Contrapunto

Oscar Zwaig, Director Corriente Judía Humanista Secular, para Mensuario «Identidad»

Los conflictos, cuando alcanzan su punto más álgido y nos muestran descarnadamente el máximo nivel de crueldad humana, movilizan el alma de los seres humanos y generan, a su vez, otra dimensión del conflicto.

Desde el 7 de octubre el mundo está en shock. Y, por supuesto que en la primera trinchera de esta nueva barbarie están, estamos, casi como por un mandato histórico y un designio infame, los judíos.

Millones de palabras se han escrito desde entonces, y continuarán fluyendo ríos de tinta cargada con la adrenalina propia del momento que estamos transitando.

Hace una semana, se produjo lo que anteriormente sería improbable que sucediera: una suerte de fuego cruzado indirecto entre Ana Jerozolimski y Jorge Drexler a raíz de declaraciones públicas del aclamado y multipremiado artista uruguayo y las respuestas de la reconocida e incansable periodista y directora del Semanario Hebreo.

Dado que comparto espacio geográfico, identitario y generacional con ambos, me voy a atrever a trazar algunas líneas que conectan a estas dos personas emblemáticas de nuestra colectividad.

Por supuesto que sus vidas, que poseen puntos en común, tienen, obviamente, trayectorias disímiles, las cuales conducen a puntos de vista distantes en ocasiones. Pero a la inteligencia de ambos, hay que sumarle la honestidad intelectual y el don de gentes, lo cual no es poca cosa y es, sobre todo, difícil de encontrar.

Comencemos por Ana, o Jana, o como a muchos nos gusta referirnos: Jánele. Nació en la década de los 60 en el seno de una familia judía ashkenazí proveniente de Polonia que se afincó, como la gran mayoría, en el Barrio Reus. El ídish era el sonido natural del barrio, donde florecían escuelas, sinagogas, comercios judíos, tnuot y se entremezclaban los ortodoxos, los sionistas y los sectores progresistas no sionistas. Para el imaginario colectivo ese espacio vital de la ciudad sigue siendo “El Barrio de los Judíos”.

Su padre, José, se transformó desde 1960 hasta su fallecimiento en el 2005 en un referente ineludible para la colectividad. Desde las páginas del Semanario Hebreo y desde el éter, en la inconfundible voz de “Iero” que emanaba desde la CX 46, Radio América, los hogares judíos recibían la “Idische Shó” como maná que caía del cielo. Creía en el pueblo judío como una nación, y en Israel como la materialización fundamental para el desarrollo nacional.

Se lo habían enseñado cada sábado en su querida Hanoar.

Defendió su derecho a la existencia en cada ámbito que tuvo que hacerlo. Con su bonhomía, afabilidad, palabras suaves pero firmes y gran sentido del humor, representaba la voz de Israel frente a detractores, fuesen del fuste que fueren.

Ana lo mamó desde su más tierna infancia. A su padre José, y a su mamá, Taibe, no los movía el interés pecuniario sino la defensa acérrima de su identidad y de la concreción del sueño milenario.

Era natural que sus tres hijos, Ana, Ariel y Sarita hicieran aliá. Pero paralelamente aman a Uruguay. Esos sentimientos, así como el agradecimiento a este “bendito país”, no se contraponen. Emigraron por la convicción de que solamente se puede ser judío de manera cabal en el Estado de Israel.

Lo difícil era, desde la distancia, mantener el legado de su padre y la razón de todos sus esfuerzos: el Semanario Hebreo.

La historia de Jorge es diferente. Él mismo se ha encargado de dotarla de poesía: “Soy hijo de un desterrado y de una flor de la tierra”. El periplo de Günther Drexler es conocido. Su familia se escapa de Alemania en el último barco y es rechazado por todos los puertos salvo por aquel país que carece de tales: Bolivia. Luego llega a Uruguay y conoce a Lucero Prada, proveniente del interior profundo (familia de maestros rurales). No era una pareja típica del Uruguay de los sesenta, pero, como diría décadas más tarde su hijo, “toda distancia se salva”.

Además, en la misma canción agrega: “…y de chico me enseñaron, las pocas cosas que sé, del amor y de la guerra”. Su mirada era más ecléctica y por fuera del dinámico y ferviente gueto judío montevideano. Para culminar con su himno alza su voz melodiosa diciendo a los cuatro vientos: “…mi casa está en la frontera”. Por supuesto que es una referencia imaginaria y no real. La “casa” de Jorge no tiene fronteras físicas tan defendibles como las de Ana.

