Noa Lazar Z’L
Mi madre tiene ochenta y seis años y vive en Israel. Su dormitorio es, como en todos los edificios modernos en Israel, un refugio antiaéreo; la metonimia del refugio espiritual que supone su pequeño apartamento.
Sucede que en Israel nadie está exento del peligro: así como los habitantes del sur de Israel corren a sus refugios cuando suena la alarma para los misiles disparados desde Gaza, todo Israel quiere imaginar un refugio virtual para misiles y balas que cualquier día o cualquier noche atraviesen los cielos y la tierra para eventualmente alojarse al azar en algún cuerpo. Como sucedió con la sargento de la Guardia de Fronteras Noa Lazar de dieciocho años en el puesto de control en Shuafat, contiguo al campo de refugiados palestinos del mismo nombre.
Anoche mi madre me dejó un mensaje de voz en Whatsapp de dos minutos veinticinco segundos de duración donde ya lloraba a la chica que moriría horas después. Me dijo dos cosas: es “una tierra que devora a sus moradores” (Números 13:32), y que la chica estaba desahuciada. La primera es una verdad bíblica que mi madre cita frecuentemente, la segunda era su desesperanza puntual; ambas resultaron ciertas. Mi mamá, Rut bat Meir veRajel, penaba en todo su ser por la joven y truncada Noa, que también es hija de alguien. No sé cuándo supo mi madre que Noa había muerto, pero tengo certeza de su desvelo; literalmente: no durmió.
¿Qué son las fronteras? Un muro separa la autopista y el puesto de control del campo de refugiados y las aldeas y ciudades palestinas adyacentes; es un muro-cicatriz de una zona del mundo profundamente malherida. Igual a lo que fue el Muro de Berlín o la famosa “pared”, la frontera entre EEUU y México, que llevó a la presidencia de los EEUU a Donald Trump.
La ruta donde ocurrió el atentado cuando había terminado Shabat en Israel es alternativa a la vieja y siempre atiborrada Ruta 1 que une Tel-Aviv y Jerusalém. Como tantas obras de sofisticada ingeniería vial es un esfuerzo por desagotar el tránsito, garantizar la seguridad de los israelíes, y respetar la soberanía palestina; todo en forma simultánea. Los puestos de control mayormente fluyen pero en ocasiones actúan para su fin, el control. Son posiciones muy vulnerables. Lo sabe Israel y lo saben los palestinos. En definitiva, son fronteras precarias, artificiales, y hostiles.
Dice el profeta Jeremías a todas las madres judías de todos los tiempos en la figura de nuestra matriarca Rajel: “hay esperanza después de ti, volverán los hijos a sus fronteras” (31:15). Como buenos hijos del Sionismo, también esta cita ha sido parte del acervo familiar, y aun sin citarla anoche en su mensaje, reverbera en nuestra memoria común. Nuestra experiencia personal es insignificante en comparación a la de aquellos padres, como los de Noa ayer, cuyos hijos literalmente “vuelven” cada día a sus fronteras; o no vuelven. La profecía del retorno se cumplió, pero la esperanza no termina de concretarse. La profecía no sólo es antigua, nos constituye.
La algarabía palestina, ante la cual muchos siguen asombrándose y además condenando, es cuestión de los palestinos y sus liderazgos. El gran error es hacerse cargo de la narrativa palestina cuando con la propia tenemos suficientes desafíos de todo tipo, de aquí hasta la llegada del mesías: desafíos éticos sobre todo; hay para elegir.
Tenemos la responsabilidad de hacernos cargo del dolor y el duelo de nuestros padres e hijos cuando el entorno no se adecua a las profecías en las que nosotros hemos elegido creer. Cuando escuché el quebrado mensaje de mi madre, interrumpido por sus silencios que dejaban escuchar, claramente, los informes y opiniones de los medios israelíes (siempre crudos, siempre proféticos), no pude sino sentir con ella, en su solitario refugio en Kfar Saba (que no es frontera, por cierto, aunque sí adyacente a decenas de ciudades árabe-israelíes), la profunda y milenaria desesperanza de esta mujer llamada Rut, hija de otra mujer llamada Rajel, mi mamá, cuyo idealismo se vio siempre amenazado por el escepticismo. Como sucede con los grandes idealistas.
Para la elevación del alma de Noa Lazar Z’L