HETERO-DOX(I)A

Siempre recuerdo –y cito– a Joan Manuel Serrat en una de sus primeras entrevistas en el Río de la Plata, en el programa del fallecido Nicolás “Pipo” Mancera, “Sábados Circulares”, cuando el anfitrión le preguntaba –vaya uno a saber por qué, cuestión de valores de época– respecto a su madre; concretamente, por qué no viajaba con él o algo del estilo. El siempre brillante Serrat contestó así: “es como un pajarillo (supongo que dijo así, todavía no diría “pajarito”) que sostienes en tu mano: si aprietas mucho, lo ahogas y muere; si aflojas mucho la mano, vuela”. Siempre recordé esa frase pero no precisamente aplicada a una madre sino a relaciones amorosas de otra índole, más maduras, más adultas. La pregunta era un tanto edípica, pero podemos en todo caso entenderla en el marco de una cultura tanguera y pacata donde la madre era un valor central del público de Mancera. Más allá de la pregunta, sin embargo, la respuesta es un símil brillante. Con todo lo mediático que ha sido Serrat, siempre ha tenido la capacidad de elevarse por encima de la cholulez y dar un giro inteligente a las preguntas más tontas.

El símil puede aplicarse a los vínculos con los hijos, por ejemplo. Nada más difícil que mantener el equilibrio entre retener, sostener, apoyar, amar y dejar ir, tal como la naturaleza indica. También aplica a relaciones de pareja estable: ¿dónde está el límite entre la asfixia y la huida en la vida de una pareja? Aplica por cierto a las relaciones laborales: cuánta iniciativa cedemos, cuánto control perdemos.

Con el judaísmo sucede algo parecido. La pregunta parece ser hasta dónde apretar el puño. Los hechos recientes en Israel parecen indicar que un grupo cada vez mayor de gente, los “jaredim”, ultra ortodoxos, cada vez con más poder, han decidido redoblar sus esfuerzos en pos del judaísmo tal cual ellos lo entienden. No soy quien, no me atrevo, a siquiera comenzar a explicar ese judaísmo que ellos profesan; a duras penas puedo entenderme a mí mismo como judío. Lo cierto es que su entendimiento del judaísmo afecta a todo un país, distorsiona el estilo de vida de mucha gente, espanta a mucha otra, y crea una brecha que parece tornarse insalvable con el paso de los días. Ellos abogan por apretar el puño; es muy probable que el ave muera.

Por otro lado, muchos judíos entendemos nuestra vida como tales en un marco de mayor libertad y liberalidad; privilegiamos estos valores sobre los ritos y valores específicamente judíos. Sostenemos el puño en forma tan laxa y carente de músculo que lo más probable es que el ave vuele.
La sensación de sofocación que provoca la actitud ultra religiosa da lugar a posturas radicalmente opuestas a toda religiosidad o mención de la palabra “Dios”. La tradición rabínica parece ser entendida como una artimaña milenaria para controlar la vida de la sociedad judía, cuando en realidad fue producto de una (larguísima) época y una necesidad de supervivencia que nos condujo hasta nuestros días. Denostar esa tradición no parece inteligente; discernir su vigencia tal vez sea lo adecuado. Una cosa es “El Rabinato” como institución y una muy otra son “los rabinos” o “sabios” como fuente de judaísmo. La confusión de términos agiganta las brechas que ya de por sí nos separan.

No hay diálogo posible si negamos al otro porque no tendremos con quién dialogar. Si lo único que queremos es sumar adeptos a nuestro campo, corregir los pensamientos de otros –errados para nosotros– no estamos dialogando sino haciendo proselitismo liso y llano. Estamos apretando el puño. Dicho esto respecto a quienes creen que La Torá es literalmente obra de Dios como sobre quienes la reducen a un manojo de fuentes diversas. Coincidentemente, ambos extremos quieren siempre “probar” algo. Tal vez no se trate tanto de probar, mucho menos imponer, sino de buscar experiencias: algunas propias, otras compartidas.

Frente a este nuevo embate “jaredí” en Israel parece que quienes somos parte del “campo” liberal, en cualquiera de sus matices, tenemos permiso para atacar y fustigar todo el mundo religioso, sin distinguir demasiado entre unos y otros. Si nuestra forma de vivir el judaísmo merece respeto y reconocimiento en su valor como tal, lo mismo merece la forma de vida del prójimo.  No es momento de gritar consignas contra los grupos provocadores.

El Estado de Israel deberá resolver estos asuntos que hacen peligrar su democracia. El avance del fundamentalismo en Medio Oriente no es un fenómeno nuevo ni exclusivo. La fortaleza de la democracia israelí, en todo caso, es hasta ahora la garantía de que las cosas son diferentes en Israel que en sus países vecinos.

La diáspora judía es una realidad bien distinta. Aquí vale la pena mantener el puño tenso y atento, porque la asimilación es un asunto central para todos los judíos. Cerrar el puño es contraproducente. Lo difícil, pero lo más sabio, es sostener el judaísmo con suficiente espacio para que aletee y respire, para que mantenga su vigor. Podemos escuchar diferentes voces sin necesariamente vivir las vidas que esas voces predican. Podemos intentar rescatar las fuentes judías del aparente monopolio religioso para estudiar(las) en otro ámbito y desde otra perspectiva. Somos, seamos, tan libres como queramos sosteniendo nuestro judaísmo en nuestro propio puño. Tan apretado o tan laxo como nosotros lo decidamos.



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