Europa

Mientras atravieso parte de Alemania en un pulcro y veloz tren alemán; mientras el sol amaga pero apenas lanza reflejos sobre el tímido mediodía invernal; mientras atravesamos túneles que eluden las imperfecciones de la naturaleza; mientras me como un pretzl apenas salado y contemplo los valles verdes y boscosos; mientras leo El País de Madrid y el International Herald Tribune; mientras todo esto sucede más o menos al mismo tiempo y no puedo dejar de reconocer la eficiencia y perfección alemana (aunque el tren se atrasó diez anunciados minutos), tampoco puedo creer la estupidez y la soberbia humana puesta de manifiesto en el crucero italiano accidentado en la costa de la isla de Giglio. Probablemente esto no hubiera sucedido si el crucero fuera alemán porque los alemanes, aparentemente, no se permiten improvisar: está todo previsto, todo planificado. Por el contrario, los latinos juegan al juego de las aproximaciones a la costa, al saludo entre los pasajeros y los habitantes de la isla, como un rito que, de mediar buen tiempo, debe cumplirse. Esta vez tuvo un desenlace fatal. Salvando las distancias, el mundo ha podido presenciar una suerte de Titanic en vivo, algo imposible en 1912; o sacar de los archivos la película “La aventura del Poseidón” en cualquiera de sus dos versiones, la buena (la de Gene Hackman) y la mala, más reciente. Sobre todo, como se muestra claramente en “Titanic” de James Cameron, es la estupidez humana la causante de la mayoría de los accidentes fatales: estupidez mezclada con descuido y omnipotencia.

La crisis económica europea afecta más a estos países sobre el Mediterráneo. Los países de más al norte, y especialmente Alemania, procuran salvar la zona del euro. Pero entre la eficiencia y el rigor centro europeos y la desidia y descuido mediterráneos la brecha es muy grande. Inglaterra, que siempre se ha visto a sí misma como única y especial, sigue manteniéndose al margen, fiel a su naturaleza de isla. El crucero volcado y hundido sobre el lecho marino en las costas de Italia es una muy buena metáfora de las economías de la región.

En su obra mayor, “Historia de Amor y Oscuridad”, Amos Oz relata en forma detallada y profunda los recuerdos vivenciales de la Europa de sus padres. Se trata de una Europa más corrida hacía el este que estas tierras que estamos atravesando estos días, pero sin duda Oz captura el espíritu frondoso, invernal, oscuro y depresivo que vivieron sus padres y abuelos. Ese mismo espíritu que trasladan casi exactamente a la Jerusalém de los años cuarenta del siglo XX. Cuando a uno le toca vivir estos días tan cortos, estos fríos tan intensos y cotidianos, el valor del fuego y la luz como fuentes de vida y energía, puede sin duda entender mucho mejor el origen de nuestras tradiciones: judías y cristianas. Aun con el confort de la vida moderna la naturaleza y sus avatares parecen determinarlo todo, cerniéndose sobre la fragilidad humana. Es entonces que traer un árbol al interior de una casa para mantenerlo verde, que no  muera, parece tener sentido; iluminar las ventanas ahuyenta la oscuridad; contar historias ahuyenta, convoca y transforma los miedos que el paisaje sugiere. En términos más sofisticados y técnicos, se trata de climatizar nuestros ambientes y refugiarnos a ver televisión o charlar alrededor de una copa.

Quienes vivimos en tierras con climas más benignos, donde la naturaleza, salvo excepciones, se manifiesta en formas controladas, desconocemos esta sensación sobrecogedora que ejerce Europa en invierno. Estos fríos sin tregua, estos días breves y sombríos. Por ende, muchos europeos escapan, cuando tienen los medios, a paisajes más benignos, menos deprimentes; ya sea para afincarse o vacacionar.

Pero sobre todo, como judío, pisar Europa es recorrer los caminos de nuestra historia como pueblo. Con todo lo que nos gusta remontarnos a la época casi mítica de los patriarcas o las historias recogidas en la Biblia, hay un derrotero judío en Europa que la recorre de punta a punta. A partir de la destrucción del Templo en 70 E.C. y la derrota de los grupos insurgentes judíos por parte de los romanos, la diáspora judía se consolidó y terminó prevaleciendo. Este largo camino que comienza tanto por la costa africana del Mediterráneo como por la europea fue empujando el mundo judío tierra adentro, a esta Europa profunda. Todos conocemos el desenlace: antisemitismo, persecución, pogromos, Holocausto. Citando al cantautor uruguayo Daniel Viglietti, “no es este pago mi pago”. Y sin embargo.

Ser judío hoy tiene que ver con haber sido judíos entonces: podemos querer ser diferentes, otra cosa. Pero no podemos negar la evidencia de que de estas tierras venimos, con toda su sombra, su desesperanza, su fatalismo y su resignación. De ellas traemos la capacidad de sobrevivir y supervivir, de negociar y adaptarnos. De ella traemos la sabiduría rabínica y la sabiduría popular. Nuestra capacidad de ayudarnos mutuamente. Nuestro apego a la esperanza: el año próximo en Jerusalem; el año próximo será mejor. Aun cuando el mundo ha cambiado y es mucho más amigable, aun cuando el mundo ha cambiado y hoy somos respetados aunque no del todo queridos todavía, venimos de estos paisajes sombríos y estos días tan cortos. Por eso el tiempo vale tanto y así lo cuidamos.

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