Los Judíos y el Dinero: ¿un tabú?

Ofri Yilani, Haaretz 14 de febrero de 2018

La correspondencia entre Martin Heidegger y Hannah Arendt incluye una carta que Arendt recibió de la esposa del filósofo alemán, Elfride, en abril de 1969. En ésta, ella le informa a Arendt que han decidido construir una pequeña casa de un piso en su patio trasero y abandonar la gran casa en la que habían estado viviendo cerca de Friburgo. La nueva estructura “costaría entre DM 80.000 y 100.000, que, por supuesto no tenemos, pero sí tenemos objetos de valor”. Para pagar la casa, decidieron vender el manuscrito original de “El ser y el tiempo” de Heidegger, de 1927, que por ese entonces era considerada una de las obras filosóficas fundamentales del siglo. “Pero como no sabemos nada sobre dinero, no tenemos idea de cuánto vale este manuscrito y dónde podríamos ofrecerlo para la venta”, escribe Elfride Heidegger.

¿Qué es lo que llevó a Elfride Heidegger, que aparentemente era bastante antisemita, a consultar sobre asuntos financieros a Hannah Arendt, una intelectual judía que en el pasado había sido amante de su marido, y a quien Elfride evidentemente no apreciaba demasiado (como se refleja en cartas previas escritas por su esposo)? La respuesta está contenida en la pregunta: los Heidegger supusieron que Arendt, siendo judía, sabía mucho más sobre dinero que ellos. Aunque era una filósofa política, supusieron que la sangre de un asesor financiero corría por sus arterias. El propio Heidegger escribió en sus “Cuadernos negros”, del período del dominio nazi, que el judaísmo mundial tiene un “talento marcado para el cálculo” que pone en peligro al “Ser” mismo (traducción de Greg Johnson). Sin embargo, resulta que, cuando surgió la necesidad, los Heidegger no rehuyeron apelar a esa supuesta habilidad contable. Arendt, por su parte, parece no haberse sorprendido: de inmediato ofreció algunos consejos, aunque se percibe un cierto grado de agravio en su respuesta: “En respuesta a su consulta, le escribo inmediatamente para decirle lo que sé, que no es mucho”.

Esta anécdota ejemplifica el estereotipo de siglos de antigüedad, según el cual los judíos tienen una habilidad innata para lidiar con el dinero. Es una imagen que se aferró a los judíos incluso cuando eran mendigos. Después del establecimiento del Estado de Israel, el estereotipo pareció desvanecerse un poco, ya que el nuevo judío imaginado por el sionismo era, supuestamente, experto en agricultura y en luchar, no en la banca. Pero hoy está perfectamente claro que el estereotipo de “judío y dinero” es casi tan potente como lo era hace un siglo. Baste recordar el comentario del presidente Donald Trump a los líderes judíos durante la campaña electoral: “No me van a apoyar, porque no quiero su dinero”.

Teniendo en cuenta la oscura historia del tema de la conexión entre los judíos y el dinero, la historia económica real de los judíos es un asunto muy sensible. La historia judía ha sido descrita como “una cabeza sin cuerpo”. Como señala el historiador Jonathan Karp, el personaje de Shylock, el notorio usurero de “El mercader de Venecia” de Shakespeare, ha arrojado “una gran sombra de actitud defensiva sobre las autopercepciones judías”. Sin embargo, en la última década, los historiadores se han focalizado cada vez más en la vida económica de los judíos y en tratar de disipar el misterio y los mitos que envuelven al tema. Karp ha llamado a esto un “giro económico” en el campo de los estudios judíos. Hasta no hace mucho tiempo, la mayoría de los historiadores prefería profundizar en la historia del antisemitismo o estudiar los orígenes de la Cábala o analizar la filosofía judía, y no detenerse, por ejemplo, en la historia de los imperios bancarios y comerciales judíos. Ese tema fue en gran parte descuidado por los mismos historiadores judíos: lo dejaron para pensadores que poseían inclinaciones antisemitas.

