La Soberanía Ultraortodoxa

Liron Libman, The Times of Israel, 7 de octubre de 2020

Los datos recientes que revelan que el 40 % de todos los casos confirmados de COVID-19 son de integrantes del sector ultraortodoxo nos impulsan a todos, y no solo a los ultraortodoxos, a realizar un serio autoanálisis y examen de conciencia. Por un lado, un principio fundamental de una sociedad pluralista respetuosa de los derechos humanos es el respeto del derecho de las minorías a su religión, su cultura y su idioma. Sus integrantes tienen el derecho a vivir de acuerdo con sus propios valores y cultura, a rezar públicamente y a educar a sus hijos como mejor les parezca. Pero por otro lado, estos derechos, como todos los demás, no son absolutos. Hay momentos en los que la autonomía de la minoría debe quedar relegada a un segundo plano para proteger a la ciudadanía en su conjunto.

Israel, como cualquier otro país, está luchando contra la pandemia del coronavirus. En un intento de reducir la propagación del contagio y garantizar que sea posible brindar los servicios necesarios a quienes contraen el virus, en las últimas semanas se le han impuesto al público restricciones extremadamente severas a la libertad de circulación, a la realización de negocios y al derecho a disfrutar de eventos culturales. Ya desde el principio, y con el fin de permitir los rezos públicos y el estudio de la Torá en las ieshivot ultraortodoxas, las autoridades definieron ciertas excepciones a estas restricciones. En los últimos días, hemos visto que incluso las indulgentes reglas establecidas para los servicios de Iom Kipur fueron burladas descaradamente por muchos grupos de la comunidad, aunque no por todos los ultraortodoxos.

No nos referimos aquí al comportamiento de individuos que decidieron hacer lo que les da la gana. Y debemos señalar que hay infractores de la ley en todos los sectores del público. Sin embargo, como revelan las fotos de los autobuses transportando a los estudiantes de las ieshivot a sus casas en el momento culminante del confinamiento estricto, nos enfrentamos a una actividad organizada. Según el Mayor General (Reserva) Roni Numa, a cargo de supervisar la batalla contra la pandemia en el sector ultraortodoxo, alrededor de 10.000 estudiantes de ieshivá de un total de 40.000, no cumplieron ni siquiera con las reglas adaptadas específicamente para atender sus necesidades y no se hicieron testear para el virus antes de irse de vacacionesa sus casas. A la luz de la alta incidencia dela COVID-19 en el sector, existe un gran temor de que la enfermedad se propague a sus familias y al público en general.

Aquí no se trata de un puñado de personas que se burlaron de las restricciones, sino más bien de una decisión consciente de algunos de los rabinos ultraortodoxos. El problema es que los riesgos involucrados no solo amenazan a los seguidores de ese rabino sino que afectan al público en su conjunto, el mismo público que tendrá que hacer uso de los mismos recursos limitados disponibles en los hospitales en caso de un fuerte repunte del contagio. En este punto, la autosegregación de las comunidades ultraortodoxas deja de funcionar, porque la mayoría de sus integrantes, en caso necesario, no dudarán en ser admitidos en los hospitales públicos para recibir tratamiento.

Debemos reconocer que esto estaba claro desde un principio. Ya desde la fundación del estado, el trato a los “eruditos profesionales” (en hebreo: torató omanutó), en sus diversas formas, ha convertido a los rabinos y decanos de las ieshivot en intermediarios entre el Estado y las Fuerzas de Defensa de Israel por un lado, y sus estudiantes en edad de ser conscriptos por el otro. La soberanía de un Estado se expresa en el hecho de que todas sus leyes se aplican a todos los que viven dentro de su territorio. Sin embargo, en muchos asuntos relacionados con los ultraortodoxos, el Estado parece haber renunciado a imponer su soberanía y aceptado la conveniencia del “diálogo” y el “consenso” con el liderazgo ultraortodoxo. Y en la crisis actual, parece que se ha adoptado el mismo enfoque: una ley para los ciudadanos en general y otra diferente para los ultraortodoxos, siempre que sus rabinos estén de acuerdo. Como podemos ver, este enfoque ha fracasado estrepitosamente.

Con el paso de los años, hay gente que ha afirmado que, en nombre de la tolerancia hacia la minoría o a la luz de consideraciones prácticas, debemos aceptar el hecho de que los jóvenes ultraortodoxos no sirvan en las Fuerzas de Defensa de Israel y estén exonerados de cumplir con su parte de la obligación de remar en el barco nacional. Pero ahora estamos viendo que mientras la mayoría de nosotros achicamos frenéticamente el agua que está dentro del barco, muchos de los ultraortodoxos están perforando agujeros en el casco, agujeros que pueden hacer que nos ahoguemos todos.

Esta situación requiere un cambio fundamental de rumbo, un giro en U, en la relación entre el Estado y los ultraortodoxos. Desarrollar una relación más saludable requiere precaución y consideración. ¿Respeto por el estilo de vida ultraortodoxo? Sí. ¿Diálogo? Eso también. ¿El estado renunciando a su soberanía y permitiendo a los rabinos ejercer un poder ilimitado como intermediarios entre sus seguidores y el Estado? ¡Rotundamente no! Si tenemos el deseo de vivir, necesariamente debemos poner fin a esta situación.

Traducción: Daniel Rosenthal

ACERCA DEL AUTOR: El Coronel (Reserva) Liron Libman es investigador en el Israel Democracy Institute. Anteriormente se desempeñó como Fiscal Jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel y dirigió el Departamento de Derecho Internacional de las Fuerzas de Defensa de Israel.