11 de setiembre

Nada de lo que se escriba sonará nuevo. Tanto se ha escrito, dicho y filmado. Tanto todavía se escribirá, dirá y filmará. El Atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de setiembre de 2001 fue un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Como la Primera Guerra Mundial abrió de hecho el siglo XX, el Atentado abrió el siglo XXI. Desde entonces, nada ha sido igual. Por más que esto, y tantas otras afirmaciones y comentarios, suenen a lugar común, no queda sino repetirlo, por verdadero. Cualquiera de nosotros puede pensar en la infinidad de cosas que han cambiado en estos años. Desde las grandes guerras iniciadas a raíz de “9-11”, pasando por las rutinas de viajar en avión, hasta la paranoia del discurso norteamericano tal como se manifiesta en Fox News, por ejemplo. Vale decir: desde lo concreto hasta lo subjetivo.

El mundo musulmán siempre fue un mundo aparte, multitudinario, extenso, a un costado de Occidente, y culturalmente ajeno. Sin embargo, confinado a sus territorios desérticos o casi, encerrado en su propio mundo y cultura, y con algunos regímenes o países colocados estratégicamente como puntas de lanza de Occidente en su seno, se ejercía por parte de éste un cierto control. El mismo control que se convirtió en amenaza. La caída del régimen del Sha en Irán fue sólo un primer hecho en un lento pero constante proceso de emancipación. Ni el propio T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia) hubiera imaginado un desarrollo así de su ímpetu liberador. La eventual y unilateral proclamación de un estado palestino en el seno de las Naciones Unidas, fijado para este mes, es otra perla del mismo collar. Collar que se va completando, pese lo que nos pese. El problema es el collar convertido en  yugo de Occidente.

“Nine-Eleven” sin embargo tiene un significado muy especial para “the American people”, como gustan llamarse los estadounidenses. Seguramente con los años se construirá sobre el hecho un nuevo día nacional; así parece de los informes emitidos por las cadenas de noticias Fox y CNN acerca de los actos de este fin de semana. El Atentado cambió la percepción que los estadounidenses tienen sobre sí mismos. Su poderío militar quedó petrificado y cuestionado por unas cuantas horas; el ataque fue certero y contundente, todo un triunfo para sus perpetradores. Llevó diez años encontrar y ajusticiar al autor intelectual del hecho. Entre tanto, dos guerras que aún perduran, como si la traumática experiencia en Vietnam no hubiera enseñado nada.

La historia y tradición de los Estados Unidos ha sido siempre altamente aislacionista. Sin embargo, nunca resisten (ellos, los estadounidenses) la tentación de inmiscuirse en asuntos ajenos. Es parte de las obligaciones de ser un imperio (ver “Roma”). Como en las dos grandes guerras del siglo XX su participación fue decisiva, pensaron que siempre sería así. Pero no ha sido así. El mundo espera de los EEUU un rol específico y salvador, una especie de “Superman” en el seno de las naciones que vela por el mundo libre. Pero “Superman” es un comic, a lo sumo un mito. La realidad es más compleja. EEUU no tiene un brazo tan largo como para llegar a todos lados en forma eficaz. Juega a ser Dios, pero no lo es. Un pueblo tan religioso debería tenerlo claro. El aislacionismo predicado por los padres fundadores y a lo largo de la historia parecía ser sabio. Pero la paradoja es que el mundo ha necesitado de EE.UU. para detener ciertas barbaries. El mito del “muchachito” de la literatura americana, traspasado al cine, ha dejado de ser creíble en el mundo real. El “Llanero Solitario” entre las naciones ha sido jaqueado por los indios y los malos.

Quien esto escribe es un ferviente admirador de los Estados Unidos de América. Por eso tal vez se hace tan difícil aceptar que regímenes oscurantistas y fanáticos, que expresan aparentemente el lado más terrible y extremo de una religión humanista, jaqueen un régimen democrático y libre; lleno de contradicciones e imperfecciones, pero sólidamente fundamentado en principios claros e inequívocos: el individuo como centro de la sociedad, la libertad individual como valor incondicional. Aun si pensamos en la esclavitud, debemos pensar en la Guerra Civil que la misma implicó para comenzar, lentamente, a solucionar ese lado enfermo de su sociedad.

La sociedad estadounidense tiene un lado bastante prevalente de fanatismo. Es una sociedad enorme, multitudinaria, y multicultural. Han perfeccionado el arte de la inmigración, habilitando la cultura de origen al mismo tiempo que refuerzan el sentimiento nacional. Sin embargo, y se expresa políticamente con mucha fuerza hoy, hay corrientes muy extremistas que ocupan mucha de la opinión pública y pueden ganar elecciones. Ahora mismo tienen en vilo al actual presidente, paladín de la igualdad y la tolerancia.

Probablemente, el Atentado del 11 de setiembre de 2001 haya desatado ese peor costado de la sociedad estadounidense. El odio y la guerra desatada por parte del islam fanático y extremo han despertado la fiera fanática del mundo occidental. “Hulk” usa la fuerza pero su capacidad de raciocinio disminuye. Cualquier país se convierte en una suerte de “hombre verde furioso” cuando su zona más sensible es atacada. La violencia engendra más violencia. “Nada viene de la nada”. Bush Sr. no precisó grandes excusas para atacar Iraq en 1991; pero Bush Jr. lo tuvo más fácil para terminar aquello que su padre no había terminado: derrocar el régimen de Saddam Hussein. El ataque a las Torres condicionó la presidencia de George W. Bush, permitió su reelección; de la misma forma, la crisis económica determinó el triunfo de Obama y está a punto de condicionar su reelección.

Las víctimas del terrorismo son su expresión más sanguinaria, sangrienta y concreta. La condena del terrorismo se sustenta en esa evidencia incontrastable. Pero el terrorismo tiene otra consecuencia menos evidente: despierta los peores instintos de la especie humana, regulados por regímenes más o menos democráticos y por cierto perfectibles. El principio de acción y reacción funciona claramente. Los actos terroristas, en EE.UU., España, Inglaterra o Israel, no sólo condicionan su devenir político, también liberan los hasta entonces controlados instintos violentos e intolerantes. “Nada vendrá de la nada” (“Rey Lear”, Shakespeare).

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