Comentarios sobre Vayerá

«La fe es un diálogo con Dios, un debate al que Él nos anima a entrar. Creer no significa vivir en una idílica paz interior. Si tenés demasiada paz interior, no sos lo suficientemente religioso.»                      (Rabino Diego Elman, twitt 2-11-2023)

Principales puntos de la Parashá:

  1. Dios se aparece a Abraham; este recibe a los tres huéspedes/ángeles
  2. Anuncio del nacimiento de Itzjak
  3. Abraham pide a Dios justicia por Sodoma y Gomorra
  4. Las ciudades son destruidas. La mujer de Lot se convierte en columna de sal
  5. Las hijas de Lot se embarazan de su padre: pueblos de Moab y Amon
  6. Abimelej secuestra a Sara, Abraham la rescata
  7. Nace Itzjak
  8. Hagar e Ismael son desterrados, nace el pueblo árabe.
  9. Akedat Itzjak
  10. Genealogía de Najor, hermano de Abraham, en Jaran

Vayerá es básicamente visual: se aparece Dios, se aparecen los tres “hombres” o ángeles. No sólo “aparecen” en un sentido místico, sino que todo el relato está en función de los puntos de vista de las miradas: quién mira, quién ve, quién mira lo que no debe mirar.

Los ángeles, que en la tradición bíblica son emisarios de Dios, no seres alados o santos, participan tres veces en la trama: anuncian el embarazo, rescatan al único justo, e impiden la muerte de Itzjak.

Pero, si bien Dios maneja la trama a través suyo, existe el libre albedrío: el famoso Hineni que pronuncia Abraham es hacia Dios cuando lo llama y hacia su hijo cuando este le pregunta lo obvio: ¿quién es el sacrificio? Abraham dice en ambos casos: aquí estoy, me hago cargo.

Hace 4 semanas la aparición fue Hamas, no Dios. Hamas trajo Sodoma y Gomorra dentro de Israel. Desde entonces, la cuestión ha quedado planteada entre el rescate de los rehenes y la destrucción de Hamas. En el texto sólo Lot es rescatado, las ciudades son destruidas. Queremos seguir creyendo, como Abraham cuando pregunta “¿No ha de hacer justicia el Juez de toda la tierra?”, que los justos allí retenidos serán salvados.

A diferencia de lo que cuenta la parashá en Akedat Itzjak, esta vez, el 7 de octubre de 2023, año hebreo 5784, los hijos si fueron sacrificados: no hubo carnero para sustituir a Itzjak ni agua para salvar a Ismael. En los crudos hechos del presente, a diferencia de la literatura bíblica, nadie se salva. Hay quienes sostienen que la Torá es cruel; la realidad es más cruel aún.

Los 1400 israelíes quedaron maniatados como su patriarca Itzjak pero no hubo quien cortara las ataduras a tiempo.

Por su parte, Ismael bebió el agua del manantial y sobrevivió pero nunca pudo superar el rechazo de Abraham.

La memoria colectiva judía ha quedado atravesado por aquella cuchilla, como sostiene Orit Avnery en un pocast que tuve el privilegio de escuchar estos días. La cuchilla se sigue alzando una y otra vez. Acaso la descendencia de Ismael siga atravesada por aquel rechazo de Abraham y Sara.

Si nosotros hemos sido los eternos arameos errantes, ellos se ven a sí mismos como los eternos refugiados. Si pensamos en Líbano, Siria, Irak, e incluso Jordania, lo son. Involucrar a Israel en el destino de los árabes auto-denominados palestinos es un recurso político, como bien los señala reiteradamente Einat Wilf; ellos han sido dueños de su destino, una y otra vez. Israel es, en este caso, el carnero atrapado en el arbusto que a toda costa quieren sacrificar.

El Sionismo nos enseñó, entre tantas, dos cosas fundamentales, que también figuran en Vayerá: en primer lugar, que siempre existirán Sodoma y Gomorra, por más que se persiga la justicia; en segundo lugar, que mirar atrás, como la mujer de Lot, es quedar petrificado en el tiempo; por eso siempre hemos superado cada obstáculo incansablemente, paso a paso.

La obstinación por la continuidad que atraviesa este texto también es paradigmática: Sara da luz en forma milagrosa cuando ya no debía suceder; las hijas de Lot fuerzan su preñez incestuosa para sobrevivir. De allí surgen los pueblos de Moab y Amón. De Moab viene Ruth, la abuela del Rey David, la genealogía mesiánica. Aun en el incesto, Moab debía nacer. Del mismo modo que debía nacer Itzjak de una mujer supuestamente ya no fértil.

En las situaciones más sórdidas y oscuras el texto abre rendijas de esperanza: Ismael que sobrevive en el desierto; Itzjak que es liberado de su sacrificio; la genealogía de Lot. Al mismo tiempo, el mal es inequívoco: Sodoma y Gomorra son destruidas a pesar de la confrontación de Abraham reclamando justicia divina.

Hay un cierto mal que supera toda esperanza. Abraham deja de pedir clemencia cuando llega a diez inocentes. Después se conforma con salvar al único justo, su sobrino Lot. Hoy Israel se ve presionado por evitar “bajas civiles”, pero su fin es salvar a cada Lot, cada rehén, y destruir al mismo tiempo el origen del mal. En algún momento, entonces y ahora, hay que rendirse ante la evidencia.

Hoy, con profunda tristeza, estamos viendo como los hijos de nuestros hermanos en Israel no se liberan de sus ataduras y son sacrificio. Hoy estamos combatiendo el mal puro y duro que, por razones históricas entonces, no pudimos combatir en la Shoá y que hoy, por razones históricas también, podemos combatir con el Estado de Israel.

Hoy sentimos la impotencia de Sara, la desesperación de Hagar, la partición de caminos entre Itzjak e Ismael, dos destinos que se cruzarán eternamente en el encono y la desconfianza. Hagar no es nuestra matriarca, pero es madre también.

En Vayerá, como nos enseñaron en la escuela, Dios pone a prueba a Abraham. Hoy nosotros estamos poniendo a prueba a Dios.

Parafraseando al rabino Elman que citamos al principio, ponemos a prueba a Dios en la medida que intentamos encontrar la justicia, el sentido de lo correcto, el castigo incontrastable, los valores que todo el mundo nos reclama. La cruel ironía es que siempre nos lo reclama a nosotros, sólo siempre, a nosotros. A Putin o Assad, por nombrar dos, nadie les reclama nada.

Tal vez por eso somos el pueblo “elegido”. El pueblo que pactó con Dios pero no consigue pactar con la Humanidad; eso se llama antisemitismo. El descaro es que pretenden decirnos cómo defendernos. La diferencia es ahora somos Itzjak, liberados de ataduras: ya no somos sacrificables. Seguimos en busca de nuestro destino; en una generación más, con Iaacov, ya somos Israel.

Es un tiempo de tristeza y resiliencia. Hablemos de esperanza en unas semanas. Hoy, no da.

Shabat Shalom.

Palabras de Torá de Shabat Vayerá (3-11-2023) en la NCI de Montevideo