A diez días de Pesaj
A diez días de Pesaj 5780 (año gregoriano 2020), con la crisis del Covid-19 instalada a nivel global, parece pertinente empezar a pensar en la particularidad de la festividad este año. Si el texto de la Hagadá alienta a los niños a preguntar sobre la diferencia de esa noche entre todas las noches, cómo no preguntarnos todos, niños y adultos, acerca de la particularidad de este año entre todos los años. Hay quienes han hecho el ejercicio de buscar crisis similares, y por cierto que el mundo las ha registrado. Se habla de la Fiebre Española en los años veinte del siglo pasado, de la Gran Depresión, de las Guerras Mundiales, de la Shoá… sin ir tan lejos como a la Peste Negra del siglo XIV. Pero hay algo genuinamente único en la crisis del Corona, y cuando llegue la noche del Seder, por lo menos los judíos, estaremos enfrentando su particular dimensión desde una perspectiva muy particular y sensible. Porque para nosotros ya es una noche diferente, con o sin virus.
El excepcional clima que hemos disfrutado en Montevideo estas últimas semanas nos ha permitido ver cada noche la luna creciente de Nisan en su avance inexorable hacia la luna llena de Pesaj. Pesaj es la fiesta de la primavera, porque en el hemisferio norte coincide con esta estación, con los primeros verdes y las primeras flores después del invierno. La coincidencia del renacimiento primaveral con el renacimiento nacional que Pesaj celebra es mucho más adecuada que el otoño que vivimos los judíos del sur del mundo. Pero este año Pesaj será global y otoñal. El trasfondo agrícola de ésta así como de todas las festividades judías (ya lo dijo Harari en “Sapiens”, fue la agricultura la que domesticó nuestra especie) estará, este año, sepultado por un virus. Siendo que Pesaj tiene múltiples nombres y abordajes, y siendo que el agrícola parece ser el más anacrónico (en alguna época fue patrimonio del Kibutz), este año es sencillamente superfluo.
Hay una dimensión universal en Pesaj: la libertad como valor. No en vano la festividad también se denomina “el tiempo de nuestra liberación”. Este año el concepto de libertad queda, por lo menos, condicionado; el virus nos ha sujetado a nuestros hogares en forma terminante, nos ha esclavizado a rutinas ajenas a las habituales, y nos ha impuesto rituales y costumbres inherentes a nuestra condición de seres vivos altamente sensibles al virus. Este año nuestro Egipto es el Corona. La plaga no nos saltea, ni morirán exclusivamente los primogénitos.
Por lo tanto, parece inevitable, cuando las reuniones en torno a la mesa serán de unos pocos, cuando abrir la puerta para el profeta Elías sea, al menos simbólicamente, “peligroso”, cuando no podamos invitar a desconocidos a nuestro banquete festivo, cuando éste se vea de alguna manera limitado por temas logísticos o de abastecimiento, cuando todas estas circunstancias se pongan de manifiesto, parece inevitable que debamos focalizar más que nunca en el texto, sus desafíos, y algunos pasajes que habitualmente elegimos soslayar. Será un Pesaj mucho más “religioso” en el estricto sentido de reconectar con lo trascendente, de dejar aflorar nuestra sensibilidad, de permitirnos sentir la singularidad del momento. Quienes habremos pasado Pesaj en tiempo del Corona intuiremos la verdadera noción de ser esclavos, anticipar la libertad, y llevar a cabo el sacrificio pascual de quedarnos en casa. Cada generación sacrifica su más preciado valor en aras de la libertad, del mismo modo que nuestros antepasados sacrificaron un cordero. Si aquella vez lo hicimos por nosotros, este año es por la Humanidad toda.