«Unorthodox»
Hay una evidente preferencia del público por películas o series que versan sobre realidades extremas y muy específicas, además de ajenas. Ya “El Padrino” sentó las bases de una fascinación indeclinable por la mafia que prosperó en películas como “Analízame”, series como “Los Soprano”, o la reciente “El Irlandés” de Scorsese. Girando ciento ochenta grados, “Gosford Park” de Robert Altman dio lugar a “Downton Abbey” de Julian Fellowes, retratando la vida de la aristocracia británica y su servidumbre. Cuando un tema funciona una vez, habrá secuelas y repeticiones. Lo mismo ha sucedido con el mundo del judaísmo ultra-ortodoxo o “jaredí” (traducido, “temeroso de Dios”): “Shtisel” cautivó audiencias judías y no judías; el documental “One of Us” mostró una durísima realidad y una sugestiva forma de salida; “Fading Gigolo” toca el tema bajo la dirección y sensible actuación de John Turturro en su epigónica obra de aquello que Woody Allen no se animó a abordar… y ahora llegó y ha deslumbrado “Unorthodox”, o “Poco Ortodoxa” (la traducción al español es muy adecuada).
En lo personal, yo no podría estar más lejos del mundo jaredí. Durante muchos años, cuando sus ataques a mi judaísmo arreciaban, fui muy combativo. Estaban en juego no sólo valores, sino identidades. Superada esa etapa no es que los ataques hayan desaparecido; simplemente, ya no me importan. Cuando con un grupo de judíos mayormente reformistas manifestamos en el centro de la plaza del Muro de los Lamentos y éramos insultados y silbados por un minián de oscuros jóvenes imberbes pero virulentos, era como que aquello no me estaba pasando a mí. El manifiesto que veníamos a leer, sobre el derecho de libre acceso al Kotel, fue efectivamente leído y pudimos completar nuestro cometido. En mí primó la indiferencia pero sobre todo el sobrecogimiento ante criaturas tan alienadas, tan jóvenes, y tan violentas. Lo que nos unía, lo único que nos unía con ese grupúsculo, era nuestro sentido del derecho a estar allí. El lugar, pero sobre todo la historia, es común; el relato, es otro.
¿Por qué ese relato jaredí nos fascina tanto? ¿Por qué una serie como “Unorthodox” dedica tanto tiempo a las escenas en interiores, a la estética claustrofóbica, al contraste entre el interior y exterior? No por nada la serie comienza con un “eruv” roto y la imposibilidad de las mujeres de salir fuera con sus bebés porque es Shabat. Si la cuestión son los límites, son precisamente éstos los que la protagonista atraviesa de manera vertiginosa. La serie está construida entre un mundo claustrofóbico y otro que representa la libertad, Williamsburg (Brooklyn) y Berlín respectivamente. ¿Dónde está la frontera? ¿Acaso tuvo que caer el “eruv” para poder pasar de un mundo al otro?
Nadie escapa a su propio mundo; y si “escapa”, paga el precio. Alguien alguna vez me dijo: “¿por qué irse si es mejor quedarse?”. Por qué, entonces, nos identificamos tanto, celebramos tanto, la carrera de Esty por su “libertad”, justificada por ese mundo que deja atrás y tan bien ilustran los sucesivos flashbacks. Si estos son realistas (tema que ha sido cuestionado) en su pintura de un grupo humano, ¿podemos decir lo mismo del nuevo grupo que encuentra la protagonista? El mundo real y complejo, ¿oscila tan binariamente entre el cielo de una luminosa Berlín y el oscurantismo de los pasillos de Williamsburg? “Shtisel” se tomaba más tiempo para elaborar sobre los conflictos de una familia observante, devota, inquebrantable, y profundamente humana. Ambos mundos, el jaredí y el exterior, pivoteaban sobre una misma Jerusalém, y los conflictos del joven protagonista eran el claro reflejo de la profunda tensión, sexual y narrativa, de la obra. En “Unorthodox” falta ese punto de apoyo.
Lo que “Poco Ortodoxa” tiene sobradamente es una protagonista. Shira Haas es la que sostiene la serie. Su trabajo es tan magnífico que compensa largamente no sólo algunas actuaciones muy pobres (como la de todos sus amigos berlineses, sin excepción), sino algunas de las flaquezas del guión. La historia de la madre y el padre de Esty es tan simplista que roza el absurdo y denota la falta de verosimilitud en que cae el guión repetidas veces: no sólo no está desarrollada; está resuelta en un parlamento apresurado en un contexto inadecuado en boca de una de las actrices más flojas del elenco. Un padre borracho, una madre lesbiana, y una historia de deserción que estructuran el personaje de Esty merecían más y mejor tratamiento. Shira Haas salva no sólo esa escena sino todo el proyecto. Su capacidad de expresión gestual, su versatilidad de postura, su transformación entre el dolor y la sonrisa, su contraste entre la sumisión y el coraje, todos sus recursos están al servicio de cada una de las escenas. Sin ella la serie sería pobrísima.
Volvamos al principio. ¿Qué nos fascina tanto? ¿El deseo de escapar? Por cada personaje escapista hay cientos de personajes complacientes, sea en “Shtisel”, en “Poco Ortodoxa”, o en “One of us”. Si algunos quieren escapar, es porque hay un mundo que los contiene, sostiene, mantiene, retiene, y que es, por supuesto, es celoso de sus fieles. Hay de qué escapar. No es disparatado el uso de la palabra “secta”; sin embargo, las sectas tienden a fagocitarse a sí mismas en torno a un liderazgo y una ideología de sacrificio, sumisión, y muerte. El mundo jaredí no parece estar a punto de auto-flagelarse, suicidarse en masa, o desaparecer, aun cuando en Bnei Brak o Mea Shearim algunos de ellos se están exponiendo estúpidamente al virus.
El problema es que difícilmente a un jaredí auténtico le interese mostrar o justificar su mundo frente a terceros ajenos a ese mundo. No les interesa hacer cine, ni explicar, ni justificar, sino preservar y procrear. Que no es moderno ni progresista, no cabe duda. Es una versión del Judaísmo que se ha auto-conservado por siglos enquistada en la sociedad de turno, aferrada a algunas ideas básicas y atávicas, y que curiosamente sigue ganando adeptos. ¿Por qué nadie filma el proceso interior y doloroso de un “jozer bitshuva”, un judío que decide entrar por voluntad propia en ese tipo de mundo? No podemos decir que estos grupos sean proselitistas, como no lo es el judaísmo en general. Sucede que a nadie le interesa contar su verdad cuando está tan convencido de ella. Mejor no exponerse.
Gustamos de leer o ver historias que hablen, aunque sea elípticamente, de nosotros mismos. Nosotros queremos creer en el maravilloso y libertario mundo de Berlín, nosotros queremos atravesar la Puerta de Brandemburgo como Esty, nosotros queremos que nos digan que los valores que representamos son los verdaderos valores. Un jaredí no precisa que le digan nada, él lo sabe. Como Dios, él es el que es. Los que no somos jaredim, todavía precisamos que nos cuenten la historia, que nos convenzan, porque como el personaje de Esty, no estamos seguros y queremos seguir buscando. Pero como tampoco queremos perder nada en el camino, nos gusta asegurarnos que todavía existen mundos judíos así: oscurantistas, represores, autoritarios, y fanáticamente fieles a la Torá y los preceptos. Un judaísmo expiatorio.