Ester

Sin duda no hay relación entre el Día Internacional de la Mujer y Purim que no sea mera coincidencia. La primera es una fecha instituida tal en el siglo XX, mientras que Purim es anterior a la era común; la primera es una fecha universal, mientras Purim es una fecha cuyo significado es estrictamente judío. La coincidencia, sin embargo, no deja de ser sugerente: la gran protagonista, cuyo nombre da lugar al libro que conmemora y es leído en Purim, es una mujer. Sólo dos libros en la Biblia hebrea (en el canon) tienen nombre de mujer: Ester y Rut. Ambos han sido objeto de grandes controversias en relación al rol de la mujer en la sociedad, tanto en la del tiempo del que se ocupan como en la coyuntura en que son invocados a través de la historia. Todo libro denominado como nombre propio carga en ese nombre profundos significados y responsabilidades: desde los libros pentateucos como Noaj, Yitro o Pinjas a los libros bíblicos como Josué y Samuel, y por supuesto toda la literatura profética. “Qué hay en un nombre” preguntaba Shakespeare en la voz de Julieta, y la pregunta no puede ser más relevante hoy; no en vano el poeta la puso en boca de una mujer.

La lectura tradicional del libro o rollo de Ester apela al lado heroico de esta heroína supuestamente anónima y “escondida”, tal como lo indica su nombre. Relegada a un rol secundario en el harén del ingenuo rey Asuero, guiada por su tío Mardoqueo (Mordejai el judío), salva a su pueblo del exterminio. Milagros así ya hubiéramos querido para los veinticinco siglos que siguieron al suceso de marras, pero nunca dejó de ser más que deseo: el exterminio, si bien no sucedió en forma total, fue una opción real a lo largo de la historia judía. Tal vez por eso celebremos Purim con tanto desenfado y desvergüenza: porque la salvación fue total y absoluta, como nunca antes y nunca después. Es una historia terrible con un happy-ending poco menos que forzado, pero feliz al fin.

El libro de Ester que leemos en Purim en medio de júbilo y creatividad no menciona ni da lugar a dios. El asunto es entera, absoluta, y exclusivamente entre hombres y mujeres. Tal vez por eso la festividad quedó asociada a una suerte de magia o misterio, de chances y suertes, como lo indica su nombre, “purim”. Todo puede suceder: podemos ser aniquilados una noche y terminar esa noche danzando y festejando, bebiendo hasta perder la noción de lo correcto y lo incorrecto, porque todo era, es, posible. Cuando la muerte pasa tan cerca, la celebración debería ser lo más intuitiva y descontrolada posible. Por un rato. Eso es Purim.

Detrás de tanto desenfado y desvergüenza, de disfraces y confusiones, de juegos y risas, hay sin embargo un texto que justifica ampliamente su inclusión en el canon judío, la Biblia. Es un relato casi mágico, de aventuras, de malos contra buenos, aparentemente simple pero profundamente perturbador. La composición de los personajes y sus “suertes”, la inversión de roles (de perseguidos en perseguidores), nuestra posición en medio de una sociedad ajena, son todos temas recurrentes en nuestra tradición literaria. Lo particular es que la gran heroína es una mujer, aparentemente “oculta” o como se diría en la jerga turfística, “tapada”. Algo así como han estado la mujeres a lo largo de la historia de la humanidad: presentes, protagonistas, pero mayormente “tapadas”, o usando el nombre de la protagonista, “escondidas”.

Ester es mucho más que su belleza, por más que ésta esté especialmente destacada en la historia. Cuando solíamos nombrar “Reina Ester” a alguna estudiante en una versión judía de un concurso de belleza estábamos menospreciando al personaje Ester. No cabe duda que era bella, de otro modo no hubiera llamado la atención del rey. Pero era mucho más que eso. El desafío, tal como demostró la profesora Ruth Avinery en una clase magistral en el Instituto Hartman de Jerusalem el año pasado, es encontrar la lectura que ofrece a la Ester complaciente y manipulable así como la lectura de la Ester astuta, previsora, y manipuladora. No cambia el resultado: en cualquier caso, Ester nos salva del exterminio. La cuestión es dónde, en qué rol, ubicamos a Ester.

El 8 de marzo como Día de la Mujer es un día que gana año a año, generación a generación, significados. Si el tema del voto dejó de ser actual, el tema de la violencia específica hacia la mujer es hoy uno de los temas más candentes en la agenda pública. Un “Día de …” es una suerte de canonización de una categoría (mujer, trabajadores, víctimas del Holocausto, lo que fuere) que representa los dramas más profundos y las aspiraciones más elevadas de la Humanidad. Ya no canonizamos libros u obras porque entendemos que no hay límite ni criterios que valgan para semejante pretensión; el canon se ha convertido en algo mucho más flexible y pasible de cambios de acuerdo a los tiempos y los valores que prevalecen. Fijar un día es una aproximación a canonizar un valor, denunciar en forma permanente una carencia.

Que la tradición judía pueda ofrecerse a sí misma, y a la humanidad toda, una obra como el Libro de Ester, una mujer tan misteriosa pero tan profunda, hábil, y exitosa como Ester, y una festividad que celebre la vida como algo tan frágil que depende de un cambio de suertes, no hace más que ennoblecer y dignificar esa tradición. Después de todo, no somos tan distintos al resto de nuestros semejantes. Por un rato dios nos dejó a nuestra suerte, y suerte tuvimos. No sin poner algo de nosotros a través de la figura descollante, misteriosa y fascinante de una mujer.