Su educación tampoco fue tan monolíticamente judía: sus padres, como gente progresista y de alto nivel educativo que eran, envió a sus hijos a la escuela pública, y luego como familia de relativo bienestar económico los envió al Colegio Kennedy en Malvín. Las circunstancias políticas los conminaron a emigrar y optaron por Israel. Allí pudo conocer otro idioma, otra realidad y consustanciarse más con su identidad. Eran los tiempos de los primeros acuerdos de Camp David, y de los sueños de paz en el Medio Oriente.

Luego retornan a Uruguay y, junto a Paula, Daniel y Diego se integran al Instituto Ariel Hebreo Uruguayo, a Jazit Hanoar y a la NCI. Era natural verlo en el liceo con la guitarra en mano o sentado junto al piano. Hablo de los primeros años 80.

Esta idea de ambigüedad la vuelve a repetir, cuando compone aquella canción que le sugiere su mentor, Joaquín Sabina: “Yo soy un moro judío que vive con los cristianos, no sé qué dios es el mío ni cuáles son mis hermanos”. Y en otro párrafo agrega: “La guerra es muy mala escuela, no importa el disfraz que vista, perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera”.

Por tanto, para Jorge, su judaísmo no puede predefinirse como “nacional” o ajustado a un espacio geográfico defendible en caso de agresión. En contraposición al punto de vista de que Jerusalén es la capital indivisible y eterna del pueblo judío, comienza su Milonga cantando: “…Por cada muro un lamento, en Jerusalén la dorada, y mil vidas malgastadas por cada mandamiento”.

Ana, en cambio, vive y palpita el Israel real día a día y lo informa a las cadenas internacionales que requieren sus profundos análisis. Llora con cada autobús que explota, se horroriza con la educación para el martirio del gobierno palestino, critica los fundamentalismos locales y ajenos, cuestiona a su gobierno si considera que está desvirtuando la esencia de la nación. Pero además hace entrevistas a todo tipo de personas, informa sobre eventos, escribe editoriales, etc. Y a partir del día fatídico, adquirió finalmente el don de la ubicuidad: está escribiendo, grabando audios, filmando videos las 24 horas al día. A veces me pregunto si duerme o tiene vida personal. La tarea que realiza es titánica.

Es por ello que cuando Jorge expresó “Me cuesta muchísimo entender que un pueblo que pasó por una deshumanización tan grande en el siglo XX, una parte importante de la sociedad israelí, no pueda sentir el dolor del pueblo palestino”, Ana lógicamente estalló. Y luego Jorge, queriendo atemperar el dolor de tantos, volvió a escribir otra carta. Y Ana retrucó.

Es el resultado del profundo dolor que nos atraviesa, del desconcierto ante un futuro incierto y sombrío.

Ana y Jorge son orgullo del Uruguay, de la colectividad judía y de todos quienes, de manera más cercana o lejana, los conocemos.

No debe haber anatemas, excomuniones ni odios. Cada perspectiva suma, la del poeta itinerante y la de la analista in situ. Una perspectiva es más “utópica” y deseable. La otra más realista y descarnada. Pero la realidad es más fuerte, aunque no debemos dejar de soñar ni educar utopías.

Cuando Drexler, bajo la luna atlantidense y rodeado de su familia y de miles de fanáticos sonreía aliviado, pocos sabían el calvario interno que vivía por sus dichos colonienses. Ana, en tanto, sigue en el fragor de la batalla mediática: imprescindible.

Una vez, hablando con el querido “Iero” (José Jerozolimsky), con el cual me unía un gran afecto, me contó un cuento de los que gustaba contar:

“El hijo del rabino le dice a su padre:

– Papá, ¿puedo ver como resuelves los problemas interpersonales para hacerlo yo cuando sea rabino? –

– No hay problema, ingale…escóndete tras la cortina, que va a entrar Moishe a contar su problema con Samuel-.

Moishe entra y le cuenta sus diferencias con Samuel.

Al terminar, el rabino le dice:

– Moishe, en este diferendo tú tienes la razón.

Luego entra Samuel y cuenta su versión: totalmente opuesta en argumentos a la de Moishe.

El gran rabino le dice:

– Samuel, en este diferendo tú tienes la razón.

Al irse Samuel, entra el hijo indignado y le increpa al padre:

– ¿Cómo pueden ambos tener la razón?

– Sabes, hijo…tú también tienes razón”.