9 de Av

El próximo 9 del mes en curso es, coincidentemente, el 9 de Av en el calendario hebreo, Tisha B’Av, fecha en que se conmemora la destrucción de los dos templos de Jerusalem: el primero a manos de los babilonios en 586 A.E.C. y el segundo a manos del imperio romano en 70 E.C. Otras tristes conmemoraciones se agrupan en esta fecha, generando una suerte de paralelismo simbólico  de tragedias del pueblo judío: la destrucción física de los dos templos da lugar a persecución y expulsión a lo largo de la historia del pueblo, desde la caída de Betar en 135 hasta la expulsión de España en 1492. Es bien conocida la obsesión de nuestra tradición por el manejo del tiempo. No sorprende entonces esta agrupación temática en un solo día, coincidente con el período de mayor calor en el hemisferio norte. Sumado al ayuno, se completa un cuadro que apela a todos los sentidos para su experiencia y conmemoración. Tampoco esto es ajeno a nuestra tradición. 

El Templo de Jerusalem ha quedado fuertemente asociado a la mejor historia judía, a una época de esplendor e independencia. El primero fue construido en el apogeo de la época de los reyes davídicos; el segundo en un período más modesto y austero, a la sombra de otros imperios. Pero en ambos casos el templo fue símbolo de la independencia de la religión de Israel primero y de los judíos después. Independencia que trasvasa los límites de lo religioso y se mezcla con lo esencialmente nacional. Tal vez es allí donde se generan los mayores conflictos con las fuerzas dominantes de turno. Si nuestros sabios explicaron la destrucción del templo por el “odio gratuito” (Talmud Babli, Tratado Gittin 55b-56a), lo cual no deja de ser cierto si pensamos en las profundas divisiones internas del pueblo a lo largo de toda su historia, también puede aventurarse que la destrucción del templo (en este caso concretamente el Segundo) tiene que ver con la terminación, por parte del imperio romano, de las aspiraciones nacionales del pueblo judío. Tal vez deba pensarse si mezclar lo religioso con lo puramente “nacional” no constituye un problema; léase en términos simbólicos y concretos por igual; aplíquese la reflexión tanto en Israel o en la diáspora.

Sea como sea, la reconstrucción de un tercer templo en Jerusalem ha quedado terminantemente ligada a la llegada del mesías. Por lo cual tanto uno como otro tienen un fuerte contenido simbólico y metafórico, ya que no real. El mensaje mesiánico tiene diferente fuerza en diferentes corrientes dentro del judaísmo, y ha sido motivo de grandes discusiones y desilusiones. Sin embargo, la expresión de deseo de la llegada del mesías puede sintetizarse en una suerte de humanización de la esperanza: una época que llegará  para redimir a la Humanidad, reconstruir el Templo, y traer la paz sobre Israel  y todo el mundo.

Pero el templo de Jersusalem, si dejamos de lado la ideología y el valor simbólico y focalizamos en lo histórico, en realidad representa a las estructuras más rígidas del judaísmo. Con la destrucción del segundo templo termina la centralidad política de Jerusalem y da lugar al incipiente período de los rabinos y la fascinante dinámica del diálogo, la discusión, y las diferentes perspectivas: la Torá oral, el Talmud. La “liberación” del “monumento” humaniza la religión y crea los parámetros sobre muchos de los cuales aun hoy nos regimos. La metodología del estudio, la sustitución de la plegaria por los sacrificios, y El Templo por millones de sinagogas alrededor del mundo (Talmud Babli, Tratado Sukka 51b), son los pilares sobre los cuales se construyó el judaísmo de la era común. La literatura rabínica es testimonio vivo de este proceso, y del mismo modo todo lo que la siguió posteriormente.
Concentrar lo trágico en un solo día resulta sabio por muchos motivos, pero hay uno que sería bueno resaltar: la fecha adquiere su valor simbólico por sobre el dato histórico, cuestionable e inverificable de por sí. La destrucción de los Templos es el hecho concreto que asociamos con el sufrimiento judío. Muchas de nuestras festividades o celebraciones están asociadas o son causadas por hechos trágicos o tristes; el caso más claro es Purim, cuando el destino se revierte y pasamos de la aniquilación inminente al festejo irrefrenado; Pesaj, cuando salimos de la esclavitud a la libertad. Tisha B’Av es el día que concentra nuestra dimensión trágica en su forma más pura. Representamos esa tristeza y tragedia en la destrucción de los Templos. Tan simbólico es el hecho, tan fuerte su impronta en nuestra identidad, que en cada boda judía se rompe una copa rememorando el hecho. La destrucción que da lugar a la esperanza.


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