El modelo de democracia espontánea

El modelo de democracia espontánea en la plaza pública parece haber prendido en muchas sociedades. En Argentina ha sido moneda común desde la instauración del régimen democrático, aunque se parece más a movilizaciones violentas y violentistas que a manifestaciones espontáneas como ha sucedido en el mundo árabe, por ejemplo. Ha sido claramente una herramienta política de algunos sectores. La diferencia es que el régimen democrático permite y habilita este tipo de expresión popular, mientras que en regímenes dictatoriales esta expresión es la novedad del día. Hasta que ella misma se perpetúa y transforma.

Israel no es parte del mundo árabe aunque vive en su seno. Si bien las fronteras están básicamente cerradas, el modus operandi de estas manifestaciones es la internet y la comunicación, no la geografía. Por lo tanto no es sorprendente que cientos de miles de personas en todo Israel se hayan manifestado espontáneamente acerca de los temas económicos que los acucian. Los israelíes no han tenido problema en congregar miles de personas por en actos públicos, mucho antes que el mundo árabe tomara esta iniciativa. Sólo que éstas manifestaciones siempre han girado en torno a los temas de la guerra y la paz. Como escribe Donniel Hartman, la “normalización” de Israel en tiempos de relativa calma bélica pasa por este tipo de preocupaciones por los precios del queso cottage y la viviendo; ahora pasa también por las manifestaciones en torno a estos temas.

Sin embargo, la historia bien reciente nos muestra como degeneran este tipo de manifestaciones espontáneas en manejos políticos y excusas para poner sobre la mesa más y más temas en esta suerte de democracia directa, que poco tiene que ver con la versión griega antigua donde tuvo su origen. Como nos referíamos al principio, en Argentina el ejemplo es claro: la manifestación se convierte en un modo de vida que interrumpe la normalidad de los demás; o corta un puente durante tres años en el límite con un país vecino. La agenda de unos pocos determina la realidad del colectivo. En Egipto, las manifestaciones de la plaza Tahir, convertida en un símbolo de lucha por la libertad, produjo la caída de Mubarak. Pero Egipto está aún lejos de encontrar un camino, menos aun democrático. En Libia o Siria, regímenes más duros y vigentes, las manifestaciones degeneraron en una guerra: regional en uno, civil en el otro. Claramente, se obtienen algunos beneficios relativos, pero el precio ha sido altísimo.

En Israel las manifestaciones son parte del régimen democrático, como en Argentina. La cuestión ahora es ver cómo sigue adelante el asunto. Cómo la manifestación se convierte en un instrumento válido en el marco del régimen democrático, parlamentario, israelí. Las manifestaciones han sido una suerte de grito desesperado por fuera de las instituciones democráticas tradicionales, que son lentas y complejas. La democracia es compleja en sí misma, exige garantías y métodos para que sea válida, posible, y efectiva. La manifestación es una suerte de atajo en el camino hacia el fin último, ejercer los derechos de las minorías. Pero su función cesa, o debiera cesar, en forma casi inmediata para dar lugar a las opciones tradicionales de un régimen.

Como en otras situaciones críticas, Israel ha nombrado una comisión presidida por una figura ilustre para lidiar con el tema. Es otro recurso para trascender por sobre el sistema político israelí, o como decimos en Uruguay, hacer del asunto un “tema de Estado”, que trasciende el gobierno de turno. Es una buena opción, si las conclusiones de la comisión encuentran un modo de concretarse. Varios intelectuales de izquierda, notables autores y pensadores israelíes, se han sumado al espíritu de estas manifestaciones populares y espontáneas dotándolas de significados y contenidos. No hay duda que las mismas representan los genuinos deseos y aspiraciones de la sociedad israelí. Pero es esa misma sociedad israelí la que distribuye sus votos de modo tal que la izquierda o centro izquierda no ha podido acceder al gobierno en ya muchos años. No hay una opción válida al gobierno actual. Kadima, corrido un poco más al centro que el Likud, no estaba en condiciones de formar un gobierno viable y sustentable. Lo hizo Netanyahu a través de alianzas y concesiones que determinan la política del Estado, tanto en los temas internacionales como internos. Es así que Israel está dónde está.

Habrá que ver si Netanyahu aplica la misma estrategia en lo interno que en lo internacional: abstenerse de hacer, o hacer lo mínimo, lo que las circunstancias y los otros “jugadores” obligan. Las manifestaciones por cierto obligan. Queda por ver a qué obligan. Si traerán eventualmente un cambio político a través de elecciones, o si el statu-quo prevalecerá por mucho tiempo todavía. No tiene sentido intentar predecir el futuro. Lo que sí vale la pena es pensar el presente: por qué las manifestaciones; en qué se diferencian de otras similares; qué valores están en juego en una sociedad libre y democrática como la israelí, de la que tanto nos enorgullecemos; qué denuncia acerca de las carencias del régimen democrático israelí.

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