Europa II: Alemania

Desde este espacio nos hemos ocupado más de una vez –siempre en forma de reflexión compartida, sin intención de propuesta abarcativa– acerca del tema de la reparación. Cuando uno recorre Alemania durante unos días el tema surge nuevamente y abona nuevas reflexiones. Al mismo tiempo, en Uruguay el tema de las “reparaciones” y la “historia reciente” ocupan un espacio central en el diálogo (o mejor dicho, monólogo) nacional acerca de cómo procesar el tema de los desaparecidos, cómo distribuir culpas y responsabilidades acerca de una época tan oscura como manipulada, todavía. En ese sentido, la Shoá u Holocausto ha servido de modelo y material de estudio acerca de este tipo de barbaries, su influencia en la psiquis humana, tanto individual como social, y el proceso histórico que devino a partir del fin de esa época. Proceso que por cierto, casi setenta años después, sigue vigente. Si tendremos años por delante los uruguayos para pensar nuestra época oscura, cuando todavía la figura de Artigas es material de discusión histórica.

Alemania es hoy sin duda el país más rico, más sólido, y el líder natural de esta Europa en crisis. Recorrer Alemania inspira admiración. La capacidad y el esfuerzo de su reconstrucción post-guerra, y el más reciente esfuerzo de absorción de todo un país (Alemania Oriental), son hechos insoslayables, indiscutibles. La capacidad de reparación está, entonces, a la vista. Sin embargo, ¿qué se ve? Un país reparado, reconstruido, mirando al futuro, y hoy sosteniendo y procurando salvar a una Europa endeudada y al borde de la quiebra. ¿Dónde quedó la historia reciente, la que ocupó a este país en la primera mitad del siglo pasado?

Llegando a Munich pasamos por la estación de Dachau, a alta velocidad. Sabemos, porque estuvimos hace treinta y cinco años, que Dachau y su campo de concentración están allí, para ser visitados. Muchos trenes llevan a Dachau y se detienen en Dachau. Dachau no ha sido borrada del mapa. Pero hay que detenerse, hay que ir. Es una elección personal. En general, y siguiendo con la metáfora del tren (metáfora contundente si las hay), se pasa muy rápidamente por esa estación y se avanza: estuvo, está, pero podemos obviarla, podemos seguir adelante como si nunca hubiera estado. Esa es la fortaleza alemana, tal vez: su capacidad de reconstrucción, su férrea disciplina, su sistematización casi obsesiva. Toda moneda tiene dos caras, siempre.

Ya en Munich, eligiendo las opciones de paseo en días nevados y poco apropiados para “exteriores”, elegimos tres opciones puertas adentro: el complejo BMW Welt; dos edificios de la Pinacoteca; y el Museo Judío de Munich. En la primera opción (www.bmw-welt.com), fascinante a nivel personal, se reconoce la tremenda potencia industrial del país. Esta marca emblemática de Alemania, Baviera  y específicamente Munich, ha levantado un monumento a sí misma al lado de su planta original, en la zona del Parque Olímpico. El origen de la industria y de la marca está en la fabricación de motores para aviones de guerra; la posterior prohibición de que Alemania fabricara elementos para la industria bélica transformó el negocio, para siempre. Está dicho, está escrito, está explicado; pero la belleza y la majestuosidad de los autos y los edificios simplemente minimizan esta parte de la historia.  Por otra parte, la Pinacoteca abarca varias manzanas y cuatro edificios; acumula una cantidad enorme de obras de arte clásicas y modernas, un recorrido tal vez no total pero muy vasto de la historia del arte. En especial la Nueva Pinacoteca (www.pinakothek.de/en/neue-pinakothek) alberga lo mejor del Siglo XX en un edificio tan grande, tan moderno, tan desproporcionado, que el arte mismo queda empequeñecido. El envase, de alguna manera, minimiza el contenido. No es lo mismo ver un Picasso en un pequeño museo en Barcelona que en la Nueva Pinacoteca de Munich.

Por último, el Museo Judío de Munich (www.juedisches-museum-muenchen.de) ilustra claramente lo que estamos tratando de transmitir. Aunque es un edificio “normal”, también resulta desproporcionado en relación a su contenido. Tal como lo aclara una guía al entrar a las exhibiciones, el Museo omite la época del Holocausto; es casi una declaración oficial, aunque no figure por escrito. Por la misma razón que uno eligió no ir a Dachau podía elegir no ver una exhibición sobre Shoá; pero no hay tal opción. El Museo como institución eligió saltearse esa parte de la historia; no negarla, pero salteársela. Entonces uno recorre exhibiciones minimalistas, algunas inspiradoras, otras apenas acumulativas de objetos, fotos, y testimonios. Cualquier comunidad con cien años de vida puede juntar ese tipo de documentación y armar un museo sobre sí misma y su ciudad. El tema son los recursos; por suerte siempre hay judíos inspirados y generosos que harán el esfuerzo por todos. Pero el Museo Judío de Munich ostenta los recursos y escatima en los contenidos. La Nueva Pinacoteca ostenta los recursos y minimiza los contenidos. La BMW fue sin duda la visita más “coherente” de las tres.

Esta ha sido una visita breve, personal, sin pretensiones conclusivas. Sin embargo, se trata de compartir impresiones e ideas que surgen a raíz de la experiencia personal cuando se conecta con la Historia. Alemania genera una ambivalencia riquísima. La tensión entre sus obras faraónicas y sus contenidos en escala más “humana” nos ofrecen una lectura inquietante. Cuando algo nos inquieta puede conducirnos al miedo, la parálisis y la negación; o bien puede enriquecer nuestra percepción del mundo como un fenómeno altamente complejo, donde los seres humanos somos propensos a grandes conflictos y contradicciones, pero a la vez somos dueños de una enorme capacidad creativa y regenerativa. ¿Reparadora…? Tal vez. Cada intento de hacerlo vale por sí mismo. Lo que nos provoca a cada uno es una historia aparte. Desde las reparaciones aceptadas por David Ben-Gurión en los años cincuenta al resurgimiento de comunidades judías fuertes, prósperas y seguras en Alemania, no cabe duda que este país ha hecho su esfuerzo por reparar. 

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