Fantasias y vanidades

Falleció esta semana Luis Alberto Spinetta, músico argentino, en forma prematura. Gustavo Cerati está en un coma profundo. Charlie García está viejo, gordo y aburguesado. Han pasado los años. Parafraseando el saber popular, nadie se salva del paso de los años, nadie está inmune. Todos los días se enferman y mueren miles y millones de personas anónimas. Alguna vez nos toca más de cerca. El proceso es inexorable e irreversible. Sin embargo, hay muertes que se hacen públicas y desatan experiencias colectivas, nacionales, tribales, o simplemente grupales, no importa cómo definamos el grupo. Es el caso del fallecimiento de Spinetta o el coma de Cerati. Un país, una región si se quiere, sigue en forma cercana el asunto. Es noticia.

Personalmente, ninguno de estos músicos me provoca nada. Me entristece una muerte, más si es prematura y a manos del cáncer; me entristece profundamente un coma, la incertidumbre hecha constante. Pero no puedo decir que ellos representen algo para mí. Por el contrario, cuando murió Yaffa Yarkoni no hace mucho, una muerte mucho más “natural” y esperada, tuve la necesidad de expresar lo que ella había significado para mí. Igual sucedió con María Elena Walsh. Lo hice, con mayor o menor lucidez, no viene al caso. No puedo decir ni intentar hacer lo mismo a raíz de la muerte de Spinetta. Pero soy testigo de lo que sucede a mí alrededor, y como bien decía el presentador de noticias Jorge Traverso de Canal 10 de Montevideo anoche, los medios argentinos han vaciado sus portadas para dar la noticia del fallecimiento del músico.

Admitamos que los argentinos tienen una tendencia muy fuerte a entronar a sus personajes populares. Aun cuando estos representan algunos de los más graves vicios y defectos humanos, como el caso de Maradona. Admitamos que ocupar el centro del sistema informativo con la muerte de un músico de rock local obedece a razones más profundas, ideologizadas, y premeditadas, que nada tiene de espontáneo; es mejor una muerte popular e idolatrada que una realidad cruda y pedestre. Aun así, la muerte de figuras artísticas populares no deja de ser un fenómeno conmovedor.

Si Spinetta no “me dice nada” a mí es un problema mío. La Walsh sí lo decía, y sin duda ocupó mucho más espacio en los medios de lo que lo hará Spinetta. Su aporte fue mucho mayor, su alcance mucho más universal. La medida de un artista está en las fibras que toca su obra en la sociedad como conjunto, como “colectivo”. Sin ser un experto, me animo a afirmar que Spinetta tocó esas fibras con aquella primer canción “Muchacha”; todos, sin excepción, asociamos al músico a esa canción; los más “rockeros” saben que hay mucho más. Como Mateo con su “Príncipe Azul” en esta orilla del río. Incluso como Serrat con “Cantares”. El arte nos toca y deja su marca indeleble; el resto es la vida que transcurre. Es arte porque una vez nos movilizó y emocionó, y el recuerdo de esas emociones quedan para siempre. Eso hace que un duelo sea colectivo.

“Había una vez una país que no tenía canciones propias. Hasta que un hombre escribió una canción”. Así comienza el documental de Claudia Abend y Adriana Loeff estrenado en 2008, refiriéndose a “Río de los Pájaros” de Aníbal Sampayo. Entre otros méritos, la película rinde homenajes largamente merecidos en un país que, a diferencia de Argentina, tiende a minimizar a sus ídolos populares. El rescate de “Río de los Pájaros” del olvido no sólo nos ofreció a muchos un recorrido nostálgico entrañable, sino que apuntó al valor de la cultura popular en la identidad nacional. Tener canciones propias es esencial para construir pertenencia. Pero no basta con que estén, hay que enunciarlas como tales, hay que reconocer sus méritos y su influencia. No alcanza con una canción o una obra. Para que toque las profundas cuerdas de una sociedad debe estar difundida. Alguien tiene que escribirla, por cierto, como bien dice “Hit”. Alguien debe completar el trabajo y difundirla, popularizarla. Serán sus méritos los que finalmente determinen su condición de “clásico”.

La prensa argentina se ocupa muy bien de esta parte de la labor cultural. En esa enorme red que arrastra de todo hay mucho producto de muy mala calidad. Como en el tango “Cambalache”, va todo junto: en una revista “Gente” encontraremos a Borges y Tinelli. Sin embargo, por el simple efecto de arrastre los argentinos saben bien quiénes son. Spinetta, Cerati y todo el “rock nacional” argentino es parte del fenómeno. Qué representan exactamente, no sé; lo cierto es que conmueven a una sociedad. Cuando sucede tan cerca geográfica y culturalmente merece ser pensado. ¿De qué forma se construye identidad en Uruguay? ¿Acaso sólo con el fútbol? Si fuera así, tampoco sería poca cosa. Pero es bastante más. Aunque más selectivo, más tímido, más lento. Se hace camino al andar.

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