Pluralismo y su Disciplina

A lo largo de los años, en este espacio que generosamente la comunidad y sus rabinos nos ceden he compartido tanto palabras de poesía como palabras de Torá. Incluso sugerí, y hay quienes todavía se acuerdan, la idea Dios como metáfora. Más allá de la idea en sí, siempre he creído que el impacto está en la metáfora, en el uso del lenguaje.

La NCI no teme al impacto que generan ni las ideas ni las palabras de quienes oportunamente las proponen.

Desde esta Bimá que nunca ha flaqueado bajo el peso y la coyuntura del momento, que ha sabido reunir a su alrededor una congregación crítica, honesta, y consciente de su realidad y circunstancia, que supo siempre elegir y respaldar a sus líderes espirituales y comunitarios con prudencia, paciencia, y confianza, precisamente desde aquí, porque difícilmente suceda en otros espacios comunitarios, quiero afirmar que el compromiso de esta Comunidad es que el Judaísmo esté pautado por las historias que nosotros, sus protagonistas, elegimos contarnos.

Así somos. Éste es nuestro judaísmo. Que quede claro: no es excluyente. Es legítimo, es honesto, procura ser coherente, y para quienes lo abrazamos es, como la Torá, árbol de vida. Son esos rollos que recién abrazamos como comunidad; los sostuvimos en brazos como si fueran nuestros hijos. Como ellos, la Torá nos da sentido de vida y propósito.

El Shabat anterior a Rosh Hashaná, en Parashat  Nitsavim (que literalmente significa “hacerse presente”, “asumir”), se nos dice sin ambigüedad: “no está en el cielo, la palabra está en tu boca”. Esto no es retórica aristotélica; esto constituye la razón de nuestros ritos y nuestro culto. Es lo que venimos a hacer en la sinagoga desde los tiempos del exilio babilónico: escuchar Torá, construir sentido, y dar relevancia.

Desde hace veinte años, además de la tradicional prédica rabínica, esa que todos venimos a escuchar, en la NCI, instituimos un tiempo para escucharnos unos a otros. Hemos hablado directivos y socios, embajadores y representantes de otras instituciones. Porque la palabra no está en el cielo sino en nosotros.

Mucha gente ha estudiado mucha Torá para subir a este púlpito; cualquiera de los rabinos de la NCI lo sabe porque ellos fueron maestros, guías, en fin, Rabinos. Con mayúscula.

Estas semanas se dio la coincidencia, o acaso no, de cruzarme con un relato talmúdico que me gustaría compartir. Este es acerca del personaje de Joni el Hacedor de Círculos. Originalmente está en el Tratado de Taanit, pero mi fuente es el análisis del Rab Biniamin Lau en su libro “Los Sabios”.

Joni es el último vestigio del mundo de los milagros, al final del tiempo de la profecía, aproximadamente un siglo antes de la Era Común; su figura se asimila, en la tradición rabínica, al profeta Elías. Joni dibujaba un círculo, se paraba dentro, pedía por lluvia, y llovía. Muy simple, muy fácil, muy cómodo.

Paradójicamente, y aun con todo ese poder, Joni no capta el valor de los legados, tal como se ilustra en su diálogo con un vecino que planta un algarrobo: Joni no entiende el sentido de plantar un árbol del cual su vecino nunca disfrutará porque terminará de crecer cuando el vecino haya muerto. El vecino le retruca que él planta para sus hijos y nietos.

Cuenta el relato que Joni se duerme setenta años en una caverna. Cualquier similitud con la caverna de Platón no es casual; la caverna simboliza la ilusión de una realidad que no podemos o no queremos ver.

Cuando Joni despierta, setenta años más tarde, sus nietos no lo conocen. En el lugar que Joni considera su casa, la sinagoga, tampoco lo conocen. El mundo ya no es un mundo de milagros. Es un mundo que, acostumbrado a la duda, como lo explica Lau en su libro, o a la incertidumbre, como sugirió nuestro Rab Dany en Shabat, ya no tiene lugar para Joni. Es un mundo que precisa otras respuestas. Tal como nos lo enseña otro relato del Talmud, El Horno de Ajnai, la Torá ha quedado instalada para siempre en boca del hombre. O la mujer.

La NCI sigue siendo relevante porque cree en el legado entre las generaciones. Ha sido siempre nuestro desvelo. Cada generación planta su propio algarrobo y cada generación reconoce en los viejos árboles el legado de sus antecesores. No hablo solamente de genealogía de sangre sino de una “genealogía de la palabra”, tal como acuñaron el concepto Fania y Amos Oz en su libro “Los Judíos y las Palabras”.

Mañana en el espacio del “Debate” estaremos abordando el tema de las redes sociales. A la pregunta, ¿somos lo que posteamos?, adelanto mi respuesta: sí, somos lo que posteamos. Del mismo modo que somos cómo vestimos, cómo comemos, cómo hablamos, cómo nos movemos. Pero todas esas manifestaciones son sólo eso, una parte del todo.

Aquello que, como judíos, somos en esencia, si tal cosa existe, sólo puede manifestarse en los momentos más trascendentes de la vida. Cuando nuestra existencia se ve sacudida. Sucede en momentos muy personales, intransferibles, y tal vez, a veces, en momentos como estos. Si tan solo lo permitimos, pueden generar ese breve, revelador instante de epifanía. Son los momentos que el Judaísmo, como colectivo, consagra, convierte en especiales y únicos.

Ni las redes sociales hoy ni las discusiones rabínicas de antaño definen nuestro judaísmo. No en vano Hillel resaltó la ética por sobre el comentario. Así como la Torá no está en el cielo, tampoco está solamente y a cualquier costo en el detalle; está en la vivencia individual en el contexto de un marco colectivo.

Ser plural, inclusivo, y diverso no es un eslogan; es una disciplina que se practica día a día, por generaciones. Nuestra preocupación es que las próximas generaciones encuentren en su lenguaje y a través de los valores de su tiempo la motivación que durante ochenta y cinco años hemos cuidado.

Por dónde sea que pase tu judaísmo, la NCI asume el desafío de brindarte un marco tan ético como coherente. Que su discurso se escuche y reverbere en el ámbito comunitario. A veces parecería que somos el secreto mejor guardado del Ishuv, cuando en realidad somos uno de sus tesoros más fecundos y creativos.

Eli Wiesel, en sus testimonios respecto de la Shoá, opuso valores universales (amor, belleza, fe, y vida) con un solo desvalor: la indiferencia. La NCI hace suyos los valores; pero sobre todo se abandera contra indiferencia. Lo que la Shoá no exterminó bien puede sucumbir bajo su peso; el mero hecho de permitir que la historia fluya al influjo de las modas, los influencers, o las ideologías de la hora puede lograr lo que el antisemitismo no ha logrado nunca.

En la NCI caminamos sobre el sutil equilibrio que supone hacer nuestra la máxima talmúdica en el Tratado de Eruvin: “estas y aquellas son palabras del Dios viviente”. La vida del judío es una vida de elecciones. La vida judía tiene sentido cuando nuestras elecciones son coherentes con nosotros mismos y nos hacen vivir plenamente nuestro Judaísmo.

Ese es nuestro desafío y nuestro deseo en la NCI en este Iom Kipur de 5783.

Gmar Jatimá Tová!

Palabras pronunciadas en el servicio de Kol Nidre en la NCI de Montevideo en Iom Kipur 5783 en mi condición de Presidente de la Comunidad.