¿Cuál es el sentido de la vida?

¿Cuál es el sentido de la vida? Llegadas estas fechas en el calendario, Elul en el calendario hebreo, este tipo de preguntas empiezan a insinuarse en el fondo de nuestras consciencias, mayormente no formuladas pero aun así, presentes. La tradición nos habla de evaluaciones, perdones, reparaciones y retornos. Como para despertarnos y hacernos más conscientes aun de este tiempo los más tradicionalistas tocan el Shofar durante todo el mes. Cuando finalmente todo este proceso que tímidamente se inicia en estos días llega a su punto culminante en Iom Kipur cada uno de nosotros esta embebido – aun en ayunas – de un espíritu especial y único, dedicado a los grandes pensamientos de la vida y la existencia, lleno de nuevos propósitos, deseando que termine el largo día y volver a la cotidianeidad de una comida y una charla intrascendente. Nuevamente el Shofar nos anuncia el cambio de estado del espíritu; la ceremonia de Avdalá (diferenciación) nos marca la frontera  entre lo sagrado y espiritual y lo cotidiano y terrenal.

Sin embargo, la vida está llena de pequeños proyectos y propuestas. Cuando no sucede así, se torna más vacía, más estéril, más inútil. Hay quienes tienen un proyecto cotidiano, como completar un día de dieta, o ir al gimnasio, o hacer algún mandado largamente postergado. Hay quienes no tienen proyectos: carecen de la imaginación o la obsesividad necesaria para proponerse desafíos, por pequeños e insignificantes que sean; sus vidas están bendecidas por la rutina y la paz interior de quien no prueba sus capacidades más allá sus mínimas obligaciones. Tal vez sea una cuestión de capacidades: un proyecto implica exigencias, renuncias, compromisos; a veces la rutina en sí misma es EL proyecto, aunque nunca la denominemos como tal. El simple hecho de atravesar un día más, ganarse el pan, llevarlo a la boca, y amar a nuestros semejantes no es un proyecto menor.

Los proyectos pueden venir a llenar vacíos. Por un proyecto podemos abandonar nuestras otras responsabilidades, soslayarlas, ignorarlas, o negarlas. La dimensión del proyecto eclipsa el resto de nuestra realidad. El proyecto puede ser la adrenalina que nos mantiene funcionando, el combustible que enciende las llamas de nuestras pasiones. Por otro lado, los proyectos dan un sentido diferente a la vida, profundizan nuestro transitar por la rutina, dan una hondura y significado diferente al complejo ejercicio de vivir. Armar, sostener, y llevar adelante proyectos implica relaciones que exceden nuestro entorno más íntimo; exige de nosotros compromiso, tolerancia, seducción, comprensión, y una adecuada firmeza; un proyecto requiere a otro para llevarlo a cabo. Por sobre todo, un proyecto requiere nuestra generosidad: desde el momento que nos proponemos algo debemos dar lo mejor de nosotros mismos para lograrlo; en la vida cotidiana no siempre damos lo mejor de nosotros.

Llevado a un extremo, casi todo puede pensarse como un proyecto: desde el día a día en el trabajo, hasta las vacaciones. Pensados como tal, adquieren una relevancia y se enmarcan en un contexto diferente, como si estuviéramos enmarcando cada uno de esos momentos. Si por el contrario forman parte del natural ciclo de los acontecimientos, resultan en rutinas que los devalúan, una suerte de círculo que se repite un día y otro también con un cierto fatalismo. Como siempre, el equilibrio está en algún punto a mitad de camino, ese punto tan difícil de encontrar.

Sostener los proyectos es otro asunto. La ventaja de un proyecto es que tiene principio y fin. Pero aunque nuestra participación en el mismo se agote, el proyecto puede continuar, o transformarse. Como dicen nuestros sabios, “no está en nosotros terminar el proyecto, pero tampoco abandonarlo”. Por algo lo dicen: cuántos proyectos quedan por el camino; cuántos no encuentran su continuidad. Sin ir más lejos, hace una semana el rabino Ariel Kleiner, en su comentario de la porción de la Torá habló de este tema. “Ekev”, la porción de la semana pasada, justamente trata acerca de seguir adelante; el mismo nombre de la porción significa “a continuación”. Nadie pensaría que después de semejante proyecto como sacar a los Hijos de Israel de Egipto y traerlos a la Tierra Prometida, que después de un profeta como Moshé, podría haber más proyectos. De hecho, el Pentateuco termina allí; pero el proyecto continua, y el resto de los libros de la Biblia dan cuenta de ello. La figura de Moshé se agota con el proyecto “liberación & ley”; el proyecto de perfeccionamiento de esa libertad, la convivencia, y la construcción de una nueva realidad sigue adelante. Hasta nuestros días.

La visión “masortí” del judaísmo adhiere a este criterio de proyectos. Propuestas y realizaciones como proyectos de vida judía. Judaísmo no como respuesta total y absoluta, sino como búsqueda a través de la acción y el compromiso. Ser judío tiene un componente dado, pero también tiene un componente elegido: a través del pacto somos incondicionalmente parte del pueblo; pero el pacto implica una elección, un compromiso, un proyecto.

Por último, y en este reciente contexto mundial de incertidumbre económica, manifestaciones, “indignados”, guerras civiles, dictadores derrocados, regímenes jaqueados, y nuevos estados que surgen o están por declararse, cabe preguntarse acerca de los proyectos que exceden al hombre común. Todas estas manifestaciones espontáneas, ¿tienen proyectos que las sostengan? Las crisis, ¿manejan proyectos como alternativas, o simples oportunismos políticos? La pretensión de declarar en forma unilateral un Estado palestino, ¿acaso tiene un proyecto que lo avale? Da la impresión de que vivimos un período  tan fragmentado y “líquido” (metáfora acuñada por Bauman y abusada por sus lectores) que no hay proyectos, sólo reclamos.

Elul nos conduce a Tishrei: comienzo del Nuevo Año Hebreo con un período de retorno, reflexión, perdón, y expiación. Pero el día once del mes de Tishrei más vale que tengamos en nuestras manos nuevos proyectos.

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