Reflexiones en celeste

¿Qué se puede escribir de fútbol que no se haya escrito? ¿Qué se puede escribir de fútbol desde un sitio web cuyo cometido es pensar acerca de “lo” judío? De lo que no hay duda es que esta semana hay que escribir de fútbol. La circunstancia de la hora, la experiencia colectiva de los uruguayos dentro y fuera del país, lo hacen ineludible. No es oportunismo; no es aprovechar el momento y esbozar una editorial facilista e intrascendente. El desafío es pensar el tema desde algún punto de vista un poco diferente a todo lo que se ha escrito y aun se escribirá. Si un cuarto puesto en un Mundial dio para ríos de tinta, no es menos un título de Campeón continental.
En primer lugar uno debe reconocer que no escapa a las generales de la ley. Uno es parte, le guste más o menos. En lo personal, excepto las multitudes, la euforia, las patotas, la violencia, la agresividad que el fútbol genera, el juego me gusta mucho. Lo que hace por el pueblo uruguayo me gusta mucho más. Tal vez eso lo haya entendido mejor que nadie mi amigo Sergio Gorzy, que desde siempre pregona su fe en fútbol uruguayo, sus éxitos aun en tiempos de menor abundancia, sus estadísticas para él irrefutables, y sobre todo, pregona lo que el fútbol genera en la vida de los uruguayos. Su fe premonitoria previa al Mundial lo ha convertido en una suerte de profeta intuitivo del éxito y lo posible. A la vez que su entendimiento de que, al final de cuentas, es sólo un juego, permite relativizar aquello que para otros se convierte en un tema tan trascendente como la economía o las decisiones políticas del país.

Si el país está en un período de bonanza económica el fútbol lo refleja. No sólo por todos los que viajaron a Argentina, y previamente al Mundial, sino por cómo se llenan los escenarios deportivos y cómo se consume fútbol en los medios. De hecho, la mayoría de los grandes éxitos del fútbol uruguayo fueron en épocas de especial coyuntura económica. Pero que el fútbol refleje no significa que el fútbol sea consecuencia de esa bonanza. Una golondrina no hace verano; recaudaciones muy buenas puntuales no cambian la ecuación económica del magro fútbol uruguayo. Si el fútbol es lo que es para Uruguay como país, ello no obedece precisamente a las fluctuaciones del mercado y la economía; en algunos casos acompaña, en otros alivia. El fútbol en Uruguay representa la esperanza, la posible redención permanente, una suerte de “religión” que atempera o al menos genera nuevas oportunidades cada fin de semana de “una vida mejor”. Los triunfos y la historia mítica del fútbol uruguayo nos dicen que por peor que estemos, siempre podemos ganar en el fútbol, casi milagrosamente. Cuanto más milagroso, mejor. En esta Copa América tuvimos que reprogramarnos para ser “favoritos”.

El fútbol en Uruguay también construyó, y aun construye, identidad nacional. Sería un análisis muy extenso entender cómo se ha dado este fenómeno. Ya el periodista Franklin Morales ha escrito libros y artículos sobre los orígenes históricos del fútbol en Uruguay y cómo ha sido un factor en la identidad uruguaya, tan idiosincrática entre las dos potencias que la rodean. Si Uruguay fue creado para actuar como estado “tapón” o “bisagra” entre Brasil y Argentina, el fútbol ha permitido equiparar lo imposible. Ese es su lado milagroso. Pero nuevamente hay que decirlo: es sólo un juego.

Como todo juego profesionalizado muestra dos caras: la mejor y la no tanto. El período Tabárez – Forlán – Abreu está mostrando la mejor cara del fútbol uruguayo. Excelente juego, seriedad y profesionalismo en el trabajo, brillantes RRPP, disposición y disponibilidad, acceso a lo popular en forma franca y directa, sin vueltas ni condiciones. Pero detrás de este “cubre-pantallas” tan vistoso, merecedor del premio “fair-play”, yace siempre el lado oscuro del fútbol: los inescrupulosos intereses económicos, la violencia nunca bien encarada, la corrupción.  Como la vida, el fútbol tiene dos caras. Hoy nos toca mirarnos en el espejo del fútbol y ver la mejor de las dos. Disfrutemos y tratemos de prolongar el momento.

Por último, vale la pena destacar que este “proceso”, como se le llama en la prensa especializada, ha demostrado que hay otra forma de hacer las cosas: bien. No aquello de “lo atamos con alambre”, sino un proceso constructivamente sólido, coherente, y planificado. Sobre todo, una valorización de los valores humanos (valga la redundancia) en todos los niveles que no son tan comunes en el fútbol. No se trata sólo de una generación de notables y generosos jugadores; se trata de un liderazgo circunstancialmente claro, coherente, frontal, y consecuente. Ojala lo circunstancial se convierta en estructural. Como en la vida real, cotidiana de los uruguayos, los momentos son sólo momentos; al otro día golpean los mismos problemas de siempre. Cambios estructurales son los que realmente pueden cambiar la historia: la del fútbol, la de una sociedad cuyo juego es el fútbol.

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