Dilemas o Certezas

Yossi Klein Halevi, The Forward, 18 de abril de 2017

El debate sobre el futuro de los territorios liberados/ocupados/administrados comenzó en el verano de 1967, inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días. En un principio fue una discusión entre escritores, en parte un debate lingüístico acerca de cómo referirse a las tierras que Israel acababa de ganar. Natan Alterman, el amado poeta identificado con el Sionismo Laborista, promovió la anexión de los “territorios liberados”, como él los llamó, insistiendo en que el pueblo judío no podía ser un ocupante en su propia tierra, y que volver a las fronteras de 14,5 km de ancho sería un acto de suicidio nacional. Un joven novelista llamado Amos Oz desafió implícitamente a Alterman: escribiendo en Davar, el periódico del Partido Laborista: Oz insistió en que sólo las personas, no la tierra, podían ser liberadas, y que las ocupaciones invariablemente terminaban mal para el ocupante. De una forma u otra, ese argumento entre dos de los escritores más destacados de Israel ha sido debatido durante los últimos 50 años.

Cuando me mudé a Israel, a principios de los años ochenta, una forma en la que traté de aprender hebreo fue viendo los programas de discusiones políticas. Fue una experiencia enloquecedora. No sólo los panelistas de izquierda y de derecha se gritaban simultáneamente los unos a los otros, sino que a veces, el moderador también se unía a la lucha. ¿Por qué – me preguntaba – ni siquiera fingían escucharse? Finalmente, me di cuenta de que no había razón para escuchar, porque todo el mundo sabía exactamente lo que los demás dirían – y la audiencia también lo sabía. No había nuevas ideas, sólo los mismos viejos argumentos, pero repetidos con la pasión de alguien que acababa de experimentar una revelación.

En los últimos años, ese disfuncional debate israelí ha sido adoptado por muchos judíos estadounidenses. Cuando doy clases en sinagogas estadounidenses sobre el dilema territorial de Israel, escucho la misma respuesta por parte del público, ya sea liberal u ortodoxo: “¿Pero, es que no ves?” Los izquierdistas quieren decir: “¿No entiendes que anexar los territorios destruirá a Israel como un estado judío y democrático, destruirá nuestra base ética como pueblo y convertirá a Israel en un paria?” Los derechistas quieren decir: “¿No entiendes que la cuestión no son los asentamientos, sino la legitimidad de Israel dentro de cualquier frontera, que un estado palestino no será un vecino pacífico y ni siquiera un Estado viable, sino una entidad terrorista dirigida por Hamas en las colinas con vista sobre Tel Aviv?” Mi respuesta es: sí, entiendo – ambos argumentos. Por eso, como muchos israelíes hoy día, me defino como un centrista. Los centristas concuerdan con la izquierda sobre el desastre moral y demográfico de la ocupación, y con la derecha sobre la imposibilidad de reconciliarse, al menos por ahora, con el movimiento nacional palestino. A pesar del reconocimiento oficial de Israel por parte de la OLP, el asalto diario en los medios palestinos y en las escuelas sobre la legitimidad de Israel ha convencido a la mayoría de los israelíes de que no se puede confiar en que un Estado palestino sea un vecino pacífico.

En efecto, los israelíes centristas han internalizado el debate de izquierda – derecha, que ya no ocurre sólo entre tiendas políticas rivales, sino dentro de cada uno de nosotros. Continuar con la ocupación pone en peligro nuestros supuestos más queridos acerca de nosotros mismos como un pueblo – rajmanim bnei rajmanim, es decir, hijos misericordiosos de padres misericordiosos – y amenaza la viabilidad de un Israel judío y democrático. Y así me adhiero a la conclusión de la izquierda de que debemos terminar con la ocupación. Pero poner fin a la ocupación podría poner en peligro nuestra capacidad de defendernos en un Oriente Medio que está implosionando y llevar a un estado palestino que podría parecerse a Gaza, cuando no a Siria o Irak. Y así acepto la conclusión de la derecha de que no tenemos un socio palestino creíble para una paz duradera.

Mi punto no es abogar por el centro como una posición política – lo cual, sin duda, puede convertirse en una justificación para una parálisis continuada – sino como una sensibilidad. Cualesquiera que sean las ideas políticas de una persona, una sensibilidad centrista requiere un forcejeo profundo con los compromisos y los temores de las tiendas contrarias. El objetivo de este proceso no es necesariamente cambiar las ideas políticas propias, sino suavizarlas. En última instancia, el desafío de una sensibilidad centrista no es algo político sino espiritual: una invitación a la humildad.

Poco después de que me mudara a Israel, en febrero de 1983, un judío derechista lanzó una granada en un mitin de Paz Ahora, matando a un manifestante llamado Emil Grunzweig. En ese entonces yo trabajaba como periodista y concurrí a la escena. Había sangre en el pavimento. Un pequeño grupo de contramanifestantes de derecha se habían quedado en el lugar; varios reían. Ese fue el momento en que lo comprendí: nuestro debate sobre los temores existenciales de derecha e izquierda podría convertirse en una amenaza existencial, desgarrándonos y socavando la capacidad de la sociedad israelí de mantener una coherencia por mínima que sea.

El debate continúa siendo tan apasionado, incluso en su repetición interminable, precisamente porque cada lado está diciendo una verdad esencial. En el paisaje bíblico de nuestra juventud, toda la historia judía se está debatiendo a sí misma, su significado esencial. Pero el cercano 50º aniversario dela Guerra de los Seis Días nos ofrece una oportunidad para un reseteo, para que cada lado acepte la enormidad de nuestro dilema y los argumentos convincentes del otro. La alternativa es un pueblo destrozado y disfuncional.

Traducción: Daniel Rosenthal