Desafíos en perspectiva histórica

El Imperio Romano implosionó. No fue derrotado en sucesivas batallas, sino que un día determinado cayó bajo el peso de su propia vacuidad. Cuando sólo queda la infraestructura, cuando se sostienen valores perimidos, cuando nos aferramos a ídolos de barro que ya no nos dicen nada, un día miraremos en derredor y veremos, estupefactos, cómo todo ha cambiado y sólo reconocemos el entorno en sepia, lo que ya fue pero en su versión ruinosa.

Haciendo zoom en períodos más concretos, la caída del Segundo Templo y con ella la instalación definitiva del judaísmo rabínico no obedece a la implacable persecución greco-romana (griega en cultura, romana en política) sino al desmoronamiento de un sistema que se vaciaba. El Judaísmo estaba altamente fragmentado. La mentada máxima de que el Templo fue destruido por el “odio gratuito” entre judíos se inscribe en este contexto. Entre el idealismo fanático de los Zelotas en Massada y el pragmatismo de Iojanan Ben Zakai en Yavne prevaleció este último.

Los hechos históricos precisan de alguien que los precipite, pero el caldo en el que se cultivan está allí siempre, y sólo con el tiempo lo reconocemos. Por supuesto que hubo invasiones bárbaras, y por supuesto que el Templo y Jerusalém fueron destruidos por los romanos en 70 y 135 EC, pero nada de esto sucedió fuera de un contexto. Siempre hay un golpe de gracia, pero para ello debe haber alguien moribundo. La Edad Media se ahogó a sí misma en su círculo vicioso de represión, persecución, e intolerancia religiosas, así como en el fraccionamiento y el consecuente empobrecimiento del sistema feudal. Pero el Renacimiento vio su luz sólo cuando algunos hombres pudieron mirar un poco más allá del feudo y la fe.

¿Cómo podemos leer la vida institucional judía en Uruguay en 2020? ¿Qué rol jugarán los millenials en su continuidad, si es que la habrá? Si los edificios simbolizan la infraestructura de los imperios, ¿cuántos edificios habremos resignado cuando ya sea demasiado tarde? ¿Cómo sostenemos los que aún están en pie, más cuando están vacíos? ¿Cómo unos pocos directivos apasionados sostienen instituciones que no tienen sucesión ni continuidad, o incluso, razón de ser? Cuáles son las respuestas a las cuestiones e interrogantes que muy pocos se hacen. Usando una expresión muy en boga estos días, ¿quién se hace cargo? La fragmentación supone pluralismo y eso es bueno y encomiable, pero también supone dividir la carencia: de gente, de recursos, de compromiso, de ideales. Podríamos ser diversos pero más eficientes.

Nadie quiso ser el último emperador de Roma, ni nadie quiso ser el último Sumo Sacerdote del Templo, pero hubo un tal Rómulo Augustus y un tal Pinjas ben Shmuel cuyo sino fue sucumbir. Así como Iojanan ben Zakai atinó a escapar y fundar la academia de Yavne, cuya influencia llega a nuestros días, ¿quién será hoy el que, como él,  se atreva a enterrarse en un ataúd para resurgir al otro lado de la muralla?

Hablemos claro: quién, o quiénes, serán los dirigentes comunitarios que le pondrán el cascabel al gato, tomarán el toro por las guampas, o como dijera Amos Oz citando a Truman en su última conferencia, dirán lo que todos sabemos que hay que hacer, inevitablemente. Cuando la realidad se basa en enunciados y buenas intenciones no es real, es un cuento. Cuando las personas acuden en busca de soluciones a sus problemas (nacimientos y muertes y todo lo que va entre medio), cuando las personas buscan respuesta a sus temores y desvelos, o esperanza para mejorar su calidad de vida, ¿quiénes estarán en condiciones de proporcionarlas si hablamos lenguajes perimidos?

Sobreviven los más fuertes, y esta supremacía puede ser económica, política, histórica. Pero para realmente sobrevivir se precisa tener sentido, propósito, y acompasarse a los tiempos y las realidades que nos desafían. Las instituciones con sentido y propósito sobrevivirán, siempre que puedan acceder a los recursos. Mientras distribuyamos la escasez, mientras no entendamos cuáles son las prioridades, mientras sigamos alimentando feudos, todos nos debilitamos un poco, y algunos se debilitan mucho más.

Cuando yo era niño éramos más de cuarenta mil judíos en Uruguay. Hoy seguramente no lleguemos a un tercio de esa cifra; afiliados, un quince por ciento de aquel número. Si hoy tenemos edificios vacíos o prescindibles, ¿qué sucederá en cincuenta años? Si hoy no visualizamos quién se haga cargo, ¿qué quedará para hacerse cargo en cincuenta años? No sólo cuántos, sino qué judíos constituirán la comunidad judía de Uruguay, “la cole”. Probablemente tendremos edificios y estructuras, la pregunta es qué judaísmo tendremos. Sobre qué implosionarán las estructuras ahuecadas.