Refugiados y la cuestión del retorno

Uri Avineri, Haaretz, 18 de octubre de 2017

Ze’ev Binyamin “Benny” Begin, hijo de Menachem Begin, es un individuo muy agradable, el tipo de persona que te gustaría tener como amigo. Sin embargo, sus opiniones políticas son menos amables. Es incluso más extremista que su padre. Menachem Begin, quien después de haber liderado la milicia Irgún anterior al estado, se sentó con Anwar Sadat de Egipto y firmó la paz. Su hijo actúa más como Golda Meir, que ignoró las señales en búsqueda de la paz de Sadat y provocó la Guerra de Iom Kipur. Benny Begin es un partidario del sionismo revisionista, expuesto originalmente por Ze’ev Jabotinsky. Una de las marcas registradas del movimiento era la importancia que atribuía a las palabras y declaraciones escritas, en contraste con el movimiento laborista, dirigido por David Ben-Gurión, que atribuía poco valor a las palabras y en cambio respetaba los “hechos de la realidad”.

La semana pasada, Begin escribió uno de sus pocos y esporádicos artículos (Haaretz, 9 de octubre). Su principal objetivo era demostrar que no hay posibilidad de lograr la paz con los palestinos. En su opinión, ésta es un delirio acariciado por los pacifistas israelíes. Citando varios textos, discursos y libros de texto palestinos, Begin concluye que los palestinos nunca, jamás de los jamases, renunciarán al derecho al retorno. Y dado que el derecho al retorno significaría el fin del estado judío, la paz es una quimera, dice Begin.

Otro intelectual muy reflexivo, Alexander Yakobson, llegó a la misma conclusión (edición hebrea de Haaretz, 26 de setiembre). Su artículo estaba dirigido a mí personalmente y decía que yo soy “leal a Israel, pero no a la verdad”. Me acusó de ser demasiado tolerante con el movimiento de boicot, desinversión y sanciones (BDS), que apunta a destruir a Israel. ¿Cómo sabe que este es su objetivo? Es sencillo: el BDS afirma el derecho al retorno de los palestinos. Y como todo el mundo sabe, el derecho al retorno significa el final del estado judío.

Me opongo al BDS por diferentes razones. El movimiento al que pertenezco, Gush Shalom, fue el primero en imponer un boicot a los asentamientos (en 1997). Nuestro objetivo era alejar al público israelí de los colonos. El BDS está logrando el resultado contrario. Al tratar de imponer un boicot a todo Israel, está empujando al público israelí a las manos de los colonos. Para ser sincero, no me entusiasma demasiado la idea de llamar al mundo entero para que me boicotee. Pero de todos los tablones en la plataforma del BDS, el reconocimiento del derecho al retorno es el que menos me molesta. De hecho, lo encuentro un poco ridículo. El BDS nunca podría obligar a Israel a hacerlo en contra de su voluntad, entonces ¿por qué ponerse nerviosos por esto?

Permítanme primero arrojar un poco de luz sobre los hechos. Cuando los británicos abandonaron Palestina en 1948, había alrededor de 1,2 millones de árabes y 635.000 judíos viviendo entre el río y el mar. Durante la Guerra de la Independencia de 1948, 720.000 árabes huyeron o fueron expulsados. Hoy en día, a eso le llamamos limpieza étnica. Algunos árabes permanecieron en el área conquistada por los judíos, pero ni un solo judío permaneció en el área conquistada por los árabes. Afortunadamente, los árabes solo pudieron conquistar una pequeña extensión de territorio (Jerusalem Este, el Bloque Etzion y otros lugares), mientras que nuestro lado conquistó áreas grandes y pobladas. Yo era un soldado combatiente y vi estas cosas con mis propios ojos. Hoy en día, los refugiados árabes son seis millones. Alrededor de 1,5 millones viven en la Ribera Occidental ocupada, otro millón en Gaza, y el resto están dispersos en Jordania, Líbano, Siria y el resto del mundo. ¿Realmente todos ellos querrían regresar a Israel si tuvieran la oportunidad? Ésta es la cuestión.