Un ejemplo notable es el sociólogo alemán Werner Sombart, quien en 1911 publicó el influyente libro “The Jews and Modern Capitalism” (Los judíos y el capitalismo moderno, edición en inglés, 2001, traducida por M. Epstein). En respuesta al sociólogo Max Weber, Sombart argumentaba que fueron los judíos, no los protestantes, los que inventaron el capitalismo. La compatibilidad de los judíos con el capitalismo, según él, estaba relacionada con los rasgos sustantivos del judaísmo, que, desde los albores de la historia, entrenó a los judíos en “el sometimiento de los instintos meramente animales en el ser humano”. De una manera muy dudosa, el sociólogo asocia el pensamiento judío abstracto con los orígenes desérticos nómadas de los judíos: “Los agudos contornos del paisaje en los países cálidos y secos, su brillante sol y sus sombras profundas, sus noches claras y estrelladas y su vegetación atrofiada. ¿No se puede resumir todo esto en la única palabra, abstracción?”.

De hecho, los eruditos judíos a menudo han tratado de enfatizar los elementos socialistas de su cultura, una tendencia que fue coherente con las inclinaciones izquierdistas de muchos intelectuales judíos a mediados del siglo XX. Pero esa situación parece estar cambiando. No pocos intelectuales judíos contemporáneos han adoptado el capitalismo como un enfoque económico legítimo y no se avergüenzan de él. Como tales, se sienten orgullosos de presentar a sus correligionarios como pioneros del capitalismo.

Uno de estos últimos es el historiador Jerry Z. Muller. En su libro de 2010 “Capitalism and the Jews” (El capitalismo y los judíos), Muller apunta a los financistas judíos que establecieron el Deutsche Bank y el Dresdner Bank. Un enfoque similar se adopta en “The Chosen Few” (Los pocos elegidos, 2012), de Maristella Botticini y Zvi Eckstein. Su libro describe el préstamo usurero como un negocio judío, uno en el cual los judíos se especializaban por su propia voluntad, a fin de explotar sus ventajas relativas sobre la población general, carente de educación. De esta manera, sostienen los autores, los judíos trajeron prosperidad a los países en los que estaban presentes.

La última década también ha visto la publicación de muchos estudios que promueven afirmaciones menos radicales, pero describen redes de comercio globales en las que los judíos desempeñaron un papel crucial a lo largo de la era moderna. Así, Sarah Abraveya Stein, en su libro de 2012 “Plumes: Ostrich Feathers, Jews and a Lost World of Global Commerce” (Adornos de plumas: Las plumas de avestruz, los judíos y un mundo del comercio global perdido), cuenta la historia del comercio judío de plumas de avestruz y otros artículos de lujo, que floreció desde la década de 1880 hasta la Primera Guerra Mundial. Ella sostiene que, en estas y otras redes, los judíos “funcionaron como el pegamento que mantenía unido un mercado global”. La historiadora Francesca Trivellato ha escrito sobre el rol desempeñado por los judíos sefaradíes en el comercio internacional durante los siglos XVII y XVIII, y Cornelia Aust, en su obra a punto de ser editada “The Jewish Economic Elite” (La élite económica judía), delinea el rol de los judíos askenazíes en esta historia.

Estas obras están en el primer plano del estudio de la historia judía, pero el sistema educativo israelí prefiere centrarse en otros aspectos de la historia del pueblo judío, aunque, por ejemplo, la influencia ejercida por la familia Rothschild en la historia judía fue indudablemente mayor que la de los escritos del filósofo Franz Rosenzweig, o incluso de Maimónides. Y, por cierto, estos temas a veces se entrelazan. Tanto Isaac Abarbanel como Moses Mendelssohn, ambos, fueron filósofos y financistas. El barón Walter Rothschild no sólo fue un banquero, sino también un zoólogo que clasificó más de 150 especies de insectos y poseyó 300.000 aves embalsamadas. Aparentemente, no siempre es necesario optar.

Traducción: Daniel Rosenthal