Cierres

A veces uno quisiera que la vida fuese tan simétrica y tan (casi) perfecta como el texto de la Torá que leemos esta semana: Jaiei Sara, las vidas de Sara, la matriarca. Las vidas de Sara y Abraham llegan a su fin; entremedio, hallan, servidor mediante, esposa para su hijo Isaac y éste se enamora de la que será nuestra segunda matriarca, Rivka. La muerte a los extremos de la vida, el amor al centro: así organizó el texto su material. He ahí más sabiduría bíblica que la que Rashi y todos los Rabinos hayan querido explicar durante milenios. Muerte, vida, muerte.

 

 

Sin embargo el texto, en todo su simbolismo, no remite a lo meramente simbólico. Los personajes son tan reales como uno mismo, las obsesiones tan vigentes entonces como ahora, los problemas planteados también. ¿Cómo cerramos los ciclos de la vida? ¿Cómo enterramos nuestros muertos? ¿Dónde vamos a recordarlos? Mientras tanto avanzamos y vivimos, amamos y procreamos, construimos el futuro. Nos desvelamos por ciertos temas, buscamos las soluciones, proponemos alternativas, optamos, elegimos, tomamos decisiones. Como el siervo de nuestros patriarcas, nos empuja un fin pero sabemos que éste puede eludirnos. La vida seguirá adelante, consumados los actos que nos propusimos o no.

 

Algún día todo termina. Sara rio y supo llorar, fue estéril y parió, fue odiosa y protectora, celosa de su progenie, previsora y audaz, astuta y obediente, bella y tenaz. Es su muerte sin embargo la que muestra cómo los judíos enterramos a nuestros difuntos. Si su vida está cargada de significados, su muerte nos enseña cómo terminar los ciclos. Acaso ocupándonos que la vida siga mientras que, como Abraham en todo su pragmatismo, negociamos el entierro, el final. Damos una forma a la muerte.

 

Por eso cuando alguien muere marcamos su ya-no-existencia con una piedra y sumamos otras piedras para marcar su paso por nuestra vida. El texto deja también genealogías, nombres y palabras. Podemos dejar hijos, podemos dejar palabras; el hecho es que nadie pasa en vano. Nuestra tradición se toma muy en serio el tema de la procreación: estamos llenos de mujeres estériles que paren milagrosamente. Dejar hijos es sólo una parte del legado; dejar palabras es la otra.

 

Asomarse a “Jaiei Sara” es cumplir la aspiración poética de unidad, de totalidad. Diría Miguel Hernández en su poema “La Boca”: “…vida, muerte, amor. Ahí quedan escritos…”

 

A veces las circunstancias de la vida enfrentan a algunos a estos dilemas mucho antes de lo debido. Esa persona crecerá tal vez más amarga, tal vez más sabia, tal vez más plena. La mayoría de nosotros, como los patriarcas, es bendecido con largas y conflictivas vidas. De pronto nos encontramos cerrando etapas, previendo futuro; recordando. Al mismo tiempo nuestros hijos, con más o menos ayuda, van construyendo sus caminos de amor y trabajo, de realización o frustración. Es su tiempo.  Nosotros podemos facilitar la tarea, pero el amor les pertenece.

 

“Poetic Closure” es el nombre de un estudio de Barbara Herrnstein Smith en cómo finalizan los poemas (The University of Chicago Press, 1968). Es un hecho que la vida termina de un solo modo. Entender cómo terminan los poemas tal vez nos ayude a entender cómo vivir las vidas. En definitiva, desde el principio de los tiempos, estamos tratando de vivir plenamente a la vez que cerramos las etapas con sabiduría bíblica. Esa que deja siempre una pregunta planteada. 

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