Parque Vacío

Gideon Levy, Haaretz, 25 de marzo de 2020

Se podía escuchar el sonido todas las mañanas al despuntar el sol: las notas de un saxofón flotando a través de la maraña de laureles de jardín y acacias amarillas en flor, flotando sobre los senderos y las ciclovías en la orilla opuesta del arroyo. A veces, melodías improvisadas de jazz;otras,  tonadas familiares; en ocasiones, explosiones acústicas al azar. Todo ello proveniente de la orilla occidental del Ayalón, cerca de su desembocadura en el Yarkón. Esta combinación de amanecer, neblinas matinales disipándose, gotas de rocío sobre la hierba, bosque de eucaliptos, macizos de crisantemos y música era lo más cercano que podías estar de la revelación divina. El sol detenido en Guivón y el saxofón en Nahal Ayalón.

Las lavandas ahora también están floreciendo, con sus suaves tonalidades púrpura e inundándolo todo con su fragancia (¿o son los lupinos?), sumando a la intoxicación matinal de los sentidos en el parque. Sólo se destacaba el enigma de los misteriosos sonidos musicales: ¿Quién era el que tocaba en ese lugar por la mañana? ¿Cuántos corredores y ciclistas matutinos notaban la música? ¿Quizás la música estuviera destinada a despertar a los residentes del hogar de niños autistas a orillas del Ayalón? ¿O tal vez era música grabada emergiendo del club deportivo cercano?

El enigma fue resuelto la semana pasada: junto a un abollado Mitsubishi plateado repleto de cosas, en el límite del barrio de Bavli, había un hombre tocando el saxofón. Partituras colocadas en el maletero, lentes dorados para leer en la nariz, totalmente absorto en la ejecución de su música. ¿Quién era este hombre? ¿Qué lo traía aquí todas las mañanas? Aparentemente seguirá siendo uno de los secretos del parque, junto con las historias del creciente número de israelíes que viven en camiones convertidos en casas rodantes, en medio de los aullidos de los chacales del parque, que es otro sonido que sobresalta a quienes lo escuchan al amanecer.

Ayer, el hombre de la música no vino. El saxofón se calló y un silencio inquietante cubrió el parque. Y a partir de la mañana de hoy, el parque debe estar desierto por orden de las autoridades. La pena ya había descendido sobre él en el día de ayer. La pena de los corredores, de los ciclistas, de los paseantes y de quienes disfrutan de los picnics en el parque. No hay muchas ciudades en el mundo que tengan un parque tan magnífico y bien cuidado como GaneiYehoshua. Quizás ahora que los autos de la Policía de Fronteras patrullarán y ahuyentarán a las personas que deambulan por allí (ya ocurrió el otro día), Tel Aviv realmente apreciará esta bellísima joya que tiene.

Pero el cierre del parque es, por supuesto, una dificultad menor en comparación a las que tenemos que afrontar. Los días que estamos viviendo dejarán una impresión por mucho tiempo. Llegará un día en que los padres les contarán a sus hijos, y los abuelos a sus nietos, sobre los días de la pandemia.

Todo cambia a una velocidad asombrosa. De la noche a la mañana, gente que todavía se considera joven, enérgica y activa se ha convertido en ancianos esquimales abandonados ala vera del camino, miembros sobrantes de una sociedad que dice que deben ser mantenidos lejos o, por lo menos, encarcelados en sus hogares, por su propio bien. Sí, por supuesto, por su propio bien. Si simplemente alejamos a las personas mayores, algo que ahora significa cualquier persona de 60 años o más, todo el resto puede volver a la normalidad.

En un instante los 60 de hoy se han convertido en los nuevos 80, justo cuando estábamos disfrutando de la idea de que los 60 son los nuevos 40. Y los jóvenes que pensaban que estaban en la cima de su éxito están chocando con una realidad desconocida de desempleo y penurias, también de la noche a la mañana. Cada salida de la casa es considerada una aventura de riesgo. Cada persona que camina hacia ti se ha convertido en un “objeto sospechoso”. Ir de compras al supermercado se siente como una misión suicida de infiltración en el campo de refugiados de Jenín, justo en el momento culminante de la intifada. Las certezas de ayer son las incógnitas de hoy. El último experto que escuchaste es siempre el más convincente. Por un lado, estamos ante una inminente catástrofe; por el otro, frente a una exagerada sobrerreacción. ¿Cuál de las dos es cierta? ¿Quién lo sabe?

La semana pasada, la trabajadora social Rosita Fulini me escribió desde su ciudad moribunda, Bérgamo, la ciudad más afectada de Italia, que “más adelante” se ha convertido en la frase de la cual más se abusa. Nadie sabe cuándo será “más adelante” ni cómo será. A lo que podemos agregar: ¿Y qué quedará de todo esto más adelante? Mientras tanto, ayer al amanecer, un bonito ejemplar de chacal se paró en la orilla del Yarkón mirando tristemente su reflejo en el agua marrón. Desgarrador.

Traducción: Daniel Rosenthal