Cottage y la normalidad en Israel

En una de las conferencias a las que tuve la oportunidad de asistir durante la última semana en el David Hartman Institute de Jerusalem el tema fue algo así como “Setiembre, el día después”, en clara y directa referencia a la inminente auto proclamación de un estado palestino vecino al Estado de Israel.  En el marco de dicha presentación se mencionó, como al pasar, la crisis que atravesó y aun atraviesa Israel en relación al queso cottage. Ambos panelistas coincidieron en que, si esa noticia fue la primera plana de los diarios, entonces desde el punto de vista de la Seguridad las cosas están muy bien. Ambos destacaron que los últimos años han sido, en cuanto a seguridad y guerra, tal vez los más tranquilos en la historia del Estado.

Una de las menos conocidas canciones de Java Alberstein cuenta acerca de la gente que vive en las laderas de los volcanes; se pregunta por qué siguen viviendo allí, por qué no se mudan a un lugar más seguro. La alusión es directa, casi obvia, a por qué los judíos elegimos hacer de ésta tierra nuestra Tierra. Qué nos ata a las profundidades volcánicas, a la inestabilidad constante, a la incertidumbre y la ansiedad. La pregunta es retórica, las respuestas son múltiples.

Los volcanes siguen haciendo erupción, y la gente sigue viviendo allí. Todos saben que las crisis en esta zona son la constante, mientras que estos períodos de calma y normalidad, en que se puede pensar y discutir el precio del queso cottage, son las excepciones a la regla. La crisis del cottage en Israel apunta a la misma normalidad de la que hablábamos en nuestra editorial anterior, pero en este caso como una experiencia nacional: el precio del cottage generó una movida espontánea y popular que desembocó en un boycott y la baja del precio del producto, básico en la canasta familiar israelí.

Mientras tanto, la “flotilla” no partió, pero están llegando manifestantes europeos al aeropuerto Ben Gurión para visitar y solidarizarse con los palestinos, viajando al territorio controlado hoy por la Autoridad Palestina. Las noticias que escuchamos acerca de las medidas adoptadas por las autoridades israelíes en el aeropuerto apuntan obsesivamente a lo mismo: mantener la normalidad. Escuché esas mismas noticias dos veces en el trayecto desde Jerusalem a Kfar Saba, lo cual implica más de una hora de manejo para una distancia de 60 kms aproximadamente: un puesto de control, un semáforo, y dos accidentes redujeron drásticamente el promedio de velocidad. También eso es normal en este país.

Jerusalem es uno de los grandes temas en las negociaciones con los palestinos, junto con las fronteras y los refugiados. Con toda su diversidad, su circularidad obsesiva, sus contrastes, Jerusalem hoy es casi normal. La ciudad ha crecido y se ha extendido sin perder su esencia y su fisonomía, albergando una variedad de población pocas veces vista incluso en Israel: el contraste es continuo, subyugante. Pero tal vez lo más maravilloso esta simbolizado por el shopping Mamila, frente a la puerta de Yafo de la ciudad amurallada. Donde en su momento estuvo la frontera israelí-jordana, con sus paredes y alambres de púas, cuando desde Israel se podía sólo mirar la Torre de David al otro lado del valle, hoy tenemos tal vez el shopping más lujoso de Israel.  Una avenida abierta, como una suerte de Cardo moderno, atraviesa el valle y une un lado con el otro. Desde la calle King David accedemos directamente a la Ciudad Vieja como un continuo, a través del mall y la explanada que precede la vieja y simbólica puerta. Nada nos impide el acceso, incluso el tránsito vehicular corre por debajo nuestro. El estatus de Jerusalem puede ser discutido, pero hay que reconocer que Israel no lo ha hecho nada mal. Nunca tantos tuvieron tanto y tan libre acceso a tantos lugares; santos, y de los otros. La mejor garantía que Israel puede dar es esta “normalidad” de Jerusalém.

De modo que la sensación de normalidad es tanto personal como nacional. Parecido a la experiencia de ser judío: la vivencia personal enmarcada en lo comunitario. El precio del queso cottage como experiencia colectiva quiere decir que no se precisa una guerra para generar ese espíritu; las vicisitudes de la vida cotidiana generan experiencias similares. Una suerte de estado ideal, casi mesiánico, de normalidad frívola y terrenal en contraste con mensajes de redención en el marco del conflicto, el odio, y la guerra.

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