Nobel

A principio del mes de octubre los medios judíos hicieron especial hincapié en que de los premios Nobel anunciados siete eran para judíos; esta semana leí una nota acerca de la visita de Paul McCartney y su esposa judía a un templo durante el día de Iom Kipur; en la misma nota se hacía hincapié en que la primer esposa de McCartney, Linda Eastman, también era judía. Dicha nota no tomó en cuenta que su casi esposa Jane Asher también era judía. Tuvieron un prolongado romance en los años de la beatlemanía cuando los Beatles se habían mudado a Londres; Paul incluso vivió en casa de los Asher.

¿Qué tienen que ver los premios Nobel con las esposas judías (o no, porque Heather Mills no es judía) de McCartney? O a tales efectos, si Steve Jobs era judío, como muchos se preguntaron (no lo era). La verdad es que lo único en común es “lo judío” o “no judío” en cada una de las situaciones reseñadas. Vista la relevancia de los logros de cualquiera de los individuos referidos, su condición judía o su vinculación judía resulta irrelevante. ¿Por qué, entonces, vale siquiera la pena escribir sobre el tema? Porque como miembros de un colectivo pequeño y auto-consciente tenemos una irresistible necesidad de “judaizar” los grandes logros de la Humanidad; si no todos, la mayor cantidad  posible.

Los premios Nobel son un ejemplo paradigmático: constantemente estamos contando cuántos de todos ellos son judíos, aunque sea remotamente, aunque de judíos les quede sólo el nombre. Es más, como parte de la estrategia de “hasbará” (esclarecimiento) se cita siempre cuántos premios Nobel son israelíes en relación a los ganados por ciudadanos de los países vecinos (enemigos), o en proporción a la población de Israel comparada con países mucho más grandes. Si bien puede ser un argumento a favor de nuestra razón de ser, no deja de ser débil, irrelevante, y por momentos hasta racista: la relación “judío-mente brillante-ganador de premios Nobel” no deja de ser circunstancial. Por una razón estadística, la mayoría de los galardonados NO son judíos ni tienen que ver con el judaísmo.

La necesidad de percibir lo judío en hechos o personas que no lo son es un signo de nuestra propia debilidad identitaria. Es un resto de la mentalidad pueblerina de siglos atrás. Es una respuesta a los embates antisemitas y negacionistas que inundan los medios. Respecto de esto último, si bien todos los recursos son válidos, sería bueno pensarlos más profunda y originalmente, recalcando no sólo las contribuciones técnicas o científicas sino las culturales y éticas; después de todo, es en ese campo donde los judíos hemos hecho nuestras mayores (aunque no exclusivas) contribuciones a la Humanidad. En cuanto a la mentalidad perseguida, seguramente llevará generaciones, si es que sucede, cambiar a una mentalidad más abierta y menos distorsionada, donde no todos son nuestros enemigos ni todo lo bueno se corresponde con nosotros. Por último, no podemos, no debemos, confiar nuestra construcción de identidad a factores externos: ni a la Shoá o el antisemitismo en cualquiera de sus versiones, ni a los logros reconocidos por terceros, ya sea el Comité Nobel o Paul McCartney eligiendo esposas judías…

Sin necesidad de que nosotros como judíos lo recordemos una y otra vez, buena parte de la Humanidad aprecia y valora al judaísmo y a los judíos. Otra buena parte es indiferente. Una tercera parte nos odia. Desconozco las proporciones exactas de cada parte, me resulta irrelevante también. De hecho, son las miradas desde fuera las que me parecen secundarias, circunstanciales, coyunturales. La esencia de “lo judío”, como nos gusta llamarlo, no está fuera sino en nosotros mismos. Como individuos y como colectivo. Si bien el factor “diferenciador” subyace fuertemente en la identidad judía, siendo también motivo de grandes conflictos, sobre el mismo hemos construido durante miles de años una identidad llena de contenidos y valores. Aun si no somos religiosos sentimos un apego a esos valores y contenidos, y los expresamos por el medio que a cada uno le es posible o relevante.

Sería bueno mirar hacia dentro y dejar de lado datos meramente estadísticos. Nuestro valor no yace en una “esencia” o “condición” judía, sino en nuestra construcción de nuestro ser judío.

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