Itzjak Rabin Z’L

El asesinato de Itzjak Rabin el 5 de noviembre de 1995 marcó un antes y un después en la historia del Estado de Israel.

Para muchos, enterró el proceso de paz que venía, aparentemente, viento en popa bajo su liderazgo; ese fue el fin declarado por el asesino. Poco tiempo después se desataba la 1ª Intifada y un lustro después la 2ª, que supuso enterrar para siempre cualquier esperanza de dos Estados para dos pueblos.

Como si fuera poco, en 2005 Israel desanexa Gaza en forma unilateral para que un año después Hamas fuera “electo” en lugar de la Autoridad Palestina. Hamas en Gaza sepultó todavía más profundamente cualquier acuerdo con los palestinos, probando el peligro de una entidad palestina autónoma y armada en la frontera.

En ese contexto, Rabin, el gran militar desde la época de la Haganá, el Jefe del Estado Mayor en la Guerra de los Seis Días, el Primer Ministro en la Operación Entebe, quedó erigido en artífice de la paz. Probablemente su sueño era terminar su carrera política como tal. Lo logró sólo en forma simbólica. De no mediar aquel disparo mortal, no sabemos qué hubiera sucedido después. En Historia no valen las especulaciones.

Muchos se remiten a aquel momento fatal y fatídico para explicar realidades del presente y del pasado inmediato. No deja de ser un recurso especulativo. Lo mismo que le sucedió a Barak cuando Arafat rechaza todas sus propuestas pudo sucederle a Rabin. El interlocutor, los palestinos, nunca fue confiable. Lo que no sabíamos entonces era hasta qué punto muchos de entre nosotros tampoco lo eran. El actual Ministro de Seguridad Itamar Ben-Gvir celebró aquel asesinato.

Por eso, quienes se resisten a vincular la crisis institucional que afecta a Israel no ya el último año sino el último lustro con lo sucedido el pasado 7 de octubre en la frontera de Israel con Gaza, están perdiendo de vista el nivel de decadencia política e institucional que venía carcomiendo al país en torno a la figura de Netanyahu y su impunidad, legal y política.

Si en 1995 fue un disparo el que mató una ilusión, está vez han sido 1400 mutilados, violados, y asesinados los que han borrado el espejismo. Ya nadie creía que los palestinos eran interlocutores válidos, por eso el consenso sobre el statu-quo y la predominancia de la Derecha y la Centro-Derecha. Muchos se resistían a creer que el Estado protector del cual Netnayahu se consideraba garante, fallaría tan trágicamente.

Como en 1995, con la invasión de Hamas a Israel y el pogromo que supuso, ha quedado muy comprometido, si no perdido, el supuesto, eventual tratado con Arabia Saudí. Una vez más, la violencia se lleva puesta la diplomacia. Biden, Blinken, y toda la infraestructura estadounidense puesta al servicio de minimizar el conflicto actual, no quieren ni podrían evitar la destrucción total de Hamas al costo que sea.

Rabin ha quedado erigido como un gran líder. Su asesinato laudó esa imagen. No tuvo tiempo para reveses. Aun si los hubiera tenido (y soy de los que cree que sí, que Arafat tampoco le habría cumplido a él), fue un gran líder. “¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío!” escribe Lorca en su Elegía por Fernando Sánchez Mejía; Rabin supo estar a la altura de la hora siempre. Incluso cuando renunció a su cargo como Primer Ministro por una cuenta en el exterior de su esposa en 1977… Cualquier diferencia con la actualidad no es casual.

El asesinato de Rabin podría sumarse a las calamidades de Tisha BeAv. El pogromo del 7 de octubre de 2023 debe sumarse a la lista, sin ambages. Como la destrucción del Templo en Jerusalem en 585 AEC y 70 EC, las 1400 víctimas de ese día cambiarán para siempre nuestra identidad, nuestra forma de ser judíos, el vínculo con el mundo, el vínculo con Israel. La ilusión de que es un bastión inexpugnable se esfumó; la tecnología cedió a la desidia; la libido idealista estaba puesta en la lucha civil cada sábado por la noche. Como en Iom Kipur hace cincuenta años, la euforia quedó enterrada en el desierto.

No sé qué se dirá en los actos a lo largo y ancho del mundo, si los hay. El mundo también se ha vuelto un lugar peligroso para los judíos. Más que nunca, este aniversario del magnicidio de Rabin debería servir para asumirnos en toda la cabal y compleja dimensión que supone ser judío y sionista. No es hora de slogans sino de introspección.

Esto no pasará tan pronto, y sí, “el mundo entero es todo un puente angosto” y da para temer. Aun así, o precisamente así, el pueblo de Israel vive.