«Un reloj que no es mío»

“Desde hace algunos años uso un reloj que no es mío”. Así abre el libro de Rafael Fremd sobre su padre, David Fremd Z’L. Así se titula el libro: “Un reloj que no es mío”.

Es un reloj que no da la hora (eso lo hace cualquier reloj), sino que “marca el camino”. Creo que Rafa, hijo de David y Susy, ha querido marcar el suyo: su forma de nombrar, de recordar, y de hacer memoria. Aquella frase que dijo en el Cementerio Israelita de La Paz bajo el diluvio que acompañó el sepelio de David el 9 de marzo de 2016, “que su muerte no sea en vano”, ha germinado, cuatro años más tarde, en esta joya que es literaria, sin duda, pero gráfica y simbólica. “Un reloj que no es mío” es un libro para hacer nuestro: para sostener, tener bien a la vista y siempre presente, ojearlo de tarde en tarde, y emocionarse en silencio y tristeza. Porque los recuerdos que Rafa recoge están allí porque el que falta es David, de bendita memoria.

Si Rafa recurrió al reloj como metonimia y metáfora para recordar a David más allá de esa frase tan irritante que él mismo ha condenado, “el comerciante judío de Paysandú”, yo quisiera recurrir a la vieja metáfora de “la otra cara de la moneda” para hablar del libro. Porque creo que Rafael ha querido mostrarnos el reverso de la imagen victimaria y martirológica de su papá.

Generalmente una moneda tiene una cara con el número que indica su valor y otra con un rostro o símbolo de algún tipo. Hay entonces una cara denotativa, inequívoca: la moneda vale equis, y no vale más ni menos, sólo es la abstracción de un número; al reverso hay un rostro o un símbolo, y puede querer decir muchas cosas. Es el lenguaje matemático en oposición al lenguaje connotativo. El primero, en la tragedia de David Fremd, está dado precisamente por frases como “comerciante+judío+Paysandú”; el segundo está dado por “Un reloj que no es mío”.

Lo maravilloso del libro es que sus textos nos hacen parte de la vida del hogar de David y Susy, Rafa y sus hermanos Guille y Gaby. Las anécdotas focalizan en David y Rafa, él se hace cargo, pero no excluye el marco próximo, la contención y la referencia. La obra es absoluta e inequívocamente de Rafael Fremd pero incluye con una delicadeza y sobriedad admirables, madre, hermanos, nueras, el sentido de familia por el cual tanto bregó David. Si podemos afirmar tal cosa es porque hemos tenido el privilegio de asomarnos, tímida y parcialmente, a esbozos de aquello que Rafa cuenta. Al mismo tiempo, el relato es tan honesto y amoroso que incluye a cualquiera cuya sensibilidad le permita incluirse.

Este libro es el mayor y mejor esfuerzo por alejar a David Fremd Z’L de un rol de mártir de la comunidad judía uruguaya. Rafael ha expresado en revista Galería, por ejemplo, que quiso escapar a las categorías de “comerciante” y “judío” por dos motivos: uno, por su connotación fuertemente antisemita; y dos, porque él, ellos, saben que David era mucho más que eso. Sin el libro de su hijo, probablemente David Fremd hubiera sucumbido a la memoria colectiva que no se fija en detalles, que no respeta intimidad, que no rescata personas sino símbolos. El bajo perfil que cultivó en vida se hubiera perdido en su muerte. Su hijo se ocupa de que no sea así.

Doy fe de lo difícil que ha sido construir memoria en torno a este hecho trágico y luctuoso sin caer en el facilismo del discurso perseguido y victimario. El asesinato de David Fremd fue inequívocamente antisemita, pero flaco favor nos haríamos como judíos y poco contribuiríamos a la sociedad si no intentáramos, cada año, en el tiempo del aniversario de la tragedia, recoger aprendizaje y construir tolerancia. La misma que David practicó toda su vida. Si bien el libro de Rafael es profundamente personal, no elude el judaísmo, ese por el cual fue asesinado.

Muchas veces los judíos queremos universalizar nuestra circunstancia, en especial la trágica, de modo de hacerla más comprensible, empática, y solidaria ante la mirada de los otros, los que no son parte de nuestro colectivo (sí, eso somos los judíos, un “colectivo”); el peligro de este recurso (tiene sus beneficios, por cierto) es que perdamos nuestra singularidad. Aplaudo (aunque suene inapropiado en este contexto) la inclusión del texto que cierra el libro en su “capítulo” 20; es una suerte de manifiesto personal de Rafa, pero me atrevo a asegurar que muchos de nosotros nos afiliamos, en mayor o menor medida, a esta forma de entendernos judíos. Vale la pena una lectura detenida.

Rescato la siguiente frase: “Porque el judaísmo no es algo que se dice, ni que se muestra, ni que se practica. Es algo que se vive”. Yo doy fe que David Fremd practicaba su judaísmo: así como demandaba del maestro un lenguaje llano y directo, no dudaba en pedir apoyo y contenidos en cualquier fuente donde cupiera abrevar. Como bien dice Rafa, David Z’L vivió su judaísmo intensamente, al punto que le arrebataron su vida por el mero hecho de serlo.

En un libro que lo recuerda a través de sus historias mínimas, guardar un espacio para su “ser” judío significa no soslayar la razón de su muerte. Volviendo a la metáfora de la moneda, implica mirar su cara connotativa sin olvidar nunca que con sólo girarla veremos su inequívoca cara de odio antisemita. El autor nos está diciendo: mi papá fue mucho más que un “comerciante judío de Paysandú”: murió por eso, pero lo recordaremos por mucho, mucho más que eso.

Así será. Gracias Rafael por tu inspiración.

Que la memoria de David Fremd Z’L se entrelace en el flujo de la vida.