Hace muchos años, tuve una experiencia inusual. Fui invitado a dar una charla en Nueva York y para mi gran sorpresa y placer, en la primera fila divisé al joven poeta árabe Rashid Hussein, de la aldea de Musmus, cerca de Umm al-Fahm. Me instó a visitarlo en su casa, no lejos de Nueva York. Cuando llegué allí, una sorpresa aún mayor me esperaba: el pequeño apartamento estaba repleto de gente, refugiados palestinos de todos los tipos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Tuvimos una larga y emocional discusión acerca del problema de los refugiados. Cuando nos fuimos, le dije a mi esposa: “¿Sabes lo que sentí? Solo unos pocos realmente quieren regresar a Israel, pero todos ellos están dispuestos a dar sus vidas por su derecho a regresar”. Rachel, una observadora muy aguda, dijo que había sentido lo mismo. Hoy, décadas más tarde, todavía estoy convencido de que esto es cierto.

Creo que hay una gran diferencia entre el principio y la implementación. El principio no puede ser negado. Pertenece al refugiado individual. Está anclado en el derecho internacional. Es sagrado. Cualquier futuro acuerdo de paz deberá incluir una sección que afirme que Israel, como principio, acepta el derecho al retorno de los refugiados palestinos y de sus descendientes. Ningún líder palestino podría firmar un acuerdo que no incluya esta cláusula. Puedo imaginar la escena: después de llegar a un acuerdo sobre esta cláusula en la cumbre de paz, el mediador respirará profundamente y dirá: “Y ahora, amigo mío, pasemos al problema real. ¿Cómo vamos a resolver el problema de los refugiados en la práctica?”

Hay muchos tipos diferentes de refugiados, y no existe una solución única que sea adecuada para todos ellos. En los últimos 50 años, muchos han construido nuevas vidas en otro país. No soñarían con regresar a su aldea ancestral, incluso si aún existiera. Entre los refugiados hay personas que son acomodadas, incluso muy ricas. Uno de ellos es mi amigo Salman Abu Sitta, que una vez fue un joven descalzo en el Néguev. En 1948 huyó con su familia a Gaza y se convirtió en un constructor muy exitoso en Inglaterra y el Golfo Pérsico. Nos conocimos en una conferencia de paz en París. Tuvimos una larga e intensa discusión a lo largo de una cena privada. No nos pusimos de acuerdo. Abu Sitta insiste en que se debe permitir que todos los refugiados regresen al territorio israelí, incluso si todos ellos son ubicados en el desierto del Néguev. No veo ningún sentido práctico en esto.

A lo largo de los años, he tenido cientos de conversaciones con palestinos sobre una solución al problema de los refugiados, desde Yasser Arafat hasta los residentes de los campos de refugiados cerca de Beirut. La gran mayoría aceptaría de inmediato una fórmula que buscara “una solución justa y acordada para el problema de los refugiados”, queriendo decir “acordada” con Israel. Esta redacción también aparece en el plan de paz árabe que fue redactado en Arabia Saudita y oficialmente aceptado por todo el mundo musulmán.

¿Cómo funcionaría en la realidad? Significaría que a cada familia de refugiados se le daría una opción entre el retorno real y una indemnización justa. ¿Regresar a dónde? Hay muy pocos pueblos que aún permanecen vacíos. Es posible imaginar que dos o tres de esos pueblos serían revividos por sus residentes originales. Una cantidad acordada de palestinos podría regresar al territorio israelí, particularmente aquellos que tienen familias aquí. Esto es algo difícil de tragar para los israelíes. Difícil, pero no imposible. Israel tiene actualmente alrededor de dos millones de ciudadanos árabes, que comprenden más del 20 por ciento de la población. Un número algo mayor, por ejemplo, otro cuarto de millón, no crearía un cambio sustancial.

Todos los demás serían generosamente compensados; el dinero les ayudaría a establecerse donde viven actualmente, o a inmigrar a países que estarían encantados de recibirlos (y a su dinero). Todos estarían de acuerdo con una compensación. ¿De dónde saldrá el dinero? Israel tendrá que pagar su parte (ahorrando simultáneamente una gran cantidad de dinero debido a una reducción del presupuesto de defensa), y las organizaciones internacionales deberían donar generosamente.

¿Es posible? Si, sin duda. Si el ambiente es el adecuado, me atrevo a decir que incluso es bastante probable. Contrariamente a la fe de Begin en los textos escritos (el trabajo de demagogos preocupados por sus propios intereses), cuando un proceso más o menos como el que he esbozado aquí se ponga en marcha, prácticamente no habrá forma de detenerlo.

Y no olvidemos por un momento que estos “refugiados” son seres humanos.

Traducción: Daniel Rosenthal