«Historia de Amor & Oscuridad»: la película.

A. O. Scott, New York Times, 19 de agosto de 2016

«Una historia de amor y oscuridad», la película en la que Natalie Portman debuta como directora, aborda un momento altamente complejo y trascendental en la historia del siglo XX: la fundación del estado de Israel. No hay una forma sencilla de contar la historia, y la película de Portman, estrechamente basada en una autobiografía del novelista israelí Amos Oz, está repleta de emociones mezcladas y enredos cronológicos. Pero a pesar de la trascendencia geopolítica – y de la fuerza actual – de los temas que toca, es una película elegante e íntima, de susurros y de suspiros nostálgicos más que de consignas polémicas y de gritos.

En más de un sentido, también es una película intensamente literaria, preocupada por el idioma – el hebreo, que Portman habla con fluidez – y prefiriendo matices de estado de ánimo y recuerdos a detalles de trama. Antes de ser el aclamado escritor Amos Oz, el narrador y protagonista fue Amos Klausner, nacido en Jerusalem en 1939, de padres que habían escapado de la escalada de horror en Europa. En los años que siguieron al clímax de ese horror, los miembros de la familia se encuentran atrapados en el conflicto, la confusión y la excitación que desemboca en el fin del mandato británico y la guerra de independencia de Israel.

Divididos entre el orgullo y el escepticismo, el idealismo y la desilusión, son a la vez actores de una historia internacional de gran envergadura y conejillos de indias de un riesgoso experimento político. Amos (Amir Tessler) es un niño alerta y vigilante, y los dramas entrelazados del sionismo y el matrimonio de sus padres se filtran a través de su inquisitiva conciencia.

La madre de Amos, Fania (Portman), es retraída y melancólica, torturada (al menos en el recuerdo de su hijo) por los recuerdos de su casa en Ucrania y afectada por jaquecas y otras dolencias. La interpretación del niño de la situación de su madre – proporcionada por su yo ya mayor (Moni Moshonov), quien actúa menos como narrador que como intérprete de su infancia – es que su temperamento romántico europeo no era apto para las duras realidades del desierto del Medio Oriente. El mundo que dejó atrás es imaginado como un entorno exuberante, sombreado, de cuento de hadas, un marcado contraste con la realidad seca, blanqueada por el sol, de una naciente nación moderna. Su muerte, anunciada desde el principio, es el misterio central, obsesivo, sin solución, de la película.

La imagen de Israel de la infancia de Fania era la de un pionero muscular (Tomer Kapon), soldado o agricultor, dependiendo de la fantasía en particular. Pero terminó viviendo con un crítico literario nacido en Lituania, Arie (Gilad Kahana), cuya intelectualidad raya en la caricatura. “Serás objeto de acoso en la escuela”, le dice a su hijo. “Pero no porque eres judío”. Y para él, esa es la esencia del sionismo: no la redención o la perfección, sino la normalidad.

Lo que le ocurre a Fania – nuevamente, como lo entiende su hijo – es una crítica implícita a esa idea. Uno de los temas de “Una historia de amor y oscuridad” es que un sueño hecho realidad es, inevitablemente, una decepción, una noción que parece aludir a uno de los lemas fundamentales del sionismo. “Si lo quieres, no es un sueño», dijo Theodor Herzl, un arquitecto del sionismo moderno. Pero Fania sufre precisamente de una atrofia de la voluntad y de la incapacidad de soñar.

Eso es, al menos, el diagnóstico literario e ideológico que Portman extrae de las páginas del libro denso y extenso de Oz. En un nivel biográfico más literal, Fania sufre de un malestar psicológico exacerbado por la condescendencia de su familia política (la madre de Arie comenta que el borscht de Fania “casi tiene sabor”) y la crueldad de su propia madre. Ella sufre, quizás, de forma un poco demasiado hermosa, como una heroína de melodrama. Pero eso es en parte la forma en que su hijo la recuerda.

Hay muchos momentos preciosos y memorable en esta película, que es, en todos los sentidos, lo opuesto a un proyecto de vanidad. En todo caso, Portman parece estar limitada por su propia modestia, por una reverencia justificada, pero no obstante limitante, que siente por el material que utiliza como fuente.

“Una historia de amor y oscuridad”, una esmerada adaptación de un libro difícil, respira un poco más libremente cuando sale de la claustrofobia de la familia Klausner y permite al joven Amos a enfrentarse al mundo exterior fuera de la sombra de sus padres. En esos momentos, a menudo cuando Portman misma está fuera de la pantalla, su dirección también se siente más abierta y segura de sí misma, y uno entiende que, al contar la historia de cómo Oz desarrolló su voz, ella ha recorrido cierta distancia hacia el descubrimiento de la suya propia.

Traducción: Daniel Rosenthal