Pesaj 5777

Hay una certeza absolutamente cíclica en el tiempo tal como los judíos lo entendemos. Sin embargo, a bien poco de iniciado el Seder de Pesaj los niños nos preguntan: “ma nishtaná?”, qué ha cambiado. Nos disponemos a recrear un rito milenario; revivimos, aunque sea simbólicamente, la experiencia de la salida de Egipto de nuestros antepasados; contamos las mismas historias y hacemos los mismos votos; y por supuesto repetimos las mismas bendiciones; sin embargo, detrás de la gran diferencia entre esclavitud y libertad, yacen las diferencias que constituyen nuestras vidas. Parafraseando la liturgia de Iom Kipur, del Pesaj pasado a éste, que venga en paz, ¿qué ha cambiado? Porque, así como se transita de un estado de sometimiento a otro de libre albedrío, transitamos infinidad de caminos y decisiones en nuestras vidas personales, familiares, colectivas, y nacionales. Seguramente el Pesaj celebrado en 1949 supuso para nuestros padres un cambio drástico al celebrado en 1948: “el año próximo en Jerusalém” fue aquél año: la frase que cierra el Seder nunca tuvo mayor transcendencia que entonces.

Este Pesaj de 2017, 5777 del calendario hebreo, nos encuentra en víspera de varias efemérides muy significativas en esta historia continua y permanente de liberación: Congreso Sionista, Declaración Balfour, Partición de Palestina (todavía en proceso, por cierto), y unificación de Jerusalém (denominar ese Junio de 1967 resulta conflictivo) como los hitos más significativos de la versión moderna del Éxodo. Tal vez cuando nos sentemos a la mesa el lunes por la noche y comencemos a contar la historia debamos tener muy presentes estos cambios. En la vida real los momentos suceden una sola vez y luego son historia, cuento, narrativa. Tal vez el año próximo la unificación de Jerusalém sea menos conflictiva y sangrienta; tal vez para entonces el cambio sea un acuerdo de convivencia palestino-israelí. No lo sabemos.

Ahí yace la maravillosa dualidad en el manejo judío del tiempo: por un lado preservamos casi intacta la historia, resistiendo los cambios y las modificaciones, a la vez que cada ceremonia milenaria en sí misma es una puerta a la esperanza y tiempos mejores. La Jersusalém que nombramos al final del Seder o de Iom Kipur o de una ceremonia de casamiento (Jupá) no es la Jerusalém real, política, histórica, con sus injusticias y su sangre derramada, sino un símbolo de unión y esperanza. Es aquello que los peregrinos que iniciaron la colonización en América del Norte llamaron “una ciudad en una colina”: un rumbo, un propósito.

Ninguna historia nacional está exenta de injusticias y derramamiento de sangre: por eso salpicamos gotas de vino cuando narramos las plagas sobre los egipcios, incluida la terrible plaga de la muerte de los primogénitos. No se trata de que, como pueblo, seamos indiferentes a la injusticia o el abuso de poder, sino que lo reconozcamos mediante el texto, el rito, y la permanente repetición. Cada vez que volvemos sobre el texto y volvemos a derramar vino estamos haciendo no sólo manchas en el plato o el mantel sino marcas en nuestra consciencia. Así como se nos instruyó marcar las puertas de nuestras casas para que la plaga nos saltee (pasaj), la tradición sumó el derramamiento de vino como signo de que, esa vez, no nos sucedería a nosotros sino a nuestros opresores. Porque esclavos fuimos en la tierra de Egipto nunca ignoramos la dimensión trágica de la vida y la historia, tanto en nuestras tiendas como en las ajenas.

La coyuntura histórica de este año de efemérides, tan revisionista, tan distinta a cincuenta, cien, ciento veinte años atrás, nos desafía a crear o recrear nuevas historias de fundación nacional. Cuando el Sionismo es tan cuestionado desde fuera, y por cierto desde dentro, no es cuestión de descartarlo por perimido sino encontrar el discurso que lo redima y lo resignifique para futuras generaciones. El Sionismo está mucho más allá de la coyuntura política del país que creó, Israel, aunque ésta dure cien años. El Sionismo es mucho más que sus partes y la suma de éstas. Cuando nos preguntemos “qué ha cambiado esta noche”, tal vez sea buen momento, una vez cumplido el ritual del Seder, de comenzar una conversación acerca del Sionismo hoy. Porque en definitiva, el Sionismo no es más, ni menos, que una nueva salida de Egipto en pos de una promesa.

Ianai Silberstein