Pandemia en Uruguay, Mayo 2021

Como suele suceder, el discurso se ha desvirtuado y ahuecado. Pasados catorce meses de pandemia en Uruguay, cuando más parecemos saber, cuando ya se han inoculado dos millones de dosis de vacunas, estamos si no en el peor momento, tal vez algún peldaño más abajo; pero sin certezas de seguir bajando las cifras. Cincuenta muertos por día, dos mil y pico (el pico varía) de nuevos contagios diarios, quinientos y tantos pacientes en CTI, son todas cifras, hoy, normales. Así como nos hemos acostumbrados a un tránsito vehicular ligero, a una ciudad desierta, a locales cerrados, a falta de productos, y a una economía mucho más austera (¿quién precisa vestirse?), del mismo modo nos hemos acostumbrado a cifras atroces y anormales en torno a la vida y la muerte.

No soy científico, soy un humanista empedernido que cree que los hombres construimos nuestra propia realidad. El virus y su diseminación mundial es obra del hombre. Así como la naturaleza nos supera, mayormente la hemos dominado al punto de destruirla. No sé cómo ni cuándo ni me animo a aventurar el fin de toda esta pesadilla. Afirmo, sin ambages, que en este país, Uruguay, no hemos entendido nada. Si o entendemos ni actuamos en consecuencia, no habrá vacuna que alcance; ni china ni Pfizer, ni estándar ni Premium. Porque el virus existe, vive y triunfa, y la única forma de frenarlo es la cautela. Nos inundan los informativos con información (por demás redundante), los programas periodísticos (pocos y malos), y la publicidad. Ahora todos bailamos puertas adentro, todos cocinamos, todos estamos solos frente a una pantalla. Y sin embargo.

En menos de diez días suceden dos eventos que explican porque la pandemia en Uruguay no cede: sábado 1º de Mayo con clima veraniego, y domingo 9 de mayo Día de la Madre con clima otoñal. Supermercados, Shoppings, y restaurantes a tope. Espacios públicos tradicionales y populares, colmados. Parecería que los protocolos y el aire libre dan licencia para matar; porque estemos en un lugar “protocolizado” o al aire libre, si somos muchos y estamos mucho tiempo, hay contagio. Si muchos acusan todavía hoy a la marcha del 8M (marzo) de este desborde viral, por qué no acusar a un restaurant de Carrasco que no sacrifica una mesa, un cubierto, en aras de la salud pública. Pero sobre todo, ¿por qué se desbordan esos espacios? ¿Por qué nos exponemos? ¿Por qué nos creemos inmunes?

Hay varios problemas sobre la mesa y varias variables en juego. Reconozco la variable política o ideológica que rige al Gobierno, y la apoyo. Reconozco el hastío, la frustración, la decadencia, y sobre todo la tristeza; soy uno de tantos. Hay una variable, sin embargo, que tomamos poco en cuenta, porque en definitiva es la que nos permite nombrar lo que de otra manera nos superaría del todo: el lenguaje. Si no podemos contenernos por un lado y esperanzarnos por otro, nos volveríamos locos. Honestamente, no descarto notas de locura, pero mejor no recorrer ese camino. Volvamos al uso del lenguaje.

Las palabras de contención son, entre otras, protocolo, aforo, higiene, tapabocas, alcohol, burbuja, teletrabajo. Las palabras de esperanza son vacuna, inmunidad, rebaño, nueva y normalidad, luz y túnel (van juntas). Las de esperanza son bastante menos que las de contención; porque la esperanza existe pero aun no es verosímil y porque la contención, en definitiva, es puro chamuyo: realidad mata discurso. El problema radica en dos fenómenos: el primero, que muchas palabras son metáfora, nombran algo que no existe; y el segundo, es que el abuso de las mismas merman su valor significante.

“Burbuja” es una metáfora pero es tan efímera, insustancial, y liviana como cualquier burbuja que veamos en la naturaleza; “protocolo” denota un orden y un método pero en los hechos supone cantidades razonables de individuos para poder implementarlo. No por nada se ha dicho que donde hay protocolo bien ejecutado no hay contagios; pero dados los contagios, muchos protocolos seguramente han fallado. “Aforo”: ¿alguien duda que no se respetaron el pasado Día de la Madre? Así, con cada palabra: la brecha entre ellas y aquello que nombran se ha estirado de forma alarmante.

El Covid se ha llevado anónimos y famosos por igual, pobres y ricos, adultos y jóvenes. Hay días que sólo tenemos cifras, hay otros que tenemos nombres propios, personas que conocemos, de cuya existencia teníamos noción. A veces algunos superan la enfermedad y dan testimonio: contando, o simplemente compareciendo. Con todo ello, no sólo no cesan los casos ni logramos una meseta (otra metáfora covideana) digna de ser resaltada. Daría la impresión que por detrás de toda la avalancha de comunicación, discurso, exhortación, conferencias de prensa, conceptos como “libertad (ir)responsable”, exposición de científicos, y testimonios, prevalece el viejo y manido discurso nacional, bien uruguayo; aquello de que “acá no pasa nada”.

De otra manera, no se explica que nos aglomeremos, que no renunciemos al asado del 1º de mayo ni al Día de la Madre (invento comercial si los hay). La pandemia no se detiene no por lo que hace o deja de hacer el gobierno de turno, sino por lo que no hacemos los ciudadanos. No somos ni responsables ni solidarios. Usamos la pandemia a nuestro antojo y conveniencia y mientras tanto nos llenamos la boca y los oídos con palabras y discurso cuando los hechos son irreversibles.