El Hijo que No Sabe Preguntar

En cuanto a aquél que no sabe cómo preguntar, tú debes iniciarlo, como fuera dicho: Contarás a tu hijo en aquel día diciéndole: ‘es por esto que Adonai hizo por mí cuando salí de Egipto’

Este hijo es el bebé recién llegado a la familia hasta su tercer o cuarto año, o bien es un recién llegado a la mesa de Pesaj que simplemente no sabe preguntar. En suma, ninguno sabe de qué se trata. De alguna manera muy extrema, toda la experiencia de Pesaj es acerca de este hijo: debemos iniciarlo, introducirlo, en el cuento. Aun cuando no hay pregunta, hay una respuesta que dar. Hay algo muy primitivo en este hijo: ¿acaso se nos preguntó si queríamos salir de Egipto? La esclavitud, el estado de estrechez, no habilita las preguntas; por eso debemos ser iniciados. Así, dios nos saca del Egipto de las estrecheces para llevarnos al desierto de las vastedades y generar la ley. Del mismo modo, como “padres” iniciamos a los hijos que no saben la historia y los rituales de Pesaj.

El día que ese hijo que no sabe preguntar, como “menor” de la mesa, haga las cuatro preguntas clásicas, el «MaNishtaná», y habilite con ellas nuestras respuestas, estará iniciado. Sabremos que nunca olvidará ni la melodía ni la letra. Nada más central a un Seder de Pesaj que las “cuatro preguntas” y el banquete festivo; el resto es pasible de negociación, pero hacer las preguntas a viva voz y canto y comer opíparamente no se cuestionan. Porque la libertad es tanto poder preguntar como poder celebrar; como dice la Hagadá, reclinados en nuestros asientos.

Creo que es muy desafiante pensar al hijo “que no sabe preguntar” no desde dentro, sino desde fuera: el que llega a la mesa de Pesaj por primera, segunda, y por qué no, tercera vez. Así como un niño debe crecer, hablar, y entender antes de preguntar, un recién llegado a la narrativa que compartimos necesita su tiempo para crecer, hablar, y entenderla antes de sumarse genuinamente a la conversación. Precisamente porque fuimos esclavos en la tierra de Egipto es que debemos liberar a cada comensal del yugo de la ignorancia; es nuestra responsabilidad darle la bienvenida, iniciarlo con sabiduría y mesura, y sumarlo en la magia de la narrativa. El tiempo hará el resto. Y si no lo hubiera, si la experiencia fuera única, que sea transformadora; que ese “hijo” que se sentó a nuestra mesa pueda decir, años más tarde, que por una vez al menos, también él fue liberado de Egipto. Con eso, tengo bastante: daieinu.

El hijo “que no sabe preguntar” nos permite volver a lo básico: lo que dios hizo por nosotros liberándonos de la esclavitud. Tal vez no podamos decir, como dijera Hillel, que “el resto es comentario”… pero por cierto que el resto son detalles, anécdotas, canciones, juegos y desafíos, las bendiciones de rigor, y también, comentario. La esencia está en el tránsito entre la esclavitud y la libertad. La tradición nos compele a hacer la pregunta, “qué ha cambiado esta noche de todas las noches”, para que tengamos siempre clara la diferencia entre una y otra. Aunque hayamos nacido libres.