Gaza, Netanyahu, y el elogio de Gideon Levy

Gideon Levy, Haaretz 15 de noviembre de 2018

En Israel, evitar la guerra es percibido como derrotismo. Pero eso es lo que Netanyahu hace, mientras que el líder de Yesh Atid, Yair Lapid, habla sobre el uso de la fuerza como los otros demagogos de izquierda y derecha. Imaginen al líder de Yesh Atid, Yair Lapid, como primer ministro. El ejército ya estaría en las afueras de Rafah, en el sur de la Franja de Gaza. Los pilotos estarían bombardeando y la artillería estaría disparando. Gaza estaría en ruinas. Del lado palestino, cientos estarían muertos después del primer ataque, algunos de ellos cadetes de la policía de tránsito, al igual que en esa otra guerra maravillosa, la Operación Plomo Fundido de 2008-09. Con su chaqueta negra, Marshall Lapid ordenaría a sus fuerzas: matar, destruir, borrar, demoler. La nación lo aclamaría y los medios “izquierdistas” estarían en éxtasis: el coro unido de la guerra. Cincuenta días de euforia, de horribles matanzas en Gaza y de ansiedad y cohetes en Israel, llevando a ninguna parte. Esto es lo que Lapid quiso decir esta semana cuando dijo que “este es el momento adecuado para emplear la fuerza”.

Imaginen al líder de la Unión Sionista, Avi Gabbay, como primer ministro. “La tranquilidad se compra con disuasión, no con dinero”, escribió esta semana, como lo podría haber escrito cualquier derechista que se precie de serlo. Imaginen a la líder de la oposición, Tzipi Livni, que sostuvo de manera similar: “La disuasión se crea a través de ataques militares” y “Sustituyan el liderazgo de Hamás por personas que cooperen con nosotros”. Imaginen a Ehud Barak, que sostuvo que el líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, estaba “humillando a Netanyahu”.

Imaginen al ex jefe del estado mayor, Benny Gantz, que se mantuvo en silencio; imaginen a Avigdor Lieberman, que renunció, o a Naftali Bennett, que profirió amenazas. Imaginen una pesadilla. Ni uno solo de los demagogos de izquierda o de derecha (como si hubiera una diferencia) ofreció otra cosa que muerte y destrucción. Simplemente querían aplacar a los medios, que se han vuelto más sanguinarios y bélicos que nunca, y al público, que sólo quería ver gazatíes muertos – cuantos más mejor – con sus casas destruidas tanto como fuera posible.

Sólo una persona se enfrentó a esta ola oscura sin vacilación; debemos decirlo honestamente y alabarlo: el primer ministro bloqueó otra guerra con su cuerpo. Ha quedado demostrado una vez más que Benjamín Netanyahu es, entre los líderes del país, el que odia la guerra con más firmeza. Debemos reiterar que, cualesquiera que sean sus motivos, el resultado es suficiente para exigir respeto. Debido a él no se derramó sangre. No podemos dejar esto de lado, no podemos dejar de darle crédito. Esta vez incluso explicó su política: el domingo en París y el miércoles junto a la tumba de David Ben-Gurion. Habló sobre la inutilidad de la guerra y la impopularidad de evitar ese camino, el epítome de la declaración de un líder. Si un político que no se llamara Netanyahu hablara así, nos derretiríamos de placer. Habló y actuó. Nadie lo elogió, y pagará por ello.

En Israel, evitar la guerra es percibido como derrotismo. Darle un cumplido, incluso cuando lo merece, es percibido como una traición. No se puede decir una buena palabra sobre el diablo, hay que tratar a quien evita la guerra de la misma manera que se trata a alguien sospechoso de un crimen. Esta semana tuvimos más pruebas de que no tiene sustituto. La oposición no tiene nada original para ofrecer. Hay una línea directa que une a Lapid y Lieberman: un populismo belicoso. Los cobardes de la izquierda sionista no se atrevieron a decir lo que tenían la obligación de decir hace mucho tiempo: sólo un levantamiento completo del bloqueo de Gaza resolverá el problema de Gaza, que también es un problema de Israel, y sólo un diálogo directo con Hamás puede lograrlo.

Netanyahu no dijo esto, él no piensa esto. También es responsable de la aventura encubierta audaz e innecesaria cuyo fracaso llevó a la última ronda de violencia. Así, Netanyahu es el consuelo del pobre, pero no obstante, un consuelo. Un primer ministro que nuevamente impidió una guerra, que entendió que, aparte de aplacar a un público incitado, hubiera sido un paso inútil. Un primer ministro que permite que combustible y dinero entren en Gaza para que pueda respirar – aunque sea por un momento – es preferible a cualquiera de los belicistas en la coalición de gobierno o en la oposición. Las imágenes de Gaza disfrutando de un poco más de electricidad deberían entibiar el corazón de todo el mundo. Pero no lo hacen en Israel.

El miércoles llegó el bono: la renuncia de Lieberman, especialmente si termina la carrera de uno de los políticos más cínicos y repulsivos que hemos tenido. Por esto también, Netanyahu merece una buena palabra.

Ahora imaginen a Lapid. Imaginen una guerra.

Traducción: Daniel Rosenthal