De animales y hombres

La repercusión que ha tenido el episodio de maltrato animal (muerte a palos de una perra) por parte de tres niños en Carmelo, Uruguay, es de una magnitud tal que hace ineludible el tema. El mismo tiene muchas vertientes: el maltrato animal en sí mismo, como tal; el tema jurídico; y el tema social. Este último en especial cuando el mayor impacto surge de la difusión por facebook de un video que reproduce el acto de crueldad; las redes sociales son exactamente eso: un reflejo de la sociedad, con sus fortalezas y debilidades. Es claro que en este episodio surge lo último y muy poco de lo primero; basta con ver las declaraciones de los diferentes grupos manifestantes en contra del hecho y a favor de los animales para entender que los reclamos poco tienen que ver con el objeto de sus desvelos, sino con intereses personales o corporativos de diferentes organizaciones. Por lo tanto, ni el maltrato ni la supuesta caridad. Como observadores del mundo que nos rodea y acontece, resulta desmesurada la cobertura que han dado los medios al hecho y sus consecuencias: preciosos y carísimos minutos de televisión han equiparado la muerte del animal con los episodios policiales a que nos tiene acostumbrada la prensa uruguaya diaria, en especial audiovisual.

Ante la imposibilidad de impartir justicia, está claro que la tan postergada ley de protección animal es una necesidad; pero no es ese el tema que nos ocupa. Del mismo modo, debiera regularse todo el fenómeno de refugios y protectoras de animales, comenzando por educar a la población en la cría responsable de los mismos. ¿De dónde surgen todos esos perros callejeros rescatados o maltratados? Algunos surgen “espontáneamente”, pero sin duda hubo un principio donde intervino el ser humano. Como bien escribía Saint-Exupery en su obra “El Principito”, “somos responsables por aquello que hemos domesticado”. Pero tampoco es ese el tema que nos ocupa.

Si no había lugar para impartir justicia formal; si no había motivo para encerrar a los menores en el INAU (Instituto Nacional del Menor) en la medida que no cometieron una falta formal y definida por ley, ¿por qué fueron encerrados? ¿Por qué el escándalo público por una perra maltratada y asesinada a palos cuando ante nuestros ojos, día a día, los caballos son explotados en las calles tirando carros de basura, y los perros vagan, a veces en jaurías, buscando qué comer? ¿Por qué de pronto tanta sensibilidad?

Tal vez la respuesta haya que buscarla en la vieja y nunca perimida imagen bíblica del chivo expiatorio: alguien tenía que pagar, y claramente, los perpetradores eran los indicados. Su crimen –que lo es, aunque no esté definido jurídicamente– merece un castigo. Acaso la misma saña que ellos tuvieron hacia el animal la tiene la sociedad con ellos: necesita verlos tras de rejas, al menos por unas horas, unos días. Probablemente estos menores vuelvan a sus vidas y rutinas sin mayores consecuencias y el hecho quedará en la crónica; pero la sociedad en su complejo y variado conjunto expresó su indignación y vio cómo se “pagaba” el crimen. Mucho más difícil es abordar el tema de fondo: no ya los animales sueltos y abandonados a merced de la propia sociedad que condena a estos tres trastornados menores. El tema de fondo es la informalidad que campea en Uruguay, el descuido, el “da lo mismo”, el tan repetido, no sin ironía “lo atamos con alambre”. Lo precario, lo coyuntural, lo inmediato, no resuelve los problemas de fondo de una sociedad. Toda esta indignación y la “prisión” de los menores no resuelven ni avanza el problema de los animales.

Como tenemos un problema con los animales abandonados también lo tenemos con la minoridad abandonada. Nadie protestó todavía por la prisión infundada –no injusta– de estos tres menores. Nadie ha hablado de los menores que piden en la calle y construyen una verdadera profesión de esta actividad, ni de los que se meten a hurgar los contenedores de basura. Nadie ha hablado, en estos días, de esa explotación social. Si hay miles de perros abandonados y vagabundos en Uruguay, seguramente todavía hay lo que Miguel Hernández denominó “niños yunteros” en su poema musicalizado por Serrat.

Este episodio queda inscripto en un tiempo donde otros dos asuntos han ocupado la opinión pública uruguaya: la recientemente aprobada ley 18.831 que derogó la ley 15.848, la conocida “ley de caducidad”; y el gigantesco conflicto de tipo gremial, político, y partidario desatado en la enseñanza, en especial el episodio en torno a la directora de un liceo de Montevideo que también fuera muy mediatizado. El episodio del maltrato animal pone el dedo en la llaga en el tema educación, que de eso se trata, después de todo; y acompaña la necesidad de “sentir” que se hace justicia. Tal vez la dilucidación del tema crueldad animal lleve menos tiempo que la dilucidación del asunto de crímenes de lesa humanidad. Cada nuevo giro abre insospechadas consecuencias. Sólo la historia, y en forma relativa, dará ciertas respuestas. Tanto a humanos como a animales.

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