, son las que han generado el statu-quo.

Goodman describe tanto el cisma palestino-israelí como el cisma Derecha-Izquierda israelí en términos de oposiciones mutuamente excluyentes. La afrenta al orgullo árabe que supuso la creación del Estado de Israel en 1948 y que “creó” el problema palestino prevalece sobre cualquier alternativa de compromiso (véase Barak en 2000, Olmert en 2007). Por otro lado, las dos Intifadas, y en especial la segunda, plantean una dicotomía excluyente entre “paz” y seguridad; Israel no quiere regir sobre la vida de más de dos millones y pico de palestinos, pero tampoco puede renunciar a su seguridad en aras de una soberanía palestina absoluta.

No sólo Goodman aborda el tema a  la luz de los incontrastables acontecimientos históricos; recientemente la ex miembro de la Kneset Dr. Einat Wilf publicó su libro “The Law of Return”, en el que argumenta que el mentado “derecho al retorno” exigido por los palestinos en todas las negociaciones a lo largo de los años no es más que la NO aceptación del derecho de Israel a existir como Estado judío y soberano. Una vez más, bajo la premisa que plantea Goodman, una mirada ideológica obstaculiza cualquier acuerdo, en este caso bajo la forma de un “derecho”.

De las diferentes lecturas a lo largo de los años, desde “Mi Tierra Prometida” de Ari Shavit al presente, pasando por la obra de Yossi Klein-Halevi, y ahora los dos libros citados más arriba, daría la impresión que podemos empezar a entender la realidad en una forma más compleja y menos dicotómica y mutuamente excluyente. Vale decir: Israel puede ser un Estado moral y éticamente coherente con sus principios aun cuando mantenga un control necesario sobre sus fronteras y su seguridad nacional. Los palestinos podrían tener un Estado viable, con cierta soberanía comprometida en aras de la seguridad de Israel, si aceptaran que su “derecho al retorno” es tal vez EL obstáculo para ese mismo Estado.

El reciente “Plan del Siglo” atribuido a Trump pero obra de su yerno Jared Kushner reconoce todas las variables que la historia ha determinado. No es momento para que la presidencia de Trump, a punto de colapsar, imponga nada en ninguna parte del mundo, cuando los propios EEUU han implosionado debido a la pandemia, el racismo, y la economía (la tormenta perfecta). Sin embargo, el mero hecho de que el plan existe, que su mapa dibuja una geografía política compleja pero viable (incluyendo salida al mar vía Gaza del futuro Estado Palestino así como una frontera en el Valle del Jordán para el Estado de Israel), y que finalmente en estos días, a la luz de los acontecimientos, la Autoridad Palestina haya dado señales de considerarlo, son todas señales alentadoras.

Como escribe Micah Goodman en su libro, la tradición de los profetas de Israel obliga a los judíos a cuestionarse el uso del poder, la política; mientras que la tradición del Talmud nos obliga a dudar sobre nosotros mismos. Nuestra tradición alienta a quienes se reconocen falibles. Israel ha demostrado siempre, desde la Partición de la ONU en 1947, ser pragmático por sobre ideológico. Si sus demandas de seguridad son atendidas, las demandas de auto-determinación y soberanía palestinas son posibles. En cualquier caso, ninguna será perfecta ni absoluta. Es hora de que dejemos de ver el conflicto en términos binarios de buenos y malos, opresores y oprimidos, perseguidos y perseguidores, porque sabemos que cualquier giro de la historia cambia las perspectivas. Es hora de ver el problema como tal y que las partes se empeñen aun más en aproximaciones a una solución. No es con eslóganes panfletarios que se llegará a buen puerto, y eso lo saben bien todos quienes habitan la región.

Volviendo al principio, sería buena cosa que quienes no tienen arte ni parte en el asunto dejen de fogonear el odio, el antisemitismo, y la polarización maniquea de conflictos tan ajenos como lejanos. En especial, cuando la política de cada entidad tiene su propia dinámica, si no su propia lógica (si la hay). No hubo, y por un buen rato no habrá, tal “anexión”. Tal vez de esta “amenaza” surjan nuevas y mejores opciones. Por ahora, tanto Israel, la Autoridad Palestina, los EEUU, los chilenos, y también los uruguayos, debemos estar atentos a lo único real: la pandemia.