Éxodo

Éxodo 1:1 comienza enumerando los hijos de Iaacov, Israel, que bajaron y se asentaron en Egipto. Este año la lista debería ser mucho más larga: los asesinados el 7 de octubre, los secuestrados, y cada soldado muerto en combate. Todos ellos hoy nos representan a todos nosotros, los judíos, hijos de Israel. A lo largo del texto la Torá nombra, censa, construye genealogías, y hoy más que nunca, más de tres mil años más tarde, nuestra obligación sigue siendo saber quiénes somos.

Al mismo tiempo, como aquel Faraón “que no conoció a Iosef” (1:8), el mundo sigue sin reconocer al pueblo judío y su derecho a la soberanía bajo la forma de su Estado de Israel. No importa la historia, la perseverancia, la permanencia a pesar de todas las calamidades, cada tanto “se levanta” otro Faraón que nos desconoce. Someternos ya no es una opción, por lo cual se recurre al exterminio: fueron los pogromos, fue la Shoá, y ahora fue Octubre 7 de 2023, el pogromo en nuestro territorio.

La porción de la Torá que leemos esta semana, “Éxodo”, contará la historia del éxodo de Egipto; sin embargo, la traducción confunde. Del original debería traducirse como “Los Nombres” o “Nombres”. El pueblo que emprenderá el éxodo es un colectivo con orígen, y además sus líderes son nombres que nos marcarán para toda la eternidad. Son modelos que nos inspiran: Moshé, su hermano Arón y su hermana Miriam, Ieoshua, Najshón (el primero en arrojarse al mar), el propio Itró y su sabiduría. Hasta las humildes parteras tienen su nombre, Sifra y Fua.

Hoy como colectivo portamos los nombres de los caídos y los rehenes. Ariel y Kfir Bibas son familia, viven en cada uno de nosotros. Detrás de los nombres de los caídos, que crecen día a día, está el pueblo anónimo pero presente, el protagonista último de este episodio (en hebreo, parashá) que nos toca vivir hoy, en 2024. Sin embargo, hay una pregunta que se impone. “Hineni” (3:4) lo dicen todos y cada uno, combatientes, ciudadanos, voluntarios de todo el mundo; “¿Quién soy yo?” (7:11) para acometer semejante misión: ese es el interrogante. Quién asumirá, pese a sus dudas, la liberación de Israel de esta situación. ¿Quién nos conducirá a un nuevo pacto?

Hay un problema de liderazgo en Israel. No hay un Moshé ni mucho menos consejeros como Arón o Miriam, o el extranjero Itró. Más bien, daría la impresión que Israel está bajo la égida de un Faraón que desconoce no tanto a los suyos sino su legado, todo lo que los condujo hasta este estado y circunstancia; es tal el vacío, que no reconoce su propia obra ni los cimientos sobre los cuales ésta se fundó. No reconoce a sus patriarcas, sus padres fundadores. Como Sansón con los filisteos, parece que quisiera que todo muera con él; como Sansón, está ciego.

Más tarde o más temprano este pueblo deberá comenzar a recorrer un nuevo periplo. Tal vez lleve cuarenta años, no sería grave en términos históricos. Seguramente, será inevitable seguir peleando por nuestro rincón del mundo, al que hemos hecho nuestro por la fe, el mito, y el realismo pragmático. Tal vez todo esté arrancando de vuelta, o todo se repita, aunque ya está escrito.

Es buen momento (el Luaj así lo indica) para leer “Éxodo”, el 2º libro del Pentateuco; seguramente no “Éxodo” de León Uris, completamente desactualizado en valores e ideologías. Pero tal vez si repasar la historia y las razones por las cuales estamos allí. No sea cosa que entre nosotros se levanten faraones que desconozcan nuestra naturaleza y carácter moral.