El viaje

Daniel Viglietti musicalizó y canta la letra de Washington Benavidez que dice: “Yo no soy de por aquí no es este pago mi pago”; el recientemente asesinado Facundo Cabral compuso y cantó “yo no soy de aquí ni soy de allá”. Ambas canciones son ya legendarias en la canción de protesta latinoamericana. Sin embargo, al volver una vez más de una visita a Israel esas frases vuelven a resonar entre ese cúmulo de sentimientos que cualquier despedida y regreso provoca. Probablemente porque somos permeables a todo lo que nos rodea, y como judíos errantes y diaspóricos estamos inmersos en realidades múltiples y contradictorias. Desde los tiempos de la emancipación y el iluminismo los judíos que hemos decidido recorrer un camino abierto al mundo, cosmopolita, y nutrido de todas las vertientes de la cultura, somos producto de esa mezcla rica y vasta de culturas y corrientes. Muchas veces, sin duda, prevalece la “cultura general o universal” por sobre la judía; nos debemos probablemente un equilibrio más justo entre las dos; pero no conjugar nuestras culturas madres sería una suerte de matricidio de cualquiera de ellas, o de ambas.  Escuché el tema de boca de Viglietti en el viejo y pequeño teatro “Tzavta” en Tel-Aviv de los años setenta; yo tenía apenas veinte años, y ya resonó como un “dejá-vu”, aunque jamás había escuchado la canción: recién había dejado mi pasado reciente y galútico de Montevideo; dictadura mediante, me encontré con lo “uruguayo” en el exilio, como gustan de llamarlo algunos; diáspora para nosotros los judíos. Resonó ya entonces como un eco conocido. Tal vez recién hoy puedo comenzar a entenderlo.

Durante el viaje de regreso he estado leyendo el nuevo libro de David Hartman, “The God Who Hates Lies; Confronting & Rethinking Jewish Tradition”; 2011, Jewish Lights Publishing, Woodstock, Vermont.  Básicamente, a través de una suerte de “método del caso de Harvard”, Hartman Sr., fundador del Shalom Hartman en Jerusalém, discute asuntos halájicos a la luz de las nuevas realidades con las que nos enfrenta el mundo moderno. No realidades tecnológicas resueltas mediante trampas halájicas, sino realidades morales o éticas. El libro sin duda merece, como toda la postura de la familia Hartman, un estudio más profundo y exhaustivo. Cito el libro como confirmación a través de un tercero ilustrado y observante acerca del valor de la cultura foránea, no judía, ya sea filosofía, historia, o cualquier otra disciplina. Como concepto semiótico, por extensión, y ahora no estoy citando a Hartman, cualquier hecho cultural puede nutrir, sensibilizar, y re-significar nuestra experiencia judía. En cualquiera de los cantautores citados antes, en especial en Cabral, se da un fenómeno tipo profético con el cual como judíos estamos familiarizados. Como pueblo también nosotros predicamos. No siempre estamos a la altura de nuestra propia prédica basada en nuestras fuentes y tradición, pero el contenido de la misma sirve de guía y marco a nuestra forma de vida. Muchas veces muchos intentan asesinarnos a tiros como a Facundo Cabral. Aun caminamos.

Estas reflexiones vienen a cuento por lo que significa cada viaje, cada retorno. En cuarenta años no sólo Israel ha cambiado drásticamente, también lo hemos hecho nosotros como individuos, aunque en forma menos dramática. Al decir de Benavidez, somos hombres de dos pagos; o como dijera mi maestra de primer grado, Haydee, somos seres con un corazón partido en dos; como maestra de primer grado en 1962 en la Escuela Integral Hebreo-Uruguaya, fue una observación no sólo atinada sino premonitoria. La doble identidad o pertenencia son una constante que atraviesa quienes somos. En muchos casos genera un llano rechazo; en otros una contundente negación; en otros, conflicto y contradicciones.  Todo esto puede darse en una sola persona, en forma simultánea o histórica, a lo largo de su vida. Tan rica, tan provocativa es la dicotomía. Del rechazo absoluto de un judío ultra ortodoxo, ajeno a la realidad histórica y geográfica que lo rodea, al rechazo del judío asimilado hay un largo trecho de vicisitudes. No siempre son opciones, muchas veces somos una suerte de víctimas de una benigna circunstancia que no elegimos, pero que simplemente somos.

Ir y volver a Israel; reencuentro y despedida, de un lado y del otro. He ahí el vaivén interminable de nuestra identidad. Hay quienes han podido resolverlo. Muchos otros, por cierto yo, no. Pero parafraseando a Amos Oz (recurriendo a las “fuentes”), volvemos para reconciliarnos. Tal vez no sepamos exactamente con qué. Pero allí estamos, como buenos judíos, tal vez no observantes, pero siempre en el camino.

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