Januca 5780: ¿Qué luces encendemos?

Cada tantos años sucede: Januca coincide con Navidad. Este año, el 25 de diciembre los judíos estaremos encendiendo la cuarta vela. La janukiá estará a medio completar, la luz en ascenso. ¿Qué luz encendemos los judíos en Januca? ¿Qué iluminamos cuando todo esta tan iluminado? Nuestra singularidad.

Nunca como en años así, tan coincidentes, el contraste o la confusión entre las festividades se hacen tan evidentes. Es mucho más cómodo cuando Januca es a principios de diciembre: se convierte en una suerte de anticipo que no molesta a nadie. Las luces resplandecientes y universales serán más tarde; como en Januca, la luz irá en ascenso pero la progresión navideña no es aritmética sino geométrica. La noche del 24 de diciembre explotarán las luces junto con la fatal pirotecnia. Este año 2019, 5780 del calendario hebreo, ese día los judíos encenderemos sólo tres velas (más el shamash, la vela vigilante) en el contexto de tanta luz. ¿Qué luz encendemos los judíos en medio de tanta luz? La luz de la fragilidad.

Desde los EEUU, donde se ha construido un nacionalismo feroz nutrido de las tradiciones de cada cultura y religión, se exporta el concepto de equivalencia entre una festividad y otra. Navidad es tan ambiciosa como festividad y como negocio que no se podía dejar fuera una minoría como la judía. Por lo tanto, exceptuando las personas más religiosas u observantes, siempre hay algo para que un judío haga en Navidad: comer comida china, por ejemplo. Este año podemos hacer Januca. Como una suerte de mezuzá adicional, la luz frágil de las velas en nuestras ventanas indicará una casa judía. ¿Qué iluminamos los judíos en Januca? Nuestra identidad.

Cuando los episodios históricos contados en Januca sucedieron (167-160 BC) todavía no había Navidad ni Cristianismo. Pero ya había un estilo de vida, de tipo pagano, griego, que predominaba sobre el Oriente Medio y sus adyacencias. El helenismo predominaba como cultura y forma de vida. Como hoy, los judíos de entonces no fueron indiferentes a la tentación de igualarse con el entorno. Januca celebra los triunfos de los hermanos macabeos pero sobre todo celebra el “milagro” de la resiliencia y la supervivencia, metaforizado para siempre en el aceite puro que duró ocho días.

A tal punto es así, que posteriormente al triunfo macabeo Judea se convirtió en reino casi independiente bajo la dinastía de los Asmoneos, cuya presencia se manifestaría en toda su complejidad hasta el siglo I EC; de hecho, fue el último “estado” judío independiente hasta el Primer Congreso Judío en 1897, en que los judíos comenzaron a auto-gobernarse de alguna manera. A la luz de los dieciocho siglos que separan unos eventos de otros, las luces de Januca parecen haber tenido un poder inusitado y por cierto efectivo.

Para los que gustan del concepto del sincretismo para explicarlo todo en términos históricos y reales, el asunto de la luz o de traer la naturaleza dentro de la vivienda (el arbolito de Navidad), o tantas otras tradiciones, obedecen a la época del año en que estas festividades ocurren en el hemisferio norte: el invierno ya avanzado e instalado. El concepto de que la luz combate la oscuridad es tan antiguo como la Creación tal como  narra la Biblia hebrea: lo primero que se crea es la luz. Por lo tanto, cuanto más luz, más vida.

La tradición judía nos instruye a encender progresivamente ocho velas que, por su naturaleza, son breves, efímeras, y cuya función es ser contempladas; no tienen un uso específico. Mientras las velas festivas tienen la función de iluminar cuando está prohibido encender fuego, las de Januca se encienden porque sí. Debemos quedarnos un rato en su entorno, generar un momento a partir de su luz, y verlas consumirse y apagarse. En tiempos de fríos y oscuridad, ellas se transforman en metáfora de vida.

Por eso cuando nos dicen, con la mejor intención, “ustedes tienen Januca”, tal vez la respuesta sea no, ustedes tienen Navidad. Ambas festividades aluden a milagros y a luces, pero en esencia son absolutamente distintas: mientras una alude al nacimiento de una esperanza universal encarnada en la vida de un hombre, la otra sólo nos recuerda que nuestra misión en el mundo es traer un poco de luz en las noches más oscuras. Sea desde la intimidad de nuestras casas o instituciones, sea desde el espacio público, los judíos señalamos, día a día, con la progresión de velas encendidas, que acá estamos, más de doscientos siglos después, aportando nuestro rayo de luz en el mundo que habitamos.

Jag Urim Sameaj!