El Hijo Simple

El simple, ¿qué dice? «¿Qué es esto?» (Ex. 13:14). De modo que le dirás: Con mano fuerte nos sacó Adonai de Egipto, de la casa de esclavos

Por su extensión y por su contenido, los dos primeros hijos (el “sabio” y el “malvado”) parecen destinados a ser los protagonistas de la noche de Pesaj: uno por exceso, otro por defecto. Los otros dos hijos, acorde a su ignorancia o aparente insignificancia, ocupan mucho menos espacio y, sobre todo, provocan respuestas mucho menos elaboradas; como si no constituyeran un desafío, podemos “despacharlos” con una frase, sin mayores explicaciones. Ambos hijos carecen de intención moral, a diferencia de sus “hermanos”: uno por simple o ingenuo, el otro porque (todavía, tal vez) no sabe preguntar. Pero como tantas veces en la Torá, en especial en el Pentateuco, lo no dicho puede significar tanto o más que lo dicho.

La pregunta es simple y genérica efectivamente: ¿qué es esto? El hijo “simple” simplemente no entiende, no sabe, no conecta, o está en otra; de pronto dispara: ¿qué es esto? Nada más simple que esta pregunta. Sin embargo, si uno va a la cita de Éxodo, oh sorpresa: esta pregunta está inserta en el capítulo 13 que, entre otros asuntos, trata de la consagración de los hijos primogénitos a dios. La respuesta no se agota en lo que trae la Hagadá, sino que explica el porqué de la consagración. En otras palabras, ese dios que nos sacó de Egipto, de la casa de esclavos, nos está cobrando. Es más: la pregunta del hijo “simple” apunta directamente a la décima, terrible plaga de la muerte de los primogénitos: mueren los egipcios pero no los hijos de Israel. No es solamente porque dios nos sacó de Egipto, sino porque no nos sacrificó como a los egipcios. Por eso celebramos Pesaj con el sacrificio pascual y todo el ritual del Seder.

Poco importa que después del episodio del becerro de oro se instituya la ceremonia del pidión haben, el “rescate” del hijo primogénito. Lo relevante es que el hijo “simple” apunta a un tema nada simple: el pacto. Mientras el hijo “sabio” se regodea en los detalles y el hijo “malvado” se auto-excluye, el hijo “simple” apunta a la esencia del judaísmo: un pacto entre dios y nosotros. Él (dios) nos libera pero nosotros ponemos nuestra parte: en este caso consagramos nuestros primogénitos (sí, sólo varones), más adelante aceptaremos la Torá.

¿Cuál es la diferencia entre este pacto y la esclavitud en Egipto? En el desierto dios nos pone a prueba una y otra vez para luego traernos el alivio: el agua, el maná, las columnas de humo y de fuego… ¿Dónde radica esa libertad de la que tanto se jacta? Allí yace la sabiduría de “los rabinos”, “nuestros sabios de bendita memoria”: el pacto no es ni más ni menos que un acto de empoderamiento. Este es sólo el principio de la historia; con el correr del tiempo y del texto la voz de dios y su presencia será cada vez más distante y será sustituida por las voces de los hombres.

Pero es en esta pregunta del hijo “simple”, muchas veces soslayada, donde yacen algunas de las verdades más conflictivas del judaísmo: la libertad de uno supone el sacrificio de otros (los primogénitos egipcios); la libertad tiene un precio (ahora los primogénitos, luego los preceptos); la libertad nos empodera (dios nos liberó, el camino lo andamos nosotros). Sobre todo, la libertad, tal como la entiende el judaísmo, es un pacto, no una imposición.

Muchas veces, ante actos irracionales, autoritarios, arbitrarios, sesgados, ideologizados, uno quisiera preguntar, como el hijo “simple” en la noche del Seder: “¿qué es esto?” ¿Acaso olvidamos lo básico? Así como en la Hagadá la respuesta es simple, llana, e inequívoca, en tantos otros temas debiéramos adoptar el mismo tono: esto no es correcto. Volvamos entonces al principio del pacto, no sólo con dios, sino entre nosotros los hombres. Nadie es tan simple como el hijo “simple”, nadie se conforma con una respuesta tan axiomática. Conversemos, como nos enseñaron “nuestros sabios de bendita memoria”.