Guilad Shalit

La liberación del soldado Guilad Shalit como consecuencia de un canje de prisioneros con la organización terrorista Hamas ha sido sin duda el acontecimiento sobresaliente de la semana. Se torna en un tema ineludible. La cuestión es cómo abordarlo, habiendo tantas posibilidades. El hecho tiene aristas humanas, aristas íntimas, aristas políticas, aristas estratégicas, y aristas simbólicas. Lo humano es el padecimiento del prisionero y su familia; lo íntimo es aquello que sólo él y su familia sufrieron y conocen; lo político son las ventajas en la opinión pública que obtuvieron los líderes de Hamas e Israel; lo estratégico son los cambios que quedan instalados en el conflicto palestino-israelí después de este canje; y lo simbólico es cómo actúa el canje y la vuelta de los prisioneros a sus hogares en la percepción colectiva de uno y otro pueblo.

Guilad Shalit ya no se convertirá en Ron Arad, el oficial israelí desaparecido hace veinticinco años, dado por muerto, que se ha convertido en un ícono de este tipo de tragedia. Por suerte la realidad trascenderá la imagen que tenemos de Guilad y que ha circulado ampliamente durante estos cinco años de cautiverio. Guilad Shalit podrá seguir su vida, envejecer, y seguir sumando fotos a su vida, fotos que nos hablen del paso del tiempo, un tiempo que no merecía perderse. Todos esperamos que pueda reconstruir una vida más o menos normal después de un cautiverio tan prolongado y sobre el cual poco sabemos, aunque mucho podemos imaginar.

La vuelta de Guilad a casa nos deja a los activistas comunitarios con una causa menos por la que luchar. Las organizaciones sionistas o de esclarecimiento generalmente hacen buen uso de estas tragedias para reforzar el lado victimizado de Israel y el pueblo judío, a pesar de que el mundo nos cree cada vez menos y ve las víctimas en otras tiendas, no en las nuestras. Ya no podremos abanderarnos detrás de la causa Shalit. Es un tema que, mal o bien, ha sido resuelto. Como generalmente se resuelven los temas: pagando precios altos. Cuando las puertas de la Unión Soviética se abrieron dejamos de tener una causa por la que luchamos durante años: “¡dejad salir a mi pueblo!” Ahora Shalit está en su casa y nadie puede reclamarle “eso” a Netanyahu y su gobierno, nadie puede seguir usando la causa Shalit para promover agendas o promocionar otras causas trepados en la cresta de la ola.

Su liberación todavía dará excusas para treparse por unos días, pero por suerte durará poco. Todos festejamos y  publicamos la liberación de Guilad Shalit, pero es de esperar que pasada la euforia inicial las cosas vuelvan rápidamente a su cauce y Guilad deje de ser noticia para convertirse en un ser normal y lo más anónimo posible. Sólo los muertos se convierten en íconos: Rabin es un ejemplo claro del guerrero devenido pacifista, cuya vida se interrumpió en la cima de su popularidad como tal, y como tal pasó a la historia grande de Israel y el mundo. Por eso cada año recordamos su muerte en actos que más que conmemorativos son educativos para nuestras nuevas generaciones. Como los actos de la Shoá o de la Amia, salvando las diferencias del tiempo y naturaleza. La liberación de Guilad Shalit nos alivia del peso, como colectivo, de una víctima y una conmemoración más. Su liberación tampoco constituye un triunfo sino una obligación. Había que hacerlo, y se hizo. Como en Entebbe, pero en forma menos heroica y espectacular: los tiempos han cambiado, mucho.

La tragedia del cautiverio de Guilad Shalit es una tragedia primero que nada personal y familiar; en un segundo nivel, ha sido una tragedia y es una alegría para los ciudadanos del Estado de Israel, porque Guilad es el hijo de todo israelí; para los judíos que vivimos en la diáspora Guilad Shalit corría el riesgo de convertirse en un símbolo para utilizar en nuestro esfuerzo de construir, conservar, y reforzar la identidad judía de nuestras comunidades. Con su liberación por suerte quedamos privados de ese símbolo; lamentablemente, contamos con muchos otros para seguir cumpliendo con nuestro cometido. Ojalá los dirigentes de turno resistan la tentación de banalizar el episodio Shalit a través de actos y discursos. Ese debiera ser nuestro modesto y acotado homenaje desde la diáspora.
5772 ha comenzado con un hecho simbólicamente muy fuerte y significativo. Por un lado, el valor de una vida humana, tan caro al judaísmo, ha demostrado su vigencia: uno por mil es una ecuación llamativa. Por otro lado, Israel negoció con Hamas y llegó a un acuerdo: consiguió lo que quería, pero pago un precio carísimo. Pero esa es la esencia de toda negociación. Ojalá de alguna manera este primer acto del año sea, como dijo Shalit todavía en Egipto, en beneficio de futuras negociaciones. 